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viernes, 23 de noviembre de 2007

¿Es el ser humano bueno o malo por naturaleza?



Desde antaño hemos sido testigos de numerosas guerras, dejándonos solo muerte y destrucción. Los ejércitos regulares han sido profesionalizados para matar y cada día más se perfeccionan las técnicas de la tortura. Al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad. La fuerza muscular se vio pronto aumentada y sustituida por el uso de instrumentos: vence quien tiene las mejores armas o las emplea con más destreza. Al introducirse las armas, ya la superioridad mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza muscular bruta; el propósito último de la lucha sigue siendo el mismo: una de las partes, por el daño que reciba o por la paralización de sus fuerzas, será constreñida a deponer su reclamo o su antagonismo.

De la misma manera, habremos de reparar en la instancia que nos motiva a todos los seres humanos a realizar actos de benevolencia. Podríamos considerar a éstos, siguiendo la tradición cristiana en donde los valores considerados benéficos fueron determinados por una entidad divina, como aquellos actos que impliquen amor, generosidad, honestidad y lealtad.

Puesto esto en claro, es posible determinar con certeza que las acciones humanas fueron, desde un punto de vista histórico, ricas en variables de destrucción y pacifismo, es decir, la constante pugna y armonía entre la motivación por el sometimiento (derivando hacia la muerte) del próximo y por el bienestar ajeno. En mi opinión, la naturaleza humana no debe ser presentada de una manera maniqueísta, sino como la interpretación de las motivaciones de los seres humanos y su interrelación de dependencia las unas con las otras. Dicho de otra manera: el ser humano es por naturaleza malo y bueno, siendo incapaz de ser instado a realizar actos benéficos sin los condicionantes maléficos y viceversa.

En una de búsqueda de ejemplos que fundamenten esta afirmación, podemos encontrar, de modo gráfico, el famoso símbolo de Ying-Yang (todo lo bueno tiene un poco de malo y todo lo malo un poco de bueno) y, por otra parte, a los personajes del conocido dramaturgo inglés William Shakespeare quienes jamás se manifestaron de manera total e indiscutida como buenos o malos analizado desde la perspectiva que nos brindan los análisis de literatura inglesa contemporáneos.

Ahora bien, abordando la materia desde una perspectiva psicológica, podríamos utilizar las interpretaciones de Sigmund Freud que nos acercan a la idea central del tema. El bien considerado padre de la psicología moderna definió a las motivaciones humanas por la muerte y la destrucción como una pulsión de muerte o de agresión; de la misma manera, definió a aquellos estímulos por "conservar y reunir" como pulsiones de vida, sexuales o eróticas (las llamadas eróticas, exactamente en el sentido Eros en el Banquete de Platón).

Esta definición no es sino la transfiguración teórica de la universalmente conocida oposición entre amor y odio; esta quizá mantenga un nexo primordial con la polaridad entre atracción y repulsión que desarrolla el campo de la física. Cada una de estas pulsiones es tan indispensable como la otra; de las acciones conjugadas y contrarias de ambas surgen los fenómenos de la vida. Se podría decir entonces que nunca una pulsión perteneciente a una de esas clases puede actuar aislada; siempre está conectada -decimos: aleada- con cierto monto de la otra parte, que modifica su meta o en ciertas circunstancias es condición indispensable para alcanzarla.

De la misma manera aparece la pulsión de autoconservación quien está ligada y abarcada por la pulsión de vida, comprendiéndose por esta primera pulsión como aquella donde aparece un conjunto de necesidades, ligadas a las funciones corporales, que se precisan para la conservación de la vida de un individuo.

Así, la pulsión de autoconservación es sin duda de naturaleza erótica, pero justamente ella necesita disponer de la agresión si es que ha de conseguir su propósito. De igual modo, la pulsión de amor dirigida a objetos requiere un complemento de pulsión de apoderamiento si es que ha de tomar su objeto. Rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, que ya en sí y por sí debe estar compuesta de Eros y destrucción. En general confluyen para posibilitar la acción varios motivos edificados de esa misma manera.

Entonces, cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie de motivos, nobles y vulgares, unos de los que se habla en voz alta y otros que se callan. No tenemos ocasión de desnudarlos todos. Por cierto que entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir; innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su intensidad.

La perspectiva compleja de Freud sirve de instrumento hacia un fundamento de mi opinión en cuando a la complementariedad de lo bueno y lo malo que poseen los seres humanos a pesar de la dualidad y la contradicción que esto presenta. Más allá, un enfoque un tanto científico hacia la resolución de la incógnita filosófica de la materia resulta interesante y, en general, se acoge con beneplácito teniendo en cuenta que las interrogantes no pueden ser abordadas desde el punto de vista biológico.

