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lunes, 5 de mayo de 2008

Catalepsia, la muerte que no es

Los muertos vivos



Si hay una enfermedad que merece recibir algún premio literario, seguramente
es la catalepsia. Comenzó su carrera hace muchos siglos, como inspiradora
de ancestrales terrores humanos, para luego dar origen a simpáticas leyendas
vampíricas. Luego evolucionó hacia la alta literatura, siendo
el cimiento de numerosos cuentos y el condimento de novelas famosas. También,
por supuesto, la excusa de películas baratas. Y lo mejor es que semejante
carrera la realizó sin ser siquiera –técnicamente hablando–
una verdadera “afección”.

La 25ª edición del acreditado Diccionario Médico de Steadman
la define como “un estado morboso caracterizado por la rigidez cérea
de las extremidades, que pueden ocupar diferentes posiciones mantenidas durante
un tiempo. El sujeto no responde a los estímulos, y el pulso y la respiración
se vuelven lentos. La piel se pone pálida”. Basta pensar en semejante
acumulación de síntomas para darse cuenta de lo cercano que esa
descripción se parece a la de la muerte, sobre todo porque son condiciones
que pueden durar un respetable tiempo. Y si le sumamos algunos otros ingredientes,
la idea de confundir un episodio cataléptico con una defunción
hecha y derecha deja de ser algo tan descabellado.




Olor humano


Veamos: cuando este “estado morboso” comenzó su carrera a
la fama, no existían, por supuesto, los electroencefalogramas planos
que pudieran dar una certeza de muerte cerebral. De hecho, fue difícil
para la ciencia imaginar el concepto y la función del cerebro como para,
encima, conjeturar ese moderno tipo de muerte. Durante buena parte de la historia
humana, como herramientas de verificación vital, los médicos o
familiares podían tratar de auscultar el corazón o, mejor, pispiar
si había un hálito de vida acercando un espejo a la boca del presunto,
esperando ver si algún vaho lo empañaba.

Otro componente que aporta a la confusión entre la catalepsia y la muerte
se lo encuentra en un irresistible libro escrito a fines del siglo XIX. Se trata
de Anomalías y curiosidades de la medicina, cuyos autores son George
Gould y Walter Pyle, y –aunque es sumamente entretenida– no es precisamente
una pieza recomendada para estómagos débiles. Allí se explica
un poco más por qué resultaba tan fácil confundir a una
persona en estado de catalepsia con un cadáver hecho y derecho. En el
libro se puede leer –entre una larguísima plétora de casos
raros– que “durante un estado de letargo o catalepsia, muy frecuentemente
la transpiración emana un olor cadavérico, lo que probablemente
ha contribuido en algunas ocasiones a diagnósticos equivocados de muerte.
Schaper y De Meara relatan casos de personas que han sido acompañadas
de ‘olor cadavérico’ a lo largo de toda su vida”.

Y si a todo esto lo condimentamos con que la morgue refrigerada no es precisamente
un invento antiguo, se entiende la urgencia de enterrar al muerto (presunto
muerto en el caso del cataléptico) lo antes posible. Con lo que algunas
ficciones de terror dejan de ser historias, aunque continúan siendo terroríficas.
De todos modos, si no se quiere dejar de lado la literatura, vale anotar que
la catalepsia es un recurso al que han recurrido con frecuencia Poe, Conan Doyle,
Dumas, Tennyson y Eliot, entre otros (ver recuadro). En el didáctico
libro de Gould y Pyle se explica que los episodios de catalepsia o “estado
de trance” pueden durar entre unas pocas horas a varios años. Y
enumera docenas de casos extraídos de la bibliografía médica
de los siglos XVIII y XIX. Un caso típico descripto en la obra es el
de un soldado español, de 22 años, confinado en el antiguo hospital
militar de San Ambrosio, en Cuba. El hombre estuvo en estado cataléptico
por un lapso de 14 meses. Ocasionalmente estornudaba o tosía y murmuraba
algunas palabras. Se anotó en su hoja clínica que algunos meses
antes de este episodio de trance, el paciente había sido herido y sufría
una extrema depresión que se atribuyó a la nostalgia por su patria.
Luego comenzó a desarrollar ataques catalépticos intermitentes
y temporales, que culminaron en el episodio de 14 meses de inmovilidad.

Enfermedades eran las de antes

Si nos atenemos a la referencia que ofrece el Real Patronato sobre Discapacidad
de España, la catalepsia aparece como consecuencia de algunas formas
de esquizofrenia, además de ser una posible consecuencia de la hipnosis,
o por alteraciones del sistema nervioso. Y se suele relacionar su presencia
con un puñado de enfermedades que abarca la depresión, la epilepsia,
un shock o un severo trauma emocional. Por lo tanto, es entendible que su tratamiento
se lo disputen –además de escritores y cineastas– los neurólogos
y los psiquiatras. Justamente estos últimos lo sitúan como un
síntoma de la esquizofrenia catatónica.

