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lunes, 5 de mayo de 2008

Fantasmas de Buenos Aires

LA REPÚBLICA PERDIDA - BARRIO DE MONSERRAT

Monserrat fue en tiempos coloniales el antiguo "barrio del tambor", creado en 1769 alrededor de la iglesia y parroquia del mismo nombre. Allí vivieron desde fines del siglo XVIII varias comunidades de negros que integraban "repúblicas" como Cabunda, Banguela, Mondongo y Angola. Eran devotos de la virgen morena de Monserrat.

En los bailes y candombes de Reyes recreaban imaginariamente su vida africana y elegían sus autoridades. Calles como las actuales Chile o México eran zanjones que marcaban el límite de la ciudad, el viejo matadero estaba cerca. Se dice que en México 567, donde está hoy la Escuela Nacional de Música -que originalmente fue sede de la Biblioteca Nacional-, funcionó un depósito de esclavos o la sede de una de aquellas "repúblicas" de negros libertos.

Los cuidadores del edificio oían voces ya en la década de 1940. Monserrat abunda en relatos semejantes. Por caso, en Chile al 1200 hay un caserón que también alimenta la leyenda de los fantasmas. Según el investigador uruguayo Néstor Ganduglia, esa leyenda es la de los "pretos", fantasmas de negros ancianos que se limitan a recordar el pasado originario del barrio.

EL PALACIO DE LOS BICHOS - VILLA DEL PARQUE

Esta mansión de cinco pisos que terminan en un torreón y cúpula, llama la atención por las figuras de animales grotescos que decoran sus paredes, con algo de las gárgolas de catedral gótica. Por eso la gente del barrio, en Villa del Parque, la bautizó El Palacio de los Bichos.

Está a metros de las vías del ferrocarril, en la esquina de las calles Campana y Tinogasta. Fue construido a comienzos del siglo XX por el ingeniero Muñoz González a pedido de un aristócrata italiano que quería regalar esta mansión a su hija en el día de su boda.

Según cuenta el experto León Tenenbaum, autor de "Buenos Aires, un museo al aire libre", la fiesta de casamiento fue en esta mansión, pero cuando los novios abandonaron el lugar en un coche de caballos, murieron atropellados por el tren cuando el coche cruzaba las vías.

El padre de la novia vio el accidente desde lejos y cerró la mansión para siempre. Así nació la leyenda de un fantasma que vivía en la mansión y se paseaba por las vías cercanas, asustando a los vecinos. La leyenda aseguraba que en el lugar había luces y bailes espectrales. Sin habitantes durante años, el Palacio reabrió en la década de 1990 y hoy es una tranquila casa de té y salón de fiestas.

LA DAMA DE BLANCO - BARRIO DE LA RECOLETA

En la década de 1940 el actor Arturo García Buhr juraba haber visto en la esquina de Vicente López y Azcuénaga a la "dama de blanco", una rubia tentadora que acostumbraba seducir a los paseantes. Pero cuando el seducido la seguía por los pasillos del cementerio luego de una noche de amor, encontraba el abrigo de la mujer sobre una tumba: al levantarlo, leía el nombre de ella escrito en la lápida. La dama muerta que reaparece para volver a seducir es una leyenda que llegó al cine en 1942 con "Fantasmas de Buenos Aires", de Enrique Santos Discépolo, y de nuevo en 1950 con "Ha entrado una mujer", de Carlos Hugo Christensen.

LA CASA DE LA PALMERA - CENTRO

Todavía está ahí, en Riobamba al 100, es la casa de la palmera y guarda una historia que, se dice, inspiró a Julio Cortázar para su relato "Casa tomada". Corría el año 1930 cuando esta casa, con nueve habitaciones y un subsuelo, fue comprada por la uruguaya Catalina Espinosa, viuda de un médico español famoso desde la epidemia de fiebre amarilla en 1871, el doctor Galcerán. Catalina se instaló con sus seis hijos: cinco varones y una mujer, Elisa, que era taquígrafa y muy religiosa.