Por otro parte, la periodista española Rosa Montero postula en su libro "La hija del Caníbal" que existen tres tipos de personas. En primer lugar, aquellas consideradas buenas y honestas, siendo incorruptibles en cualquier circunstancia que le presenta la vida. En segundo lugar, podemos encontrar personas vistas como malas, con quienes no hace falta un proceso de convencimiento para realizar actos ilícitos o, en su defecto, considerados maléficos. Por último, la periodista postula que existe una ancha franja intermedia formada por aquellas personas que se manifiestan como buenos o malos según las circunstancias, las presiones o las influencias a las que se ven (o se vieron) expuestas. Dentro de este marco, nos alejamos cada vez más a la perspectiva maniqueísta que es usualmente postulada en opiniones de distinta índole y nos acercamos hacia la complementariedad de las cosas. Es conveniente en este sentido, utilizar la famosa frase del notable filósofo griego Heráclito: "Se es y no se es", sirviendo de contrapunto con la afirmación de Aristóteles quien estipulaba que "la lógica se rige por el principio de la no contradicción".

De la misma manera, podemos recurrir una vez más a Sigmund Freud para explicar las motivaciones del ser humano y utilizar sus afirmaciones como complemento del postulado de Rosa Montero. El famoso neurólogo postulaba las llamadas "Series complementarias" que caracterizaban y explicaban las conductas humanas siendo las pulsiones instancias de motivación. Podemos distinguir cinco motivos por los cuales un ser humano se comporta como lo hace. En primer lugar, y como se afirmó por mucho tiempo, la conducta humana se rige por el carácter genético del individuo siendo éste hereditario, biológico e intrínseco. Tiempo después se postuló el perfil congénito del ser humano utilizando como pautas de determinación a lo adquirido por el feto durante el embarazo. En tercer lugar, Freud analiza los traumas de la infancia (comprendida mayormente entre los cinco años de vida pero siendo más relevante el primer año) como determinante de los intereses y motivaciones del futuro individuo. Por otro lado, el ámbito social en el cual es insertado un sujeto presenta un importante papel en el desarrollo de la conducta caracterizada por las presiones culturales y el aprendizaje moral (la llamada formación del superyo, la cual comprende una instancia que constituye el aparato psíquico). Por último se encuentra el estímulo desencadenante de la conducta del individuo, siendo la motivación momentánea que lleva al sujeto a manifestar su conducta. Por ejemplo, podemos considerar el hurto o el robo como un acto ilícito, ergo, maléfico, siguiendo el linaje cristiano que comprende el legado de los Diez Mandamientos; ahora bien, habiendo el individuo realizado dicho acto condenable para satisfacer necesidades personales se caracteriza a este motivo como el estímulo desencadenante de la fechoría. Podemos, de esta manera, encontrar un nexo directo en la clasificación realizada por Rosa Montero sobre aquellas personas que se encuentran en una instancia intermedia entre el bien y el mal, la conducta benévola o malévola.

Resulta de esta manera, comprensible la existencia de las guerras pero, sin embargo, cabe la duda: ¿Por qué nos sublevamos tanto contra la guerra, usted y yo y tantos otros? ¿Por qué no la admitimos como una de las tantas penosas calamidades de la vida? Es que ella parece acorde a la naturaleza, bien fundada biológicamente y apenas evitable en la práctica. La respuesta sería: porque todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones indignas, lo compele a matar a otros, cosa que él no quiere, destruye preciosos valores materiales, productos del trabajo humano, y tantas cosas más. También, que la guerra en su forma actual ya no da oportunidad ninguna para cumplir el viejo ideal heroico, y que debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción una guerra futura significaría el exterminio de uno de los contendientes o de ambos; pues, como dijo Albert Einstein, "no sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras". Todo eso es cierto y parece tan indiscutible que sólo cabe asombrarse de que las guerras no se hayan desestimado ya por un convenio universal entre los hombres queriendo resaltar y rescatar solo la pulsión de vida.

En conclusión, y en vista de los fundamentos manifestados anteriormente, la naturaleza del ser humano y sus motivaciones no se rigen por un carácter biológico sino por uno de índole variable e indeterminable haciendo imposible el empleo de reglas científicas, aunque éstas gocen de naturaleza falsable. Considerando la materia que nos compete, es menester, en mi opinión, determinar que una postura maniqueísta del interrogante deriva en una pugna de valores que llevan, en la mayoría de los casos, a la imposibilidad de determinar una resolución valedera. Ahora bien, se debe tener en cuenta, asimismo, la complementariedad que presentan sendas posturas, pues la conducta humana y sus diferentes motivaciones se ven condicionadas e integradas las unas por las otras.

Es apropiado, de la misma manera, aclarar que, si bien muestra relevancia, se ha dejado de lado los condicionantes sociales que presentan las conductas humanas y la profundización de los valores éticos y morales que rigen en una cultura determinada, siendo considerados sólo aquellos predominantes dentro de la civilización occidental. Asimismo, no se han analizado con amplitud los condicionantes que presenta la teoría de "premio y castigo" postulada por la idea cristiana la cual guía, en mayor o menor medida, la conducta y motivación moral y ética de un individuo.

Sin embargo, la idea central del ensayo no fue profundizar la materia abordando los campos de la filosofía y la religión, por el contrario, se procuró remitirse a utilizar fundamentos de carácter científico (o en su defecto, pseudocientíficos, puesto que no posibilita la experimentación) y a implementarlos de manera complementaria para la afirmación de la hipótesis.

Por último y a modo de síntesis, sería de mi agrado agregar que ni usted ni yo somos malos o buenos, simplemente somos seres humanos y, por ende, imperfectos.

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