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miércoles, 20 de agosto de 2008

Egipto - Tierra De Misterios

Egiptología: Conceptos Generales


La unión del Alto y el Bajo Egipto bajo un mismo gobernante, poco antes de 3200 a.C., fue un acontecimiento decisivo para la historia egipcia. Aunque la identidad del faraón no está confirmada, en varias listas de soberanos aparece el nombre de Menes. Debido a la carencia de archivos escritos, son igualmente confusas las ideas primitivas de los antiguos egipcios. Sin embargo, los primeros textos tallados en cámaras funerarias reales, alrededor de 2500 a.C., no dejan dudas en cuanto a que ya existía un antiquísimo sistema de creencias.

Durante siglos Egipto estuvo casi totalmente aislado de otros antiguos centros de civilización del oeste de Asia. Rodeado de desiertos casi infranqueables, el valle del Nilo se hallaba a salvo de cualquier tipo de invasores con excepción de los más decididos. Dicho aislamiento permitió que el extraordinario panteón de los antiguos egipcios se desarrollara prácticamente sin sufrir los embates de creencias ajenas.

Tal vez los aspectos más extraordinarios del panteón egipcio fueran, desde los inicios mismos de la historia registrada, su tamaño y su diversidad. Cada uno de los cuarenta y dos distritos en que se dividía el país poseía su propia deidad. Dado que hasta la ciudad más pequeña tenía un templo para su dios, es imposible calcular la cantidad de deidades que adoraban. Una diferencia fundamental entre la mitología de los antiguos griegos y la de los egipcios (así como la de los mesopotámicos) radica en que los habitantes de Egipto no atribuyeron a sus dioses una morada especial, como el monte Olimpo del norte de Grecia. Existe una referencia a una isla en la que en una ocasión se reunieron varias deidades para resolver el conflicto entre Horus y Set. Pero parece que el sitio se eligió porque estaba «en el medio» del país. Por regla general, las diosas y los dioses egipcios residían en los distritos donde originalmente se habían asentado. Su propiedad de un sitio era reconocida siglo tras siglo.
Algo más sorprendente que la abrumadora cantidad de dioses egipcios es la variedad de formas que adoptan. En lugar de pensar a sus dioses en función exclusivamente humana, como hicieron la mayoría de los pueblos de la antigüedad, los egipcios se mostraron dispuestos a ver la divinidad en todas las cosas vivas e incluso en objetos inanimados.
Los antiguos egipcios veían el mundo como una unidad viviente, y todo lo que ésta contenía -hombres, dioses y animales- compartía su existencia. En este mundo imperaban las fuerzas del desarrollo y la descomposición, del nacimiento y la muerte, que dominaron la mentalidad egipcia. Sin duda, esa fascinación por influencias ineludibles se inspiró en las difíciles condiciones del desierto circundante, en el desbordamiento anual del Nilo y en la preponderancia del ciclo agrícola. Los dos últimos se celebraban en el culto a Osiris.
Quizá no sea sorprendente que Osiris -una de las deidades principales que adoptó forma humana- se ocupara de la supervivencia después de la muerte. Tal vez llegó a Egipto desde el extranjero, pero se «egiptizó» hasta tal extremo que parece un dios realmente autóctono. Dios de Zedu, ciudad del delta del Nilo, su adoración estaba muy difundida, lo que sugiere que su culto introdujo en la religión egipcia un elemento que estaba ausente en los cultos a otras deidades. Probablemente fue su capacidad de ofrecer a cada individuo el acceso a la vida futura. Ciertamente, se representa a Osiris vendado como una momia, y el conflicto con su maligno hermano Set se centra en el destino del individuo después de la muerte. En el Libro de los muertos de los antiguos egipcios, Osiris es juez de las almas y regente del mundo de los muertos.


Complejos de templos monumentales como el de Karnak,
a orillas del Nilo, dan testimonio de la gloria y esplendor del antiguo Egipto
y de las dinastías que lo gobernaron.


Después de la decadencia de Egipto como Estado, los misterios de Osiris se extendieron por otras tierras mediterráneas. De todos modos, Isis, esposa de Osiris, alcanzó mayor popularidad fuera de Egipto. En tiempos de Julio César (asesinado en 44 a.C.), Isis contaba con templo y con altar en la colina Capitolina de Roma.
En el Antiguo Imperio (2613-2160 a.C.) se creía que, al morir, el faraón se convertía en Osiris y que su sucesor era hijo de Horus o de Ra, dios del sol. Como suele ocurrir con las deidades egipcias, a menudo Horus y Ra eran indiscernibles, sobre todo si Horus llevaba el disco solar.
En el Imperio Nuevo (1567-1069 a.C.) se creía que el faraón era hijo de Amón, a la sazón dios ascendente. En los relieves de los grandes templos de Luxor se ve que Amón adoptaba la forma de faraón reinante y se unía con su reina para dar lugar al nacimiento del nuevo faraón. Para evitar rivalidades entre Amón, con cabeza de carnero, y Ra, ambos dioses se asimilaron bajo la forma de una deidad compuesta: Amón-Ra. Los magníficos monumentos de Luxor y Karnak se erigieron en honor de Amón-Ra y se pagaron con los tributos obtenidos en las campañas faraónicas de Canaán, Siria y el norte de Sudán.
Se creía que la armonía del universo dependía del bienestar del faraón. En teoría, cumplía las funciones de sumo sacerdote de la nación egipcia, si bien por razones prácticas delegaba el cargo y las obligaciones en sacerdotes de alto rango.
En el Antiguo Egipto, lo mismo que en Mesopotamia, estaba muy arraigada la creencia según la cual antes de que se creara el mundo existían fuerzas caóticas. En el acto de la creación esas potentes fuerzas fueron desterradas a los límites del mundo, pero siguieron inmiscuyéndose en la sociedad de dioses y hombres. De esta forma, los sacerdotes ayudaban diariamente a los dioses a sustentar la estructura del orden universal mediante la realización de ritos religiosos.
Durante el período del Imperio Medio (2040-1652 a.C.), en el gran templo de Ra, en Tebas, se celebraba una ceremonia para ayudar al dios del sol en su lucha diaria con la serpiente Apofis o Apep. Los sacerdotes tebanos de Ra sostenían que Apofis atacaba al dios del sol después del crepúsculo y que la batalla que se desencadenaba duraba toda la noche.
El ritual que los sacerdotes celebraban incluía la destrucción de una imagen mágica. Se escribía el nombre de Apofis en una efigie en cera de una serpiente o un cocodrilo, que luego era insultada y destrozada mientras el sumo sacerdote recitaba un hechizo. La magia (hike) se consideraba un arma eficaz contra los enemigos de los dioses y del faraón. De todas maneras, el hostigamiento diario que soportaba Ra palidece ante el terror que desencadenaba Tiamat, espíritu del mal de la religión mesopotámica.


Los egipcios creían que el alma viajaba por el mundo de los muertos,
donde Anubis, con cabeza de chacal, compara su peso con la pluma de la verdad.
Thot, el escriba con cabeza de ibis, apuntaba el resultado.