Los varones eran todos profesionales: había un médico, un ingeniero, un abogado, un escribano y un arquitecto. La leyenda dice que los varones eran deportistas y mujeriegos, lo que trastornaba a la hermana Elisa. A medida que sus hermanos morían, Elisa ritualmente clausuraba la pieza donde cada uno había vivido. Así establecía una "cápsula de tiempo" en cada pieza, cerrándola con candado.

La casa fue achicándose hasta incluir el subsuelo, donde el hermano médico -que fue el último en morir- mantenía relaciones sexuales con la mucama, Mercedes White. En 1992 Elisa murió y la casa quedó abandonada hasta que en 1997 se instaló ahí una escuela primaria, que se llama, casi increíblemente, Puertas Abiertas.

Fuente: "Leyendas urbanas: los fantasmas de Buenos Aires", Diario "Clarin", 1 de Diciembre de 2002.

LA TORRE DE LOS FANTASMAS - BARRIO DE LA BOCA

En Almirante Brown, entre Wenceslao Villafañe y Benito Perez Galdós, se destaca un edificio rematado por una extraña torre circular. Algunos boquenses que pasan frente a ella, los más viejos, aún se persignan como protegiéndose de las historias que la rodean. En ese lugar vivió Clementina, una pintora que compartía sus días con una familia de gatos y, según los vecinos, no salía mucho. Todo hacía pensar que tenía una vida tranquila, casi aburrida, pero un día ocurrió algo que pronto se convirtió en una pequeña leyenda urbana.

A pesar de que prefería la soledad de su atelier, y quizás con el único fin de dar un poco de vuelo a su alicaída carrera pictórica, Clementina aceptó realizar un reportaje. La entrevistara se realizaría en su propia casa, y Clementina accedió a que se tomaran fotografías de algunas de las obras que aún no había expuesto.

La charla se desarrolló con normalidad, casi con monotonía, pero cuando el periodista hizo revelar las fotografías supo que esta podía convertirse en una de las mejores historias que habían llegado a sus manos. Sin perder tiempo, se dirigió a la casa de Clementina para mostrarle lo que había descubierto.

La pintora se sorprendió al verlo nuevamente, pero más lo hizo al ver las imágenes. Allí, entre sus pinceladas, aparecían tres hombrecitos muy pequeños que ella no había pintado. Los duendecillos o fantasmas parecían jugar sobre las telas, mezclándose entre los colores y los dibujos. Clementina no quiso hablar sobre el tema. Evidentemente perturbada por lo que acababa de ver, invitó al periodista a retirarse de su casa y sólo deslizó un enigmático comentario: "usted no tenía que verlos".

Al poco tiempo Clementina aparecía en el diario, pero en la sección de noticias policiales. Algunos vecinos escucharon un disparo en la casa de la pintora y temiendo por su vida, llamaron a la policía. Nadie había salido del departamento cuando los oficiales llegaron al lugar, pero al forzar la puerta no encontraron nada extraño. Todo parecía normal, salvo por un pequeño detalle: ni Clementina ni sus pinturas estaban allí. Nunca se supo qué fue de ella.

FANTASMAS Y LEONES - BARRIOS DE BELGRANO Y BARRACAS

En el libro "Belgrano, del pueblo al barrio", se hace referencia a la mansión conocida como "El castillo de los Leones", en José Hernández y Luis María Campos. Se la conoce con ese nombre porque en su frente tenía esculturas de leones y torretas tipo medieval. Esa casa fue comprada por la familia Lacroze, y al parecer, allí se cometió un crimen. Los vecinos solían decir que por las noches se escuchaban ruidos de cadenas, y algunos juran haber visto el espectro de una mulata vestida de celeste, que incluso salía a la vereda.