La Organización Mundial de la Salud viene coordinando desde 1948 revisiones
periódicas del saber médico que se condensan en una Clasificación
Internacional de Enfermedades (CIE). En la 10ª edición de este monumental
trabajo, bajo el acápite de los “Trastornos mentales y del Comportamiento”
encuentra su lugar la esquizofrenia, y entre los subtipos, se cobija la “catatónica”.
Si seguimos buceando en las definiciones, se podrá encontrar que “la
característica predominante y esencial de esta esquizofrenia es la presencia
de trastornos psicomotores graves, que varían desde la hiperquinesia
al estupor o de la obediencia automática al negativismo. Durante largos
períodos de tiempo [el paciente] puede mantener posturas y actitudes
rígidas y encorsetadas. Otra característica notable de este trastorno
puede ser la intensa excitación”. Así se llega a que –entre
los parámetros que se utilizan para diagnosticar una esquizofrenia catatónica–
se liste la “catalepsia” (adoptar y mantener voluntariamente posturas
extravagantes e inadecuadas).

Un detalle particular sale al cruce de las citas literarias a la catalepsia.
Aunque éstas sean muy abundantes, no parecen ser un reflejo de la actual
prevalencia de dicha condición médica. Como suele ocurrir, no
hay cifras certeras globales y las variaciones geográficas son notables.
Pero los escasos estudios epidemiológicos realizados muestran que la
esquizofrenia catatónica se encuentra en el 11,4 por ciento de los internos
de las instituciones psiquiátricas de Colombia, y en el 16,9 por ciento
de las de España. Eso sí: diversos autores remarcan que la frecuencia
de este trastorno ha venido disminuyendo drásticamente a lo largo del
siglo XX. Y ponen como ejemplo un estudio hecho en Gran Bretaña, donde
la incidencia de catatonias como motivo de admisión a instituciones de
salud mental cayó –en el siglo que va del 1850 al 1950– del
6 al 0,5 por ciento de los casos.

También es posible leer –en el sitio web de la Sociedad Española
de Psiquiatría– que “por razones oscuras, esta afección
es poco habitual en los países industrializados, a pesar de que sigue
siendo frecuente en otras partes del mundo”.

Más allá de las disputas de competencias profesionales y de los
sistemas de clasificaciones de las enfermedades, en honor a la verdad, lo cierto
es que ya no es tan fácil encontrar casos de catalepsia debido –en
parte– ala existencia de drogas que mitigan los síntomas relacionados
mucho antes de que un episodio cataléptico ocurra. Por lo tanto, muchos
diccionarios clínicos directamente califican la catalepsia entre los
“términos médicos antiguos”.

El “botón del pánico”


La anoclesia, un poco conocido sinónimo de catalepsia, no sólo
ha dado origen a obras literarias sino también a algunos géneros
menores y hasta a negocios muy particulares. Por lo pronto es un gran recurso
para diarios y revistas a la hora de poner algún contenido “de
color”. Y ese arbitrio no es cosa nueva. A simple modo de ejemplo, el
Washington Post reproducía, en su edición del 16 de marzo de 1931,
un cable transmitido desde Santiago de Chile cuyo título rezaba: “Mujer
se levanta de su cajón tres horas antes del entierro”.

Justamente, el fenómeno de la catalepsia parece hacer cierto hincapié
en el país trasandino porque, el pasado 29 de abril de este año,
los medios chilenos publicaban que “para evitar la macabra experiencia
de ser enterrado vivo, el cementerio evangélico Camino a Canaán
pondrá a disposición de sus clientes ataúdes dotados de
un sensor de movimientos, para que, apenas se mueva el ‘finado’,
se despliegue un operativo flash y lo rescate de la pesadilla”. La implementación
de “esta especie de ‘botón de pánico’ se encuentra
bien avanzada en la funeraria de dicho camposanto.

Así, los catalépticos chilenos, y del mundo entero, podrán
descansar realmente de paz.

Fuente: www.pagina12.com.ar

ahora les dejo una historia de catalepsia que termino mal sobre rufina cambaceres:

La Historia de Rufina Cambaceres






Del acervo de fascinantes historias, públicas y privadas, encantadoras o macabras,
sugestivos relatos sobre el tradicional Cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, quisiera rescatar uno en particular que se ha quedado plasmado de manera casi diría sonora en el tapiz de mi alma.
Se trata de la historia de una joven, su nombre: Rufina Cambaceres , quien pasó por esta vida casi como en un suspiro, en una mixtura de amor , horror y tragedia, solo Dios sabe porqué...
Pródigas y variadas son las versiones existentes sobre la vida y muerte de esta muchacha: se dice que murió de amor, también de catalepsia, otros aseguran que es la "dama de blanco", rondando en los corredores de la antigua necrópolis.... Veamos someramente la historia...
Eugenio Cambaceres, escritor bonaerense de la década del 1800 , intentó exponer ante los ojos de todos las hipocresías de la gazmoña alta sociedad de fines del siglo con sus ácidas obras, y por añadidura fue rechazado socialmente a causa de haber elegido para contraer matrimonio a Luisa Baccichi, quien había nacido en la ciudad italiana de Trieste habiendo arribado a una moralista Buenos Aires integrando uno de las tantos conjuntos de bailadoras inmigrantes, tan mal vistas por la sociedad de esa época.
Como único fruto de este matrimonio, nace Rufina, a quien desde la más tierna edad también persiguió la censura de la que fue víctima su madre, quien era apodada por la "gente bien" como "La Bachicha", en burlesca alusión a su apellido y origen. Suponemos que no debe haber sido fácil la vida de esta joven.
Como añadido, quiso el destino llevarse de esta vida a su padre, Eugenio Cambaceres enfermo de tuberculosis, y así Luisa y Rufina quedaron solas, en un palacete sito en la calle Montes de Oca y una estancia, "El Quemado", como parte de su herencia.
La niña desarrolló un carácter contenido y solitario. Mientras que su madre, un par de años después de la muerte de Cambaceres , pasó a convertirse en "la querida" de Hipólito Irigoyen, el único presidente soltero que tuvo la Argentina y con quien tuvo luego un segundo hijo, Luis Herman, el cual solicitó autorización para usar el apellido Irigoyen (con "i" latina), anteponiéndolo a su apellido materno, lo que fue aceptado por la Justicia. Medio hermano de Rufina, quien en estos temas estaba ajena como era de costumbre en esa sociedad que preservaba a las jovencitas de "ciertos temas".

Un libro reciente la bautizó "La escondida, y es porque Luisa Bacichi estuvo en silencio junto a Yrigoyen desde la primera presidencia sin que esto tomase estado público oficial.
Para ese entonces Rufina ya había cumplido catorce años, era muy agraciada y cantidad de mozos rondaban la antigua casona de Montes de Oca, sin obtener no obstante sus favores. Ella sabía a quien amaba, con ese silencio que la caracterizaba.
Corría el año 1902, algunos hablan de 1903..., pero fue el día 31 de mayo en que Rufina cumplía sus diecinueve años, y Luisa había dispuesto una importante celebración para terminar luego la noche en el Teatro Colón disfrutando de una función lírica. Tales eran los planes. Sin embargo, el destino movió los hilos en un sentido diferente.
Según cuentan, ese día del cumpleaños diecinueve de Rufina, mientras ella se estaba acicalando para dirigirse al teatro, recibió de labios de su amiga íntima una revelación que desencadenaría los hechos subsiguientes. Esta le confesó un secreto que había mantenido bajo resguardo durante largo tiempo y sintió el momento de revelarlo. ¿ Y de qué se trataba? Pues que el mismísimo novio de la niña mantenía relaciones con su bella madre, que eran amantes. El impacto que le produjo esta confidencia ocasionó a Rufina tal lacerante dolor, que su corazón literalmente se destrozó y le provocó la muerte en el acto.
Ese fue el momento en que Luisa oyó el aullido pavoroso de la mucama que halló a Rufina, corrió a su recámara y la halló tendida en el suelo, inmóvil, muerta. Uno de los médicos presentes diagnosticó un síncope. Tres médicos certificaron que Rufina había muerto.

Hipólito Yrigoyen se cuidó de acompañar a Luisa e inhumar sus restos en la Recoleta.

Sin embargo, esta funesta historia no había acabado aún; el espanto recién comenzaba.

Un par de días más tarde, el cuidador de la bóveda de los Cambaceres debió comunicar a Luisa que descubrió abierto y con la tapa quebrada el féretro de Rufina. El cajón se había movido; y cuando lo abrieron, encontraron a la joven con el rostro y las manos arañados y amoratados.
Se cuenta que Rufina habría sido víctima de un ataque de catalepsia y despertó en la oscuridad del sepulcro para rendirse y volver a morir después de una desconsolada y estéril pelea.

Oficialmente se manifestó que se había tratado de un hurto, dado que la niña había sido enterrada con sus joyas más lucidas; no obstante, a Luisa le tocó vivir el resto de su vida remordida por el conocimiento y certidumbre de que su hija había padecido un ataque de catalepsia por lo que fue sepultada viva.

Una versión más retorcida y no comprobada, que aparece en un libro de Victoria Azurduy y avalaría la anécdota de "la amiga", dice que la madre de Rufina, Luisa , le proporcionaba un somnífero a su hija para poder encontrarse clandestinamente con su amante, que era verdaderamente el pretendiente de la hija. Parece que esa noche, la joven tomó una dosis más fuerte e ingresó en un coma profundo, del que despertó en la tumba.

Ese es el motivo por el cual en el monumento que recuerda a Rufina se la representa tratando de asir el picaporte de una puerta. Imagen dolorosa y trágica, como suelen ser tanto el amor como la intolerancia.

Mientras, la trágica escultura de Rufina Cambaceres impera eternamente entre las brumas y las luces mortecinas de la Recoleta, intentando tal vez inmortalizar a la joven hija del escritor Eugenio Cambaceres y su esposa Luisa, como padeciendo un castigo por la censura de la sociedad de su tiempo.

fuente: http://www.foro-cualquiera.com/informes-frikis/48767-la-historia-rufina-cambaceres-morir-2-veces.html

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