Cualesquiera que fuesen los objetivos de Akenatón en Tell al-Amarna, la consecuencia principal de los cambios que introdujo fue el debilitamiento del poderío egipcio. Cuando el país se recuperó de los trastornos religiosos, los ejércitos hititas ya habían arrebatado a Egipto el control de Siria. Aunque aún faltaban seis siglos para la independencia egipcia, ya estaba cumplido su período de poder en el extranjero. Canaán y Sinaí fueron gradualmente abandonados y Egipto se vio amenazado por potencias superiores a la propia. En seguida las dinastías extranjeras alternaron con las nativas hasta que los macedonios, a las órdenes de Alejandro el Grande, conquistaron Egipto en 332 a.C.


La puesta de sol sobre las cumbres salientes de las pirámides
incluye aspectos claves de la vida del antiguo Egipto.
Se inventaron incontables mitos para explicar el recorrido diario del sol a través del cielo,
y las pirámides conmemoran a los poderosos gobernantes de Egipto
y su obsesión con la vida después de la muerte.


Nunca más un monarca egipcio ocupó el trono de Egipto y comenzó el socavamiento de los valores tradicionales. Aunque la dinastía macedónica de los Tolomeo (305-30 a.C.) trató con respeto a los dioses egipcios, había tocado a su término la antigua relación entre el gobernante y los dioses.
Después de que en 30 a.C. los romanos se anexaran Egipto como provincia, se abandonó toda apariencia de continuidad con el pasado. La vieja religión se debilitó y a lo largo de los dos siglos siguientes fue reemplazada por otra: el cristianismo.
Las acciones de los dioses egipcios se olvidaron salvo en lo que se refiere a acontecimientos legendarios relacionados con los sitios en los que antaño se alzaron sus templos. Sin embargo, las antiguas habilidades del embalsamador fueron más perdurables. San Antonio (hacia 251-356 d.C.) estaba tan preocupado por el empleo cristiano de semejante práctica que expresó su deseo de tener un entierro corriente. Volvió deliberadamente la espalda a las tradicionales costumbres egipcias de enterramiento y dijo: «El día de la resurrección recibiré mi cuerpo incorruptible de manos de Cristo». Evidentemente los tiempos de Osiris habían fenecido.


El Enigma De Los Dioses Egipcios


Cuando se habla de Egipto se piensa al instante en pirámides y faraones, en el río Nilo, en la ciencia de los sacerdotes, en las momias de los personajes ilustres que resucitarán algún día, en los templos maravillosos y en las estatuas monumentales. Los libros de historia se han referido, desde los tiempos de los griegos, con gran admiración al arte egipcio, pero ¿han explicado en todas las ocasiones la verdad? ¿Puede creerse con los ojos cerrados todo lo que se ha venido diciendo acerca del Antiguo Egipto o se han cometido errores, por ignorancia unas veces y con mala intención otras, para mostrar una faz de este pueblo y de sus obras que, en ocasiones, corresponde exactamente a la realidad?


Momia de Ramses II. Aunque han transcurrido más de tres mil años
desde la muerte de este faraón, la pericia de los embalsamadores egipcios
permite reconocer sus rasgos, que revelan un carácter firme.
La cabeza está coronada por escasos cabellos, curiosamente teñidos de rubio.


Un Texto Que Consideraban Altamente Peligroso

Pocas personas han dejado de escuchar alguna vez el nombre de Ramsés, faraón que vivió durante el siglo XIII antes de Cristo: fue un gran guerrero que logró rechazar una invasión del pueblo hitita. Pero no fue por esta razón que ha logrado ser conocido entre nosotros. Su fama se la debe al descubrimiento de sus restos, en 1881. No hay quien no haya contemplado alguna vez en fotografía la momia de Ramsés, cuya cabeza se ha conservado perfectamente, con todo y sus cabellos rojizos; y su pésima dentadura ha venido a demostrar que debió sufrir en vida muy malos ratos. Su hijo, en cambio, hubiera pasado desapercibido de no haber ordenado quemar en cierta ocasión un libro que consideraba altamente peligroso.
Se llamaba Khaunas y tuvo ocasión de conocer una obra misteriosa, escrita por un personaje legendario acerca de cuya existencia muy poco logró averiguar. Contenía el libro terribles secretos. Su lectura concedía poderes sobre las cosas de la tierra, del cielo y del mar, revelaba una receta para resucitar a los difuntos y para dar órdenes a las personas, por lejos que se encontrasen. Quien leyera este libro sabría mirar al sol cara a cara, así como comprender el lenguaje de los animales.
¿Qué clase de libro era aquél que ordenó el faraón Khaunas tirar al fuego? ¿Un texto científico que no supo descifrar y por esta razón, igual que ha sucedido cada vez que un hombre ignorante se ha encontrado con algo superior a su entendimiento, le resultó más sencillo suprimirlo? ¿Existió en realidad aquella obra maldita o quiso inventar el episodio un cronista de la época, para rendir homenaje al buen juicio del soberano o para burlarse de las generaciones venideras?
Por fortuna, de vez en cuando se realizan en Egipto hallazgos que vienen a aclarar en parte algunos puntos oscuros de la historia. Unos arqueólogos encontraron en 1828 una estela de piedra del siglo IV anterior a nuestra era, cuya traducción informaba sobre el texto mencionado y aludía además a otras propiedades del mismo y al nombre del autor. Coincidía con el que dio el temeroso faraón: el divino Toth, a quien los antiguos egipcios representaban con cabeza de ibis, el ave sagrada del Nilo, a causa de su enorme sabiduría. ¿Y quién fue ese personaje llamado Toth?
Toth se presentó en Egipto procedente de un país situado más allá de donde se oculta el sol. Es decir, que vino del oeste, igual que otros dioses del firmamento egipcio. Su nombre recuerda de manera sospechosa al God anglosajón y al Gott germánico, pero de acuerdo con algunos estudiosos del tema tiene un origen atlante: Toth deriva de Tehutli. ¿Cuál era entonces el origen de ese Toth de quien se expresaban con tanto temor y respeto los egipcios?
¿Arribó de la Atlántida antes de ser borrado del mapa el legendario continente hundido en el océano en el corto plazo de una noche y un día? ¿De la lejana Hiperbórea acaso, llamada Tierra de Thule en las tradiciones escandinavas, que pudo estar entre Groenlandia e Islandia y que algunos autores identifican con la Gran Bretaña? ¿De las vecinas tierras del Sahara, antes de ser devoradas por las arenas del desierto? ¿O de un planeta ajeno al nuestro, según es opinión de quienes se han dedicado al estudio de los ovnis?
Cuando Toth pretendía enseñar, por medio de su libro, a mirar el sol cara a cara, sin temor a dejar ciego a nadie, ¿qué deseaba decir? Posiblemente encerraba el texto un simbolismo difícil de aclarar: ¿que no se debe temer a la verdad y que es preciso enfrentarse a la realidad sin miedo a las consecuencias? Pero también pudo aludir el sabio a un instrumento que serviría para contemplar el Sol, los planetas y las luminosas estrellas, de cuya observación resultaría el cálculo de las fechas en que se producirían los eclipses. Y quién sabe si el tratado en cuestión contenía también secretos de medicina y de alquimia.