En Barracas hay un caserón que está cerca de la Casa Cuna, sobre la avenida Montes de Oca, donde pueden verse varias esculturas de leones. Se dice que el dueño de la mansión tenía como mascotas unos leones (o pumas según otras versiones), que accidentalmente mataron al prometido de su hija durante la fiesta de compromiso de la pareja.

Ante este terrible suceso, la joven novia sufrió una crisis nerviosa y se suicidó. Hay distintas versiones que indican que el novio no habría sido la única víctima de los animales, pero en lo que sí coinciden es en que desde aquella fatídica noche, ambos fantasmas se paseaban por el caserón. Las estatuas de los leones fueron construidas con posterioridad para ahuyentar los espectros, objetivo que parece haberse logrado.

LA PLANCHADORA - BARRIO DE CABALLITO


Caballito, como todo barrio, tuvo también su lugar común para las historias y las leyendas. A mediados del siglo XIX, en el perímetro del actual Parque Rivadavia estaba la quinta de don Ambrosio Lezica, cuyos dominios en realidad comenzaban en lo que hoy es la Av. La Plata y terminaban en la calle Del Barco de Centenera.

Allí se levanta, señorial, un hermoso ombú cuyas ramas acunan historias centenarias. Precisamente allí se encontraba la vivienda de los sirvientes, una construcción de una sola planta con ventana de rejas. Había allí una vereda de lajas mal colocadas, entreveradas con rebeldes raíces de eucaliptos que parecían empeñadas en levantarlas.

Muchos vecinos y paseantes ocasionales dicen que aún puede verse corretear el fantasma de una mujer. Se trataría de una esclava que, por un motivo que se desconoce, fue decapitada. Quienes han presenciado su espectral paseo, dicen que recorre el parque llevando una plancha en su mano, bañando las copas de los árboles con un resplandor rojizo.

LOS FANTASMAS DEL BANCO NACIÓN - CENTRO

La casa central del Banco de la Nación Argentina está construida sobre un terreno conocido como "el pozo de las ánimas", lugar donde se estableció la primera capilla de la ciudad en la época de conquista y donde, obviamente, había un cementerio. Con el tiempo, en ese lugar funcionó el primer edificio del Teatro Colón, la sede de la Bolsa de Comercio y, finalmente, se construyó el Banco de la Nación Argentina. Durante años se han contado historias de brumas misteriosas y seres fantasmales que recorren el lugar, y no son pocos los empleados (especialmente el personal nocturno), que aseguran haber vistos a los fantasmas recorrer los pasillos del edificio.

FANTASMAS EN EL MUSEO

El Museo de Arte Hispanoamericano "Isaac Fernández Blanco" es quizás uno de los más interesantes paseos que nos ofrece la nutrida agenda cultural de la ciudad de Buenos Aires. Allí se exhibe la colección pública de platería colonial de origen altoperuano, peruano y rioplatense más importante de Iberoamérica.

Se destaca también el patrimonio de pintura de las escuelas altoperuana y cuzqueña, de imaginería quiteña y jesuítica, de mobiliario lusobrasileño, y de artes decorativas del período republicano. Su acervo comprende objetos de las artes mayores y decorativas desde el período colonial hasta los siglos XVI y XX. Entre las colecciones menores se destacan la de grabados, la de peinetones de carey de tamaño desmesurado que caracterizaron la moda rioplatense hacia 1830, y la de cerámica española de los centros de Talavera de Reina, Puente del Arzobispo, Alcora y Manises.

A principios del siglo XVII, el solar donde hoy se levanta el museo era ocupado por una compañía importadora de esclavos, y luego pasó al dominio de la Parroquia del Socorro. Hacia 1920, el arquitecto Martín Noel (1888-1963) construyó un complejo de estilo neocolonial que conjuga jardines andaluces, techos jesuitas, balcones miradores, y hermosas cerámicas españolas. En 1936, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires adquiere el "Palacio Noel" junto con la colección de arte del arquitecto, y en 1937 se crea el primer "Museo de Arte Colonial". En 1943 se trasladan allí las importantes colecciones donadas por Isaac Fernández Blanco, y en 1947 la institución toma su denominación actual.

