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lunes, 6 de octubre de 2008

La Casa "Embrujada"



La casa de la palmera, Riobamba 144
Está atrapada entre edificios del centro, casi invisible tras una gigantesca palmera. Tiene nueve habitaciones y un subsuelo, y fue propiedad de Catalina Espinosa de Galcerán, viuda de un médico célebre durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Catalina tenía seis hijos, cinco varones y una mujer: la devota Elisa. A medida que los hombres -todos con fama de libertinos– iban muriendo, Elisa clausuraba sus habitaciones. Hasta que sólo quedó el subsuelo. La mujer murió en 1992, y la leyenda dice que los fantasmas de los Galcerán siguen allí dentro. Ahora, la casa –donde hasta hace poco funcionó una escuela llamada “Puertas Abiertas”– está en venta. Algunos creen que sirvió de inspiración para el cuento Casa tomada de Julio Cortázar, pero la versión es completamente falsa.

Las casas embrujadas de Buenos Aires
Manuel Mujica Lainez era uno de quienes reconocían sentir el agobio del fantasma que camina desde la década del 20 en lo que hoy es el Museo Fernández Blanco, en Suipacha al 1400. Cuando el escritor se cruzaba con el ánima en uno de los vericuetos de la mansión marchaba directo hacia la biblioteca, donde el espíritu de una mujer de 17 años que allí vivió y murió de tuberculosis no se quedaba por su repelencia a los libros. La mansión museo, visitada entre otros por Oliverio Girondo, es una de las tantas casas embrujadas del Buenos Aires más gótico. Una noche de 1989, la imagen regresó. Ensayaba en el lugar el ballet español de Graciela Ríos Saiz. Una bailarina gritó, crispada ante lo que flotaba alrededor de la fuente del parque del museo. Patricio López, jefe de diseño de la mansión, sostiene que aún allí se siente el fru fru de la enagua que vaga.
La vida de Felicitas Guerrero ha merecido una novela después de un siglo y su trágica muerte, en 1875, una iglesia mausoleo en el corazón de Barracas. Felicitas, joven y hermosa, murió cuando Enrique Ocampo le disparó al corazón, para luego suicidarse con un tiro en la cabeza. Ella lo había rechazado, él no lo pudo soportar. En la iglesia, la restauración ha traído su fantasma. El arquitecto que volvió a colocar las alas caídas de cinco ángeles gigantes jura haber escuchado las campanas sonar sin que nadie las empujase hace poco más de un año.
Una leyenda más cercana es la que resuena, según cuenta el periodista Hernán Firpo, en la ochava que forman la calle Mompox y la avenida Garay. Un día de marzo del ‘78 se llevaron de allí a Sergio, un estudiante que solía atender el mostrador de un viejo almacén. Hoy el local está cerrado. Y los vecinos coinciden en que en la segunda quincena del mes del otoño, desde aquel año, se oye el grito de un muchacho. A unas 30 cuadras, en el 100 de Riobamba, está la Casa de la Palmera. Elisa, la mayor de los seis hermanos Galcerán, fue una mujer de moral victoriana que luchó su vida entera contra los placeres de Baco y de la carne, cultivados por los cinco varones. A medida que murieron tapió sus habitaciones. La mujer murió en el ‘92. Después, la casa estuvo abandonada. Ahora es la sede de una colegio, con el inequívoco nombre de Puertas Abiertas. Toda una refutación de la leyenda.

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La Torre del Fantasma, la Mansión de los Bichos, la Iglesia de Santa Felicitas, la Casa de los Leones, la Casa de la Palmera, cada una con su leyenda, son algunas de las más conocidas.

Están ahí, a la vuelta de la esquina. Desde afuera no parecen mucho más que otra casa del barrio. Pero sus fachadas grises por el tiempo, las ventanas cerradas al mundo exterior, esconden una historia que quedó marcada dentro de sus paredes. Historias de antiguos moradores que aún merodean para dar testimonio de su tragedia... En Benito Pérez Galdós al 300, en el barrio de La Boca, como restos de un castillo que nunca fue, se alza la llamada “Torre del Fantasma”. De estilo “modernista catalán” para algunos o “art noveau” para otros, afirman que dentro vive el fantasma de una antigua moradora, una joven pintora llamada Clementina .

Según la leyenda, un día un periodista fue a hacerle un reportaje y sacó varias fotos a la obra de la pintora. Al revelarla, el cronista quedó espantado al ver que en las tomas habían salido, entre los cuadros, tres duendes.

Sin que nadie encontrara una explicación, Clementina se quitó la vida. Desde entonces, las personas que habitan en la torre afirman que, por las noches, los pasos de la pintora no los dejan dormir e inclusive que los duendes siguen allí y suelen esconderles cosas.

Algunas personas relacionadas con las prácticas metafísicas aseguran que la Torre del Fantasma es un centro energético y las visiones son, en realidad, seres de otras dimensiones.

En el barrio de Villa del Parque, en la calle Campana al 3200, se alza una mansión construida hacia el 1900 por un rico empresario italiano. La vivienda tiene cinco pisos y un torreón con cúpula.

En la zona la bautizaron “La Mansión de los Bichos” por los animales estilo gárgola que decoraban su exterior. Según cuentan, este italiano hizo una enorme fiesta de bodas para su hija, a quien le regalaría esa mansión para que viviera con su marido.

Pero cuando los novios abandonaron el festejo en la carroza que los llevaría de luna de miel, el conductor del carruaje no hizo a tiempo para cruzar la vía del tren. La formación embistió el vehículo y la pareja murió al instante.

El padre, que vio de lejos el accidente, ordenó cerrar el palacete. Años después, en la zona algunos vecinos comentaron que de noche solían verse los espectros de la pareja por las vías del tren, mientras dentro de la mansión se escuchaba música, pese a que el lugar seguía clausurado.

La Iglesia de Santa Felicitas, en la calle Isabel La Católica, del barrio de Barracas, se esconde una de las tragedias de amor más conocidas de la historia argentina: la de la joven Felicitas Guerrero de Álzaga, en su momento conocida como “la mujer más hermosa de la república”.

Con sólo 15 años, Felicitas Guerrero se casó con Martín de Álzaga, un hombre mayor, hacendado y con unas de las fortunas más importantes de esa Argentina de mediados del 1800. Poco después, De Álzaga murió y Felicitas, con sólo 26 años, heredó su fortuna.

Dos hombres la pretendían: Enrique Ocampo y el estanciero Sáenz Valiente, quien finalmente logró conquistar el corazón de la joven. Al conocer que Felicitas se casaría con el estanciero, Ocampo no pudo soportar el rechazo y pidió hablar con ella. Comenzaron a discutir, y en un momento, él sacó un arma y le pegó dos tiros.

Al escuchar los disparos, los familiares de la joven entraron en la habitación. Vieron a Felicitas en el piso, bañada en sangre, y a Ocampo con el arma en la mano. Hubo un forcejeo, se la arrebataron y lo remataron. Felicitas, que agonizaba en el piso, murió poco después. Era un 30 de enero de 1872.

La familia de la joven construyó la iglesia en honor a la joven. Según la leyenda, todos los 30 de enero, por la noche, el espectro de Felicitas aparece entre las rejas de la iglesia y llora. Cuando el edificio fue restaurado por primera vez, el arquitecto notó que todos los ángeles tenían rota el ala derecha, el lado donde Felicitas recibió los dos disparos.

Cerca de allí, en Montes de Oca 140, está la “Casa de los Leones”, que fue propiedad de Eustaquio Díaz Vélez, quien tenía una rara fascinación por los leones. Al punto que los criaba dentro de la mansión. Los animales andaban sueltos por el enorme jardín.

Un día, mientras festejaban el compromiso de la hija de Díaz Vélez y su novio, uno de los leones atacó y mató al pretendiente. La chica no pudo soportarlo y se quitó la vida. Sumido en la tristeza, Díaz Vélez decidió deshacerse de todos los leones, pero pidió que tallaran sus cabezas en piedra sobre las arcadas de las puertas de la mansión.

Afirman que los fantasmas de la joven pareja aún se pasean por la mansión y por el jardín, donde permanecen como pruebas de la tragedia los restos de las jaulas donde alguna vez estuvieron los leones.

Otra de las casas de leyenda se encuentra a metros del Congreso, en la calle Riobamba al 100. En el barrio se la conoce como “ La Casa de la Palmera”, por una enorme palmera que tiene en su pequeño jardín frontal y que apenas deja verla.

Hacia principios de siglo XX, allí vivían Catalina Espinosa de Galcerán, viuda de un médico conocido por su dedicación durante la epidemia de fiebre amarilla que azotó a Buenos Aires hacia 1872.

La mujer vivía con sus seis hijos: cinco varones que eran profesionales y Elisa, una mujer muy devota de la religión. Cuentan que Elisa estaba molesta con sus hermanos, que tenían fama de ser trasnochadores y mujeriegos.

A medida que iban muriendo, ella clausuraba sus habitaciones, hasta que quedó sola en el subsuelo, donde hacia 1992 la encontraron muerta. Afirman que su espíritu permanece allí, enojada por el comportamiento de sus hermanos.

Así, Buenos Aires está llena de leyendas, de casas desconocidas que no parecen más que otras viviendas del barrio, pero que mantienen dentro los espectros de sus antiguos moradores, aún atormentados por el dolor de la tragedia.

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