Para realizar satisfactoriamente el viaje al más allá, .
los egipcios debían cumplir con los ritos plasmados en lo que
los egiptólogos han bautizado como Libro de los Muertos.
Parte esencial de estos papiros consiste en hechizos y
consejos para ayudar a los difuntos.


Cuando el faraón Khaunas ordenó la destrucción del libro de Toth -del cual, afortunadamente, lograron salvarse algunos fragmentos-, había pasado otrora su país por lo mejores tiempos.
Encontrábase Egipto en decadencia desde hacía un buen número de siglos. Muchos documentos del pasado habían sido destruidos, porque no eran comprendidos, igual que sucedería durante la Edad Media en Europa, cuando fueron quemados valiosos testimonios de la antigüedad.
Por fortuna, en el caso de Egipto llegaron un día los griegos a Egipto y quedaron tan admirados ante lo que vieron y ante lo que adivinaron, que se apropiaron de muchas cosas. Entre ellas, la figura del dios Toth.
Le cambiaron el nombre y lo convirtieron en Hermes Trismegisto, tres veces grande, supuesto fundador de la alquimia además de auténtico sabio, al decir de los filósofos esoteristas. Pero no fue Toth el único ser excepcional que, habiendo llegado del oeste, pasó su nombre a poder de los griegos.
Entre los dioses egipcios que los griegos harían suyos estaba Imhotep, quien realizó grandes cosas en Egipto. Además de ser el arquitecto de las primeras pirámides egipcias conocidas, que eran escalonadas y las levantó en la zona de Saqqarah, fue un médico genial. Poseía una técnica inigualable para realizar todo género de intervenciones quirúrgicas. Entre las más complicadas estaban la trepanación y las operaciones del corazón. Y existen testimonios que lo prueban.
Un documento escrito en lengua copta hallado hace unos años en la ciudad de Alejandría -los coptos eran cristianos de Egipto que decían descender de los antiguos habitantes del país-, que afirmaba ser copia de otro muy anterior, informaba acerca de cierta operación realizada con éxito notorio en tiempos de Djoser, faraón de la III Dinastía, que reinaba en Egipto en tiempos del famoso sabio Imhotep.
El papiro describía la operación en detalle: un oficial de la guardia recibió un lanzazo en el corazón, pero Imhotep, utilizando una técnica sorprendente, realizaría un trasplante de la víscera que devolvería la vida al militar.
Debió saber tanto este Imhotep que, con justa razón, sus contemporáneos lo considerarían poco menos que un dios. A partir de su muerte era lógico que sus proezas crecieran de tamaño. Los griegos se fijaron en su persona y tomaron a Imhotep como modelo para crear a Esculapio, dios de la medicina. Y para hacerlo más suyo le dieron a Apolo, el rubicundo dios solar, de padre.
El símbolo creado por Esculapio había pertenecido a Mercurio, pero en sus manos se convertiría en el símbolo de la profesión médica. Dice la leyenda que Esculapio encontró un día en su camino a dos serpientes que luchaban furiosamente entre sí. Interpuso entre los dos reptiles su bastón y ambos se enroscaron al mismo hasta quedar inmóviles.
Así se formó el caduceo, que ha sido adoptado por todos los médicos del mundo occidental como su símbolo. Quienes se dedican al noble oficio de curar suelen pegar en el cristal de su automóvil una calcomanía con figura de bastón con dos serpientes enrolladas sin detenerse a pensar que su origen es completamente absurdo. Ninguno ha caído en la cuenta de que este caduceo posee una asombrosa semejanza con la molécula en espiral del ácido desoxirribonucleico, más conocido como ADN, elemento primordial de la vida que rige la herencia biológica y cuya estructura es conocida desde hace unos pocos años nada más.
¿Se trata de una simple coincidencia el hecho de que el caduceo y la estructura de la molécula de ADN, tal como aparece en los tratados de biología, sean casi iguales? ¿Significa, por el contrario, que Imhotep sabía sobre medicina mucho más de lo que se suponía? ¿Acaso en la historia anterior a la conocida existió una ciencia avanzadísima que se perdió a causa de una catástrofe de proporciones gigantescas o a falta de hombres capacitados para perpetuar sus secretos?
Pero, regresando con Toth, bueno será saber que, además de la escritura que enseñó a los egipcios, se atribuía a este ser divino la redacción del Libro de los Muertos y la creencia, que se extendió a partir de entonces entre los egipcios, de que las almas de los difuntos viajaban a un lejano país llamado Amenti, situado al oeste, de donde resucitarían cuando llegase el momento. ¿Era ese Amenti el país de donde procedía Toth, una especie de paraíso perdido cuyo recuerdo jamás se borró de su memoria y hablaba de él a todas horas, con encendidos elogios, a los habitantes del país que deseaba civilizar?
¿Fueron Toth e Imhotep los únicos maestros que arribaron a Egipto procedentes del oeste? La respuesta es negativa. En varias pirámides de la zona de Saqqarah, que remontan a las primeras dinastías conocidas, se han hallado inscripciones que se refieren a otro personaje divino, que llegó a convertirse en un dios mucho más importante que los dos mencionados. Su nombre era Osiris.


Los griegos relacionaron el caduceo de Mercurio
con la figura de Esculapio, equivalente a Imhotep.


También Osiris sería plagiado por los griegos a la busca de dioses para su firmamento mitológico. Harían de él Cronos -llamado Saturno por los romanos-, cuyos padres fueron Urano, dios del cielo, y Gea, diosa de la tierra.
Resulta altamente revelador que los padres de Osiris fuesen también originarios del cielo y de la tierra.¿No sugiere esto la posibilidad de que el padre del dios egipcio arribase por la vía aérea y que su madre fuese una reina de aquí abajo, una mujer de belleza deslumbrante que cautivó al ilustre viajero? Este pasaje recuerda, muy curiosamente, al capítulo VI del Génesis bíblico, donde se habla de los hijos de Dios que se enamoraron de las hijas de los hombres.
¿Acaso el pasaje bíblico se inspiró en este episodio del nacimiento de Osiris, como tantos otros a los cuales nos asomaremos cuando llegue el momento? ¿Sucedió de la unión de los dos personajes -el celestial y el terrícola- que naciese Osiris, quien sería educado en el planeta de su padre y sería enviado a la tierra, al cumplir su mayoría de edad, para enseñar su ciencia a la ignorante población que sirvió a las órdenes de su madre?
Así opinan algunos autores que, cada vez que pueden hacerlo, dirigen la mirada al firmamento y buscan en él origen para todo lo terrestre. Desean creer que del cielo vinieron los primeros colonizadores del planeta. Tal vez están en lo cierto. Tal vez estén más de acuerdo con la realidad otras opiniones igualmente interesantes. Y una de ellas se ha querido inspirar en los orígenes del nombre de Osiris y en algunos aspectos de su existencia.
En el antiguo idioma de los egipcios se escribía el nombre Osir're, que era una palabra compuesta. La primera partícula era el nombre del personaje y la segunda correspondía al re, o nombre del astro solar. Pero esta partícula podría referirse también a una aureola luminosa que rodeaba la cabeza de aquel ser excepcional. ¿Era una aureola provocada por sus extraordinarias facultades y su mágica sensibilidad? ¿Era el resplandor causado por el casco espacial utilizado por Osiris cuando reflejaba los rayos del sol?
Este ser que los egipcios considerarían divino, en razón de sus obras sin igual, no convenció a todos al realizar tantas innovaciones. El malvado Seth terminó asesinándolo, molesto al verse desplazado por el extranjero. Cortó a continuación en pedazos el cuerpo de su víctima y los tiró al río Nilo, que los arrastró corriente abajo hasta llegar al mar.



Cronos, llamado Saturno por los romanos,
fue el plagio que hicieron los griegos de la figura de Osiris.


Fue una suerte que la esposa de Osiris lograse encontrar y reunir los fragmentos dispersos. Halló todos menos uno, el miembro viril, lo cual obliga a pensar que detrás de esta lamentable pérdida se oculta un oscuro simbolismo. ¿Quiere decir que a partir de entonces Osiris se negó a tener hijos, pues suponía que podría sucederles lo mismo que a él a manos de los egipcios? ¿Se arrepentía de haber desarrollado tantos esfuerzos y de haber dado su sangre en beneficio del pueblo egipcio y escogía aquella lamentable pérdida para significar a los egipcios que no le importaban ya nada?
Lo único que nos informa la mitología es que Isis insufló nueva vida al cuerpo de su ex-difunto, quien de todas maneras pocas ganas tenía de seguir realizando obras de caridad. Osiris se había casado con su propia hermana Isis, porque deseaba conservar pura su sangre divina, sin mezclas con los seres inferiores. Y este racismo, que sería castigado en lo que a Osiris más podía dolerle por un representante de la oposición, ¿no nos permite acaso pensar que tanto Osiris como Isis pertenecían a una raza que se consideraba superior, como la raza aria, por ejemplo?
Algunos autores son de la opinión de que el nombre de Osiris fue en realidad Osir'ris y que la partícula Osir coincide, aproximadamente, con el nombre de los legendarios Ases escandinavos, dioses de la mitología nórdica. De igual manera, conceden también un origen ario a la segunda partícula, puesto que ris significa gigante en las antiguas lenguas germánicas.
Tal vez lo anterior no pase de hipótesis gratuita, pero resulta muy curioso observar que en el capítulo VI del Génesis se menciona a la raza de gigantes, cuyos hijos nacidos en la tierra serían los héroes. Durante algún tiempo, esta palabra serviría para designar a los seres descendientes de los personajes celestiales, pero se utilizaría más tarde para identificar a todo género de hombres valerosos. ¿Y no podría derivar este término héroe del nombre del hijo de Osiris, que se llamaba Horus?
¿Fue Osiris un gigante de enorme estatura, que dejaba chiquitos a los primitivos egipcios? ¿Lo llamaron éstos gigante a causa de sus gigantescos conocimientos, igual que llamamos gigante en la actualidad a personas de notable intelecto, como sucede en el caso de Albert Einstein?
Resulta igualmente interesante observar la semejanza de este personaje Osiris con el legendario Quetzalcóatl prehispánico. Y también la del malvado Seth con el airado Tezcatlipoca, quien haría todo lo posible por desprestigiar, en lo que más le doliera, al ser venido a bordo de una nave resplandeciente desde el lugar donde asoma el sol en las mañanas.
¿Quiere esto decir que los matrimonios consanguíneos de algunos soberanos de la América prehispánica y la leyenda de Tezcatlipoca proceden de Egipto, así como buen número de viejas leyendas del continente? ¿O, por el contrario, fueron los pueblos de América los que se las enseñaron a los egipcios?


Osiris se casó con su hermana Isis, y Horus,
hijo de ambos, vengó a su padre asesinado por Seth.
¿Procede de Horus la palabra "héroe"?.


El Nilo: Un Río Misterioso


Nilo, símbolo del renacimiento y la vida eterna para los antiguos egipcios, ha sido durante los siglos el principio vital de su país. El río y sus orillas se contemplan desde el aire como una larga faja verde serpenteando a través del árido desierto. Esa faja es Egipto: la prodigalidad del Nilo lo creó, y permitió el desarrollo de una de las mayores civilizaciones de todos los tiempos.
El Nilo es, con sus 6.708 kilómetros desde su fuente más remota, el río más largo del mundo. Sus dos «orígenes» surgen de las profundidades de África. El Nilo Blanco brota de las aguas del lago Victoria, y fluye hacia el norte en dirección a Jartum, en Sudán, donde se funde con el Nilo Azul, más corto pero más caudaloso. Allí donde las aguas se reúnen es posible ver la confluencia de las aguas azuladas del Nilo Azul y las más claras, verde pálido, del Nilo Blanco.
Desde Jartum el río corre hacia el norte hasta El Cairo, donde se divide en dos importantes canales, uno de los cuales desemboca en el mar Mediterráneo en Damietta, a unos 60 kilómetros de Port Said; el otro prosigue hasta Rasid (la antigua Rosetta). En este lugar, en 1799, fue hallada la famosa piedra de Rosetta que ayudó a descifrar los jeroglíficos egipcios. Entre ambos brazos se extiende el delta del Nilo: 37.000 kilómetros cuadrados de tierra cultivable formada por ricos depósitos aluviales.


Durante siglos el Nilo ha sido la arteria vital de Egipto. En la tierra nutrida por sus aguas nació la gran civilización del antiguo Egipto, con sus templos de oro y sus pirámides.


Para los egipcios el Nilo era, y sigue siendo, el centro de su existencia. Facilitaba el crecimiento del grano, proveía el pescado y el valioso junco de papiro, y era utilizado como vía fluvial. La veneración del pueblo para con el río se advierte en el Himno al Nilo, compuesto presumiblemente durante el Imperio Medio (hacia 2050-1750 a.C.): «Salve, oh Nilo, que surges de la tierra, que vienes a dar vida al pueblo de Egipto.» El historiador griego Herodoto resumió con agudeza la relación entre el país y el río: «Egipto es un don del Nilo.»
En sus orígenes, el antiguo Egipto era llamado por sus habitantes Kemet, que significa «negro», a causa del contraste entre las oscuras tierras aluviales formadas por el sedimento de las crecidas y el leonado desierto que se extendía a ambos lados hasta perderse de vista. Al parecer, los egipcios consideraban que todos los ríos guardaban relación con el Nilo. Por ejemplo, una inscripción en una estela real de finales del siglo XVI a.C. describe al Eúfrates, el gran río de Mesopotamia que fluye de norte a sur, como cese río invertido que corre a contracorriente». En otras palabras, se consideraba que cualquier río que fluyera en dirección contraria al Nilo lo hacía de forma equivocada.
La característica más vital del Nilo para los habitantes de Egipto, desde la remota prehistoria hasta 1971, eran sus inundaciones anuales. Ese don del río procedía de las lluvias africanas y el deshielo de las nieves de las montañas de Etiopía que daban origen a inmensos torrentes. El río inundaba los campos adyacentes y, al retirarse las aguas, los dejaba cubiertos de una rica y fértil capa de limo. Fue esta fertilidad la que nutrió la antigua civilización egipcia.
El escritor latino Séneca describió lo providencial de las crecidas del río para los egipcios: «Es una hermosísima visión cuando el río inunda los campos. Las llanuras desaparecen, los valles se ocultan. Sólo las ciudades emergen como islas. El único medio de comunicación es la nave; y cuanto más sumergida queda la tierra, mayor es el júbilo de su gente.»
En tiempos de los faraones, el Nilo alimentaba las vidas de millones de personas en su recorrido á través del país. Había, por supuesto, años malos en que las inundaciones fallaban, como durante los siete años de carestía que según la tradición tuvieron lugar durante el reinado de Zoser, rey de la III dinastía (hacia el siglo XXVIII a.C.).
Pero casi siempre el río proporcionaba una vida holgada a quienes dependían de él, al menos a las clases altas, a juzgar por los versos escritos para celebrar la nueva capital de los faraones de la XIX dinastía al noroeste del delta, los bíblicos Ramsés: «La Residencia es agradable para vivir; sus campos rebosan de cosas buenas; están (llenos) de víveres y alimentos cada día, sus estanques de peces, y sus lagos de pájaros. Sus praderas son verdes y herbosas; sus orillas dan dátiles... Sus graneros están (tan) llenos de cebada y trigo (que) llegan casi hasta el cielo. Las cebollas y puerros son para el alimento, y la lechuga de la huerta, las granadas, manzanas, olivas e higos del vergel, el vino dulce de Ka-de-Egipto, que supera a la miel...»
Ka-de-Egipto, un viñedo del delta, así como la abundancia de hortalizas y frutas a las que se alude, no hubiesen existido sin el Nilo.
La agricultura de la región ha progresado desde aquellos tiempos: la simiente ya no es pisoteada por los carneros, o, como observó Herodoto en el siglo V a.C., por los cerdos. Algunos de los antiguos instrumentos todavía son de uso cotidiano, por ejemplo el shaduf, introducido durante el Imperio Nuevo (aproximadamente 1567-1085 a.C.). Este simple mecanismo permitía sumergir un cubo en el agua y luego elevarlo por medio de un contrapeso. En los años que siguieron a su invención aumentó considerablemente la extensión de tierra cultivada, y hoy día todavía es utilizado por los egipcios.
Pero el cambio más espectacular de los últimos años lo ha constituido la Gran Presa de Asuán, construida en 1971, y la consiguiente creación del lago Nasser, el mayor lago artificial del mundo. Ahora es posible irrigar durante todo el año; sin embargo, la gran inundación anual ya no existe, la crecida del río se ha reducido considerablemente, y el sedimento que a lo largo de los siglos sirvió a Egipto se ha visto mermado.
En algunos lugares el desierto está ganando terreno: allí donde los palmerales antaño prodigaban su fresca sombra, ahora sólo ondean unas cuantas frondas dispersas sobre la cima de las invasoras dunas, y los verdes campos están siendo devorados por las batientes arenas.


Dios Hapi. Personifica al Nilo, a la inundación periódica que sufría
Egipto cada año y a la fertilidad que éste aporta.


La vida cotidiana en el antiguo Egipto estaba entretejida de observancias y rituales religiosos. El río se asociaba con cierto número de dioses, siendo su deidad particular Hapi, Gran Señor de los Alimentos, Señor de los Peces. Según la creencia popular, Hapi era responsable de las crecidas, derramando el agua de su jarro sin fondo, sentado en una cueva protegida por serpientes al pie de las montañas de Asuán. Anualmente se hacían sacrificios en Yabal Silsila para asegurarse de que inclinara su jarrón en el ángulo adecuado: demasiado volcado podía significar un diluvio, y demasiado poco significaría sequía y hambre en todo el país.
Una estatua de Hapi, que se encuentra ahora en el Museo del Vaticano en Roma, lo muestra con 16 niños, cada uno de ellos de la altura de un codo. Esto simboliza el hecho de que si la crecida anual no alcanzaba los 16 codos (unos 8 metros), entonces la tierra no florecía y su gente padecía hambruna.
Hapi encarna al Nilo, pero el río también está vinculado con la vida y la muerte de Osiris, el dios del mundo de ultratumba. Simbólicamente, la historia de Osiris refleja la vida del gran río. Durante su reinado en Egipto fue asesinado por su malvado hermano Set, y los fragmentos de su cuerpo fueron esparcidos por todo el país. Su consorte, Isis, tras una concienzuda búsqueda, reunió los miembros dispersos y lo resucitó. Tras su resurrección, tuvieron un hijo, llamado Horus, el siguiente rey de Egipto que también fue divinizado. Entonces Osiris descendió para gobernar el mundo de ultratumba.
La vida y la muerte de Osiris simbolizan la muerte y resurrección anual del Nilo. El malvado Set es el ardiente viento del desierto que consume las aguas. Osiris está muerto cuando el Nilo está seco, y su cuerpo es encontrado por Isis el día de su crecida anual. Al igual que Osiris fecunda a Isis, creando nueva vida y esperanza, el río anega sus orillas para fertilizar los campos.
Osiris es el Nilo, Isis la tierra: la unión de ambos es la unión perennemente productiva del agua y del suelo.


Debido a la construcción de la presa de Asuán, los ingenieros se vieron obligados a trasladar los templos de Abu Simbel 64 metros más arriba, para que no fuesen sumergidos por las aguas de la nueva presa.


La prosperidad en torno al Nilo permitió a los egipcios edificar magníficos monumentos a lo largo de su cauce: templos y monumentos a los antiguos dioses y reyes. Inevitablemente, las exigencias del progreso han entrado en conflicto con la necesidad de preservar el pasado. Ambas consideraciones fueron espectacularmente reconciliadas con la construcción de la presa de Asuán, que salvó a los templos de Abu Simbel de ser sumergidos por las aguas. Los dos templos, esculpidos en las faldas de la montaña en la orilla oeste del Nilo, fueron trasladados, mediante una sorprendente obra de ingeniería que terminó en 1966, 64 metros más arriba de su emplazamiento original.
Los templos fueron construidos en tiempos de Ramsés II, el tercer rey de la IX dinastía. Durante su largo reinado (1290-1224 a.C.) se edificaron aproximadamente la mitad de los templos egipcios que subsisten, la mayoría erigidos para celebrar sus hazañas contra los hititas y conservar el imperio asiático de Egipto.
Ramsés también dejó su huella más abajo de Abu Simbel, a lo largo del río, donde un asombroso despliegue de monumentos rodea la antigua capital de Tebas. Allí se encuentra Karnac, uno de los templos más impresionantes del mundo. Los magníficos pilares de su sala hipóstila, elevándose a gran altura y formando grandes grupos con sus macizas basas, parecen concebidos para dar paso a grandes seres incorpóreos.
El enorme conjunto está dedicado al faraón Amón, de cabeza de carnero, dios de Tebas, ulteriormente identificado con Ra, el dios sol, y convirtiéndose en Amón-Ra, el rey de los dioses durante el apogeo de Tebas. Las ruinas cubren unos 20.000 m², y comprenden los restos de avenidas bordeadas de esfinges, enormes puertas de acceso, santuarios y templos, y un lago sagrado.
Junto a Tebas se encuentra Luxor, también dedicado a Amón; y atravesando el Nilo desde Luxor se extiende el Valle de los Reyes, donde fueron sepultados la mayoría de los monarcas de la VIII dinastía (aprox. 1570-1342 a.C.).
Los más famosos monumentos de Egipto se encuentran al norte, casi a la entrada del delta, donde se elevan los colosales volúmenes de las pirámides de Gizeh, últimas supervivientes de las Siete Maravillas de la antigüedad.
Junto a las orillas del Nilo, las humanas actividades diarias reafirman el antiguo ritmo de la existencia. En algunos lugares, éste parece haber cambiado apenas desde que los viajeros victorianos acudieran a pintar el río en todos sus aspectos, y pudiera no ser tan diferente de los tiempos de los faraones.

¿Representa La Esfinge A Un Ser Volador?


En razón del lamentable estado en que se encuentra la enigmática Esfinge de Gizeh resulta imposible determinar qué representa ni con qué fin la levantaron. No hay manera de saber qué clase de rostro es el suyo y si tuvo originalmente en el lomo un par de alas, como otras esfinges de menor tamaño que no han sufrido tan bárbaras mutilaciones. Y son muchos más los misterios que encierra esta estatua monumental, única en el mundo, cuyo nombre ha venido a convertirse en sinónimo de enigma sin solución.
Hay en la tierra un buen número de monumentos de piedra y de construcciones de la antigüedad acerca de los cuales se han realizado hallazgos que han venido a aclarar en parte el misterio que encierran. O han aparecido textos que alguna luz han aportado a cada caso y se han conservado tradiciones cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Si se estudian unos y otros con detenimiento algo aclararán y ayudarán a comprender más de un enigma cerrado a toda explicación.
Pero en la Esfinge de Gizeh, que se levanta entre las pirámides y el río Nilo, no ha sucedido lo mismo. Sigue impasible, resistiéndose a los intentos realizados para conocer su verdadera personalidad. En la llanura inglesa de Salisbury están los famosos Avebury y Stonehenge, formados por dólmenes y menhires enormes, donde se dice que los sacerdotes druidas adoraban al sol. Los romanos, con la perversa intención de desprestigiar a los habitantes de la isla que deseaban conquistar, dirían que en Stonehenge se celebraban bárbaros sacrificios humanos, pero en los últimos años el astrónomo Gerald Hawkins vino a demostrar, con la ayuda de una computadora, que el citado monumento de forma circular fue en realidad un observatorio astronómico.
En torno a la misma Gran Pirámide han circulado docenas de leyendas, plagadas de exageraciones algunas, que remontan a los tiempos de los árabes y de los griegos. Todas ellas son reveladoras. El interior de este monumento de piedra ha sido abierto en varias ocasiones y los matemáticos han deducido ciertas relaciones que todavía se ignora si fueron obra del azar o si tenían una finalidad bien determinada.
La relación de edificios poseedores de algún misterio que ha sido aclarado en parte seguiría con las cabezas monumentales de la isla de Pascua, las construcciones ciclópeas de Zimbawe, en el sur de África, las losas de Baalbek, consideradas por el soviético Agrest como pistas de aterrizaje para naves extraterrestres, y con muchos más.
Pero, aunque el lector se resista a creerlo, nada de esto nos ha aportado la Esfinge. Ningún dato se conserva, ninguna información se ha obtenido que pudiera conducir a la solución de su enigma eterno.


La Esfinge de Gizeh, maltratada y mutilada, sigue impasible, resistiéndose a los intentos realizados para conocer su verdadera personalidad. Da la espalada a las pirámides, como queriendo ocultar el secreto milenario de su personalidad. ¿Se descubrirá éste algún día y perderá su nombre el significado de enigma sin solución?.


Lo primero que sorprenderá al turista que acuda a admirar la Esfinge será su tamaño descomunal, que ha perdido gran parte de su forma original y que está esculpida en la roca viva, esa misma que forma la meseta de Gizeh y que sirve de base a las pirámides cercanas. No dejará de observar que desde la base de la estatua hasta la punta superior de su carcomida cabeza tiene la altura de un edificio de cinco pisos y que su longitud desde el extremo de las patas delanteras hasta lo que pudiera ser el comienzo del rabo, es igual a la anchura de un campo de fútbol.
Exclamará con asombro que se encuentra ante la estatua más grande del mundo, superada únicamente en elevación por la de la Libertad, pero por más que se devane el cerebro intentando calcular el número de obreros que trabajaron en la construcción de la Esfinge, o qué faraón ordenó crear el monumento, o si es su rostro el que en ella figura, le resultará imposible hacerlo. Y ningún texto de la antigüedad le ayudará a descifrar el misterio.
A los griegos les había fascinado la Esfinge desde muchos años antes de iniciarse la era cristiana. Quisieron en vano identificar a su constructor. Cuando Herodoto visitó Egipto le informaron los sacerdotes acerca de la Gran Pirámide, pero ninguno supo decirle nada sobre la Esfinge. Se limitaron a decir que le daban el nombre de hu, es decir, figura esculpida en la roca, palabra que los griegos convertirían en la que utilizamos ahora, quién sabe por qué.
Durante algún tiempo, los egiptólogos creyeron erróneamente que fue Tutmoses IV el faraón que ordenó esculpir la Esfinge, todo porque apareció su sello real en la piedra. Pero se vino a descubrir más tarde que todo remontaba a los tiempos en que, siendo un joven príncipe Tutmoses, fue a cazar al desierto y quedó tan agotado que se echó a dormir a la sombra de la Esfinge, totalmente cubierta por las arenas.
Se le apareció en sueños al cazador el dios Hermekhis y le suplicó quitar la arena que cubría a la estatua. Prometía recompensarlo muy pronto. El príncipe obedeció. La recompensa consistió en que murió Tutmoses III y subió al trono su hijo Tutmoses IV. Y como este faraón era un hombre agradecido, rindió homenaje a la Esfinge esculpiendo su nombre en la piedra, para que a partir de entonces se relacionase a ambos.
Y bien que los relacionaron. Porque, por culpa del sello, se tuvo la certeza largo tiempo que había sido Tutmoses IV el constructor de la Esfinge y que el rostro del extraño ser era el del faraón. Hasta que se cayó en la cuenta de que, habiendo vivido Tutmoses en el siglo XV antes de Cristo, no podía ser contemporáneo de la Esfinge, que era muy anterior.
Otra creencia que se vino por tierra fue la que tenía que ver con el sexo de la Esfinge. ¿Era de hombre o de mujer? No se pudo precisar tal cosa, en razón del mal estado de la cabeza, destrozada por culpa del viento del desierto, cargado de arena afilada como lija. Y también por culpa de los hombres. La historia nos informa que a comienzos del siglo pasado unos soldados turcos, los llamados mamelucos, se divirtieron utilizando la Esfinge como blanco para el tiro de cañón. Tan certera fue su puntería que su jefe, Mehemet Alí, los mandó degollar a todos en el momento de enterarse de la proeza.
Antes de proseguir con nuestro relato tendremos que detenernos un instante en un personaje egipcio, siquiera de pasada, porque más adelante lo contemplaremos con más calma. Y lo relacionaremos con una curiosa teoría ideada por un ruso de profesión médico que vivía en Nueva York desde 1939.
Immanuel Velikovsky publicó en 1952 un libro titulado Mundos en colisión, que le dio fama casi inmediata al mismo tiempo que le enajenaba el odio eterno de los sabios aferrados a la tradición, que hasta en Estados Unidos abundan. En su obra tan discutida atribuía al choque de un planeta errante -que pudo ser Venus, según él- contra la Tierra la serie de cataclismos que devastaron al mundo hace diez o doce mil años.
Siguieron a este libro dos igualmente interesantes: uno era Mundos en caos. El otro se titulaba Edipo y Akhenaton y se refería al mito de la esfinge, que tenía mucho que ver con este soberano egipcio. Akhenaton fue un soberano con madera de reformador religioso. Era un ser extraño que intentó implantar una religión de un solo dios para desplazar al politeísmo ancestral de los egipcios. Al parecer sentía por su padre Amenofis III un odio que tenía mucho de celos, y por su madre la reina Tyi un amor enfermizo, una pasión que los psiquiatras llaman complejo de Edipo cuando están de buenas.
Los griegos quedaron fascinados al conocer las peculiaridades de esta familia real, donde el padre se acostaba con su hija, el hermano con la hermana y los abuelos con las nietas. Fue por culpa de Akhenaton que nació la leyenda de tan brutales cruces consanguíneos, que daría forma a una de las tragedias más impresionantes de la literatura universal: la de Edipo, quien tomó por esposa a su propia madre, Yocasta.
Ignoramos si la esfinge egipcia tuvo algo que ver con el asunto del hijo enamorado de su madre. Muy posiblemente no, porque media un abismo de varios miles de años entre ambos, pero a los griegos les pareció muy oportuno apropiarse de ella para convertirla en monstruo mitológico con cabeza de mujer y cuerpo de león que colocaron a las puertas de la ciudad de Tebas, en la Beocia -recuérdese que había Tebas en Egipto y la había también en Grecia -para hacerle la vida imposible a los visitantes, fuesen maleantes o pacíficos ciudadanos.
Los detenía el extraño animal y les hacía una pregunta que se nos antoja tonta, siempre la misma, que nadie sabía contestar y que era el reflejo mitológico de las preguntas realizadas por los sacerdotes egipcios a los jóvenes más inteligentes que deseaban iniciarse en los milenarios secretos: cuál es el ser que camina con cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y utiliza tres al llegar la tarde. Nadie sabía contestar a esta sencilla pregunta y por ello eran devorados por la bestia. Pero no sucedió lo mismo al arribar Edipo a Tebas.



Edipo contesta la pregunta de la esfinge.
¿Se inspiró esta leyenda en la historia de Akhenaton y de Tyi?.


El año se divide en doce signos zodiacales, que corresponden a otras tantas constelaciones. Tres signos corresponden al equinoccio vernal, o de la primavera (Aries, Tauro, Géminis), los siguientes al solsticio de verano (Cáncer, Leo, Virgo), vienen a continuación los del equinoccio de otoño (Libra, Escorpio, Sagitario) y pertenecen los últimos al solsticio de invierno (Capricornio, Acuario, Piscis).


Constelaciones del zodíaco, formada por los doce signos del zodíaco,
dan lugar a los equinoccios de primavera y otoño y a los solsticios de verano e invierno.


La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar. Por culpa de ese balanceo, nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años el equivalente de un grado de arco. Puesto que la Tierra tiene 360 grados, cada signo del zodíaco comprende 30 grados, y han de pasar 2.160 años -72 multiplicado por 30-, aproximadamente, para pasar de un signo al siguiente, y unos 28.824 años para dar la vuelta a las constelaciones y regresar al punto de partida.
Este curioso fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad, donde le concedían una enorme importancia. A cada periodo de 2.160 años le daban el nombre de Era, y así ha seguido la costumbre hasta nuestros días. La era cristiana transcurrió bajo el signo de Piscis, como es bien sabido, y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, rigió al mundo la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios.
De acuerdo con los esoteristas y los astrólogos, esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. Explican que lo que se inició con Virgo, o sea una cabeza de virgen, se concluiría con Leo.
Con base en este razonamiento sugieren que la construcción de la Esfinge tuvo lugar a mitad de camino entre Virgo y Leo.
Multiplicaron por 2.160 el número de eras que se extienden desde la actual hasta la de Virgo y llegaron a una fecha aproximada: el año 10000 antes de Cristo. Fue en aquellos tiempos que, según opinión de los esoteristas, cierto pueblo de la antigüedad comenzó a levantar el monumento que ha venido a convertirse en sinónimo de enigma. Pero, ¿tiene algún sentido esta fecha tan anterior a la nuestra?
Cuando en el 590 a. C. visitó el legislador Solón, uno de los siete sabios de Grecia, la ciudad egipcia de Saís, los sacerdotes le hicieron unos cuantos comentarios acerca de un continente que se hundió en el océano unos nueve mil años antes. A1 sumar estos 9000 a los 590 de la visita del sabio griego resulta la fecha de 9590 antes de nuestra era, que se asemeja de manera sospechosa a la determinada por el cálculo de las eras zodiacales.
¿Sería cierto, después de todo, que algunos pobladores de la Atlántida lograron sobrevivir al repentino hundimiento y llegaron a Egipto, donde levantaron una estatua monumental con cuerpo de león y cabeza de mujer, para recordar que fue entre Leo y Virgo que desapareció para siempre su patria? Sin embargo, no faltan los eruditos que van más allá de esta fecha. Dicen que a esos 10000 años habría que sumar una vuelta adicional de las doce eras, hasta obtener los 38 mil años y fracción que demostrarían algo de la mayor importancia: la Esfinge es mucho más antigua de lo que se había creído hasta ahora.
Otro argumento esgrimido por los atlantólogos en favor de su afirmación es que la Esfinge fue dedicada por los sobrevivientes de la Atlántida al dios solar Hermekhis, cuyo nombre recuerda al Hermes de los griegos. Pero no aportan pruebas al respecto. Añaden que en las cartas del Tarot, supuestamente inventadas por los egipcios pero que son originarías de la Atlántida, existe una muy especial que representa a una enorme rueda adornada con varias figuras. La rueda simboliza a la precesión de los equinoccios y una de las figuras es nada menos que la Esfinge.
¿Se trata de una coincidencia? ¿Evoca la presencia de la Esfinge en el Tarot, según consideran los esoteristas, el hundimiento del legendario continente? ¿Sería cierto, después de todo, que los hipotéticos sobrevivientes de la hipotética Atlántida sumergida arribasen a Egipto y levantasen una estatua monumental, esculpida en la roca viva, que tenía el cuerpo de león y la cabeza de mujer y recordaría a las futuras generaciones la fecha en que tuvo lugar la gran catástrofe?
Lo malo de esta teoría es que pierde toda su fuerza cuando el interesado en el tema observa que la Esfinge no dirige la mirada hacia el oeste, donde se supone que estuvo la Atlántida, sino que le da la espalda a las pirámides para contemplar el lugar por donde asoma el sol a diario.

¿Acaso Llegaron Del Este Los Seres Con Alas?

A corta distancia de la milenaria ciudad de Bagdad, capital del actual Irak, se yergue la colina de Kujundschik, donde fue descubierta en el siglo XIX la biblioteca del rey Asurbanipal de Asiria, cuyo reinado (668-626 a.C.) señalaría el apogeo del imperio. Estaba formada esta biblioteca por tablillas de barro cocido, escritas con escritura cuneiforme. Los arqueólogos descifraron el texto y se encontraron con algo sumamente interesante y revelador: la epopeya del príncipe Gilgamesh, cuyo gran amigo Enkidu sería conducido al cielo por un toro alado.
Tiempo habrá de dedicar a este par de personajes la atención que se merecen. Nos ocuparemos ahora de los animales provistos de alas que tanto abundan, en forma de estatuas, en la región del Éufrates y del Tigris y en la vecina Persia. Estos animales alados recibían el nombre de querubines, que se da también en el Antiguo Testamento a ciertos ángeles del Señor. ¿Y no es curioso que la palabra ángel, que procede del griego angeloi, significa enviado o mensajero?
¿Quién enviaba estos mensajeros o estos querubines alados hasta la tierra para dar instrucciones a los seres humanos? ¿Puede identificarse a los seres divinos venidos del cielo con los extraterrestres tantas veces mencionados en la actualidad? ¿Descendieron en la Persia y la Asiria antigua estos señores del cielo y pasó la leyenda de sus idas y venidas hasta Egipto o procedía de otros lugares?
En la antigua India sentían gran admiración por cierto Garuda, mitad humano y mitad pájaro volador, que acudía a este país a transmitir las órdenes dictadas por sus amos. Los persas se apropiaron de esta figura -robar ideas a los demás es algo tan viejo como el mundo- y le dieron el nombre de Simorgh, ave monstruosa que se desplazaba unas veces por el cielo y otras por la tierra. Los sabios de Babilonia relacionaron a este Simorgh con el ave fénix, que renacía de las cenizas después de morir envuelto en llamas.
¿Encierra este ave fénix un símbolo que durante largo tiempo no pudo ser descifrado? ¿Significa que los ignorantes terrícolas habían visto a los señores del cielo en el momento de aterrizar en sus naves de fuego, lanzando enormes llamaradas, y que veían salir de su interior a unos seres maravillosos, como si el pájaro alado renaciese de sus cenizas cuando lo creían muerto?
Este Simorgh era lógico que se convirtiese más tarde en símbolo del poder, igual que sucedería con la versión del toro. Los griegos se apropiarían del cuadrúpedo alado para convertirlo en el caballo Pegaso, que sirvió de cabalgadura al héroe Belerofonte para matar al monstruo llamado Quimera, y también en el águila que raptó al hermoso Ganímedes. Los romanos adoptaron más tarde al águila como su emblema y lo mismo harían casi todos los países del mundo, sin saber sus gobernantes cuál era el verdadero origen del ave.



¿Fue un toro alado como éste hallado en Nínive, el que se llevó por los aires a Enkidu,
o simboliza a un ser capaz de volar en una nave?



¿Por Qué Levantaron Los Egipcios Las Pirámides?


De todos los monumentos de piedra conocidos en el mundo, son las pirámides los que han causado desde siempre mayor admiración e interés, en especial la atribuida al faraón Keops, que suele recibir el nombre de Gran Pirámide. Pero así como se han dedicado a estas construcciones elogios de toda clase, tampoco han faltado los personajes, de todos los tiempos, que han querido ver en ellas un ejemplo de la vanidad de los hombres.

En los inicios de la era cristiana, el romano Plinio el Viejo, ese mismo imprudente sabio que se aproximó demasiado al Vesubio en erupción y no vivió para contar su temeraria experiencia, decía que las pirámides fueron loca ostentación de unos reyes vanidosos, sin caer en la cuenta de que faraones poderosos como Ramsés II o Amenofis III, bajo cuyo reinado surgieron las estatuas de veinte metros de Abu-Simbel y los colosos de Mennón, que debieron ser tan vanidosos o más que los otros, jamás tuvieron su pirámide personal.

Otro sabio que se metió con las pirámides fue el historiador Flavio Josefo (37-95 d.C.), quien escribió obras tan importantes como Antigüedades judaicas y Las guerras de los judíos y que, al aludir en algún momento de su existencia a las presuntas tumbas faraónicas, declaró que eran construcciones tan gigantescas como inútiles.

¿Conocía Flavio Josefo -quien era judío, como el lector habrá adivinado al instante- cuál fue la verdadera utilidad de las pirámides? ¿Creía que sirvieron de tumba a los faraones, como se viene repitiendo desde hace cientos y miles de años, o tenían otra utilidad? Para los judíos, la palabra pirámide procedía de otra de origen hebreo que quería decir trigo, y la aplicaban a los enormes graneros de piedra utilizados por José para conservar las cosechas y lucirse ante el faraón en los años de hambre.

Pero Flavio Josefo no era ningún tonto. Sabía muy bien que las pirámides eran muy anteriores al arribo de José a Egipto y que jamás pudieron ser depósitos de granos, por esta sencilla razón: penetrar los hombres cargados con costales de trigo, que debían pesar lo suyo, a través de los angostos pasajes, sin aire casi para respirar, hasta llegar a una sala de reducidas dimensiones, ¿acaso no debió parecer al historiador judío la tarea más absurda del mundo, además que debió ser un trabajo de los mil diablos?

No hay duda de que Flavio Josefo no sintió jamás gran aprecio por las monumentales pirámides ni por nada que oliese a egipcio. Después de todo era judío. Pero los griegos no opinaban igual. Cuando Herodoto se presentó ante la Gran Pirámide quedó maravillado, tanto que creyó con los ojos cerrados las exageraciones que le contaron los sacerdotes egipcios. Los romanos pusieron también los ojos cuadrados al contemplar las pirámides, así como los viajeros árabes y otros visitantes de Oriente llegados a Egipto a partir del triunfo de Alá. Estaban seguros de que sólo unos magos pudieron levantar aquellos monumentos increíbles.

También los turistas europeos de la Edad Media que se aproximaron a las pirámides abrieron la boca de asombro, pero eran tan pocos ellos y tan incultos los europeos de aquellos tiempos que nadie creyó en sus frases de elogio. Hubo que esperar el arribo del ejército napoleónico, en julio de 1798, a los ocultistas que les siguieron y a los egiptólogos que arribaron pisándoles los talones, para que se comenzara a dudar de cuanto dijeron Plinio, Flavio Josefo y los demás.

Algo debían poseer las pirámides, además de su innegable majestuosidad, se dijeron, para entusiasmar a quienes las contemplaban. Y comenzaron a estudiarlas con ahinco, para averiguar para qué sirvieron. Y así se ha seguido hasta la fecha.



La Gran Pirámide de Keops. Todos los historiadores, arqueólogos y egiptolólogos, entre otros, se han hecho la misma pregunta: ¿Por qué levantarón los egipcios las pirámides y con qué finalidad?. ¿Acaso no fueron ellos quien las construyeron, y simplemente se