Si bien hacía ya varios años que se tenía conocimiento de los extraños sucesos que tenían lugar en la residencia, fue a fines de la década de 1920 que se confirmaron estos informes. Herbert Hoover, presidente electo de los Estados Unidos, visitó Buenos Aires en 1928 y fue alojado en la Mansión Noel. Algunos integrantes de su comitiva denunciaron haber visto una misteriosa figura que se paseaba por los jardines, y el propio Hoover se quejó de no poder dormir debido a los lamentos y ruidos de puertas que se escuchaban por la noche.

En la década de 1940, el poeta Oliverio Girondo y su esposa vivían en la casona contigua a la mansión principal. Allí solían reunirse escritores y poetas, y no era infrecuente que en las noches percibieran una extraña presencia femenina en los patios de andaluces. Algunos llegaron a sostener que habían intercambiado algunas palabras con la espectral dama, y Manuel Mujica Láinez solía trasladarse de un salón a otro de la casa porque decía que una joven lo perseguía. Sobre la base de las supuestas comunicaciones con el fantasma, este pudo ser identificado como una joven de 17 años muerta de tuberculosis, hecho que pudo ser confirmado por los antiguos registros parroquiales.

En Enero de 1989 la Argentina se encontraba en medio de una grave crisis energética, lo que obligaba a realizar interrupciones programadas del suministro eléctrico. A últimas horas de una de esas tardes de Enero, mientras el Ballet Hispania de Graciela Ríos Sáiz ensayaba las coreografías del show que días después presentaría en los jardines del museo, se produjo uno de estos cortes y se decidió suspender las actividades hasta que se restituyese el servicio.

La directora del ballet y algunas de las bailarinas se quedaron conversando en uno de los patios del complejo, pero de pronto observaron algo que les llamó poderosamente la atención. Sobre uno de los grandes maceteros del jardín vieron una figura femenina blanca y muy alta en la que no pudieron reconocer un rostro, y se percataron que tenía una consistencia similar a una nube o niebla espesa, aunque no era transparente.

Primero pensaron que podía ser un reflejo pero no había ninguna fuente de iluminación y, además, la figura no resaltaba por su luminosidad sino por su extrema blancura. La observaron por unos minutos y se sorprendieron cuando se desvaneció para reaparecer segundos más tarde en el otro extremo del jardín. Ninguna sintió miedo o ansiedad frente a esta experiencia, pero decidieron retirarse del lugar y dar por terminados los ensayos. Al día siguiente, cuando comentaron lo ocurrido a las autoridades del museo, tomaron conocimiento de la historia del fantasma del Fernández Blanco.

EL FANTASMA DE FELICITAS GUERRERO

El de Felicitas Guerrero es uno de los tantos fantasmas que pueblan la ciudad de Buenos Aires. Su historia es una sucesión de amores no correspondidos y hechos trágicos, que no tardaron en forjar una leyenda que se proyectó hasta nuestros días.

Promediaba el siglo XIX, y Felicitas Guerrero comenzaba a ser el centro de atención de las familias aristocráticas de la ciudad de Buenos Aires. A poco de ser presentada en sociedad por sus padres, José Guerrero y Felicitas Cueto, se convirtió en la joven más cortejada de la Reina del Plata.

Cuando contaba con sólo 15 años, su padre recibió un pedido de mano del hacendado Martín de Álzaga, que en ese tiempo era el hombre más rico de la Argentina. Al conocer la noticia, Felicitas le imploró que no aceptara entregarla en matrimonio a un hombre de 60 años al cual ella no amaba, pero José Guerrero quería un brillante futuro para su hija y le aseguró que la felicidad y el amor nacerían con la convivencia.

Unos meses más tarde se celebraban las nupcias entre Felicitas Guerrero y Martín de Álzaga, y toda la alta sociedad de Buenos Aires se hizo presente. Entre los asistentes a la boda se encontraba Enrique Ocampo, quien secretamente amaba a la joven novia.

El matrimonio no fue feliz, pero cuando llegó el primer hijo Felicitas creyó que en él encontraría su refugio. Lamentablemente, cuando sólo contaba con 6 años el niño Félix de Álzaga falleció víctima de la epidemia de fiebre amarilla que azotaba Buenos Aires. Felicitas volvió a quedar embarazada y la pareja creyó encontrar en su segundo hijo la alegría que les había sido negada, pero otra vez el destino se ensañó con el matrimonio de Álzaga y el pequeño Martín murió a los pocos días de nacer.

Esto fue demasiado para el viejo corazón de Martín de Álzaga, que con 70 años se sumió en una profunda depresión y murió 15 días después que su hijo. Felicitas, con 25 años, se convirtió en la viuda más rica y deseada de la Argentina. Enrique Ocampo creyó que por fin su camino hacia el corazón de Felicitas se encontraba despejado, pero ella se mantuvo distante protegiéndose en el riguroso luto que había decidido cumplir.

Con el tiempo Felicitas comenzó a frecuentar algunas reuniones de sociedad, y fue así que conoció a Samuel Sáenz Valiente. Ella quedó fascinada con el joven hacendado e inmediatamente nació el amor, un amor tan grande e incontrolable que a los pocos meses los llevó a anunciar su casamiento.

Enrique Ocampo no pudo contener su furia: su eterno amor se le iba a escapar nuevamente, y él no estaba dispuesto a permitirlo. Una mañana se dirigió a la casa de Felicitas y luego de una discusión le disparó. Al tomar conciencia de lo terrible de su acción, apuntó el arma a su corazón y se suicidó. Cristian de Marías, primo de Felicitas, fue quien encontró los cuerpos. El joven se desesperó al ver a su prima (de quien secretamente estaba enamorado) y al abrazar su cuerpo descubrió que aún respiraba. Felicitas agonizó durante 3 días y finalmente falleció el 30 de Enero de 1872.

El expediente policial difiere en cuanto a la descripción de los hechos. En el mismo se indica que el cadáver de Enrique Ocampo presentaba dos heridas de bala, una en el corazón y otra en el paladar. Este expediente desapareció misteriosamente, aunque la gente de la época decía que la investigación policial se había detenido para proteger a de Marías. Confirmando esta teoría, el abuelo del joven sostuvo que este había descubierto a Ocampo segundos después de que disparara a Felicitas, lo que motivó una lucha entre ambos y la muerte de Ocampo a manos de Cristian de Marías.

Muerta Felicitas sin dejar descendencia, la fortuna de los Álzaga pasó a manos de la familia Guerrero. Los padres de la joven decidieron perpetuar su memoria, y a tal fin mandaron a construir un capilla en el solar donde tuvieron lugar los sangrientos hechos. La bellísima Capilla de Santa Felicitas, inaugurada el 30 de Enero de 1876, se levanta frente a la Plaza Colombia en el porteño barrio de Barracas.

No pasó mucho tiempo para que las historias de fantasmas poblaran la zona. Se cuenta que todos los 30 de Enero por la noche puede verse a Felicitas llorando desconsolada detrás de las rejas de la iglesia, y las noches de tormenta puede oírse el lastimero sonido de las campanas. Sobre la calle Brandsen puede verse una excepcional estatua de mármol que representa a Felicitas con su hijo Félix, a la cual se le ha atribuido atraer la desgracia sobre aquellos que osan tocarla.

Fuente: Argentina Misteriosa.

La luna oscura. (Felicitas Guerrero. Enviado por Ernesto Raúl Santoro.

Para quienes conocen su historia, el nombre de Felicitas Guadalupe Guerrero y Cueto es considerado sinónimo de tragedia o, más aún, de maldición familiar. Cuando sólo contaba con quince años de edad, sus padres la obligaron a casarse con un hombre cuarenta y cinco años mayor que ella; el primero de sus hijos murió a causa de la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1869 y el segundo, a pocos días de nacer.

Su esposo, don Martín Gregorio de Álzaga -nieto de su casi homónimo Martín de Álzaga, que fuera fusilado en la actual Plaza de Mayo en 1812 bajo el cargo de conspiración- sobrevivió muy poco al segundo hijo, dejándola viuda a los 26 años. Por último, ella fue asesinada a tiros por Enrique Ocampo, un pretendiente desairado que en el mismo acto, y siempre de acuerdo con el dudoso relato oficial de los hechos, se suicidó.

Como es sabido, los eventos referidos han dado origen a algunas leyendas de maldiciones y fantasmas que ya forman parte del folclore de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, poco es lo que se ha divulgado acerca de lo que sucedió después de ese luctuoso episodio y de uno de sus protagonistas.

Cristian Demaría era primo de Felicitas y estuvo en la escena de las dos sangrientas muertes. A su presencia en ese lugar no suele otorgársele más importancia que la de haber sido testigo de los hechos e intentado auxiliar a la víctima. Sin embargo, hay indicios de su intervención no fue irrelevante y quizás haya cambiado el rumbo de los acontecimientos.

Si bien es improbable que lo hubiese confesado, Demaría amaba a su prima, presumiblemente desde la niñez. Este hecho está suficientemente documentado en varias cartas de su puño y letra que primero fueron celosamente guardadas por la familia y sólo dadas a conocer transcurridos algunos años desde su muerte.

En ellas Cristian declara su desazón ante un impedimento definitivo que pesaba sobre sus pretensiones: el parentesco relativamente cercano que, paradójicamente, lo alejaba de su amor. Por esa razón se mantuvo siempre cerca de ella, pero sin manifestar sus verdaderos sentimientos que, lo sabía perfectamente, sólo le granjearían un categórico rechazo general.

El camino que siguen los enamorados es muchas veces inexplicable. Cuando fue anunciado el enlace entre la hija de los Guerrero y Álzaga, Demaría quedó al principio sumido en el más profundo desconsuelo, pero pronto imaginó un extraño paliativo: haría un presente de bodas magnífico, inigualable. De esa manera, en su dolorida interpretación, Felicitas jamás se desprendería algo tan valioso y siempre recordaría a su generoso obsequiante.

A pesar de su juventud, Cristian no tenía impedimentos para elegir el regalo que desease. Su familia, sin acercarse a poseer una fortuna como la de Álzaga, gozaba de una posición más que acomodada, lo que le permitió decidirse por un costosísimo espejo fabricado en la cristalería más importante de Praga. Se trataba de una luna -espejo de gran tamaño- de bordes exquisitamente biselados y tallados a mano por artesanos expertos. Su marco, con el que el plano del espejo formaba una sola pieza, era de cristal dorado primorosamente trabajado, finos hilos de ese material se entrelazaban semejando una bellísima filigrana. Se trataba de una pieza única y como tal fue recibida por los contrayentes.

En la mañana del día del enlace, el espléndido obsequio llegó a la quinta de los Álzaga, provocando la admiración de todos los presentes. Por la noche, durante la recepción que allí se ofrecía, Demaría pudo comprobar que el espejo ya había sido colocado en la sala esa casa que habitarían los flamantes esposos y tuvo la oportunidad de verse reflejado en esa hermosa luna junto a su secreta amada. Ambos reían, pero el rostro de ella mostraba un sutil dejo de tristeza. Cristian creyó adivinar la causa y decidió que esa imagen, como un retrato de enamorados, perduraría en sus retinas para siempre.

Lo que sucedió años después es incierto -las familias patricias son celosas de su imagen pública y gozan del poder y el dinero suficientes para ocultar sus miserias- pero nadie puso en duda el valor demostrado por Demaría, quien por esa razón se hizo acreedor de la sincera gratitud de los Guerrero.

Fue entonces que una idea empezó a rondar la cabeza del enamorado: ¿Sería posible quedarse con el espejo que los había visto juntos la noche en que la sintió alejarse para siempre y que constituía el único recuerdo de su amor frustrado?. Sobreponiéndose a los prejuicios de su clase, avergonzado e incómodo, hizo el pedido y este fue, naturalmente, satisfecho.

Así, la hermosa luna pasó a ocupar un sitio preferencial en casa de Cristian.

Al poco tiempo, cosas extrañas empezaron a suceder en ese lugar. En algunas espístolas dirigidas a sus amigos íntimos, el joven refiere la visión de extrañas figuras en el espejo y confiesa su temor de estar enloqueciendo. Esos inexplicables fenómenos se repitieron casi todas las noches durante años, hasta que recibió el consejo de deshacerse de la luna maldita que, -recién entonces reparó en ello- fue testigo del asesinato.

Es así que hizo gestiones para que el espejo se ubicara en la iglesia recientemente erigida en honor de su prima, en el convencimiento de que, tratándose de un lugar santo, el hechizo quedaría conjurado. Inicialmente, el párroco se negó ya que es tradición no emplazar espejos en presencia de imágenes sagradas y sólo accedió a ubicarlo en una dependencia del templo alejada de la nave principal.

A partir de ese momento, el escepticismo con que todos (menos Demaría) habían considerado el asunto se derrumbó. El sacristán, algunos auxiliares de la iglesia y hasta el mismo sacerdote fueron testigos de extraños sonidos y apariciones que ya ni siquiera esperaban las tinieblas nocturnas para manifestarse. La luna parecía estar poseída por una fuerza siniestra que abría una brecha con el mundo de los muertos aterrorizando a todos.

Fue por eso que, como recurso extremo, el cura decidió pedir ayuda a sus superiores y, luego de innumerables estudios teológicos, fue decidido el exorcismo del demoníaco cristal. La ceremonia se realizó solemnemente de acuerdo al rito arcaico y el resultado fue sorprendente: la luna fue perdiendo poco a poco su capa plateada hasta convertirse en un vidrio tan increíblemente oscuro que parecía absorber toda luz. Cuentan los que tuvieron el coraje de pararse ante él que la visión de ese abismo atezado era sobrecogedora y que inexplicablemente se percibía un mundo ominoso del otro lado, sin poder explicar con precisión de qué se trataba.

El hechizo no concluyó ahí; si bien un velo maligno impedía toda visión en el espejo, las apariciones se trasladaron a los cristales de las ventanas y puertas cercanas, a las vasijas, lámparas, candelabros o cualquier otro objeto vítreo. Tan grande fue el desconcierto del párroco que finalmente ordenó la destrucción de cristal, trabajo que ejecutaron a mazazos –no sin esfuerzo ya que el material poseía una dureza inusitada- varios herreros de establecimientos cercanos, a los que se les ocultó el verdadero propósito de lo que estaban haciendo para evitar su segura negativa a realizarlo.

Finalmente, los añicos resultantes fueron rociados con agua bendita y desparramados con rezos por toda la vecindad, en la creencia de que la dispersión debilitaría el encantamiento.

Sin embargo, este procedimiento no parece haber surtido efecto. Desde ese momento y hasta el día de hoy, en pleno Siglo XX, son numerosos los testimonios acerca de imágenes inexplicables y sobrecogedoras en las ventanas, azulejos y vitrinas de las viviendas de la zona, en los escaparates de los comercios y hasta en las ventanillas de los automóviles que quedan estacionados por las noches en las calles cercanas a la iglesia de Santa Felicitas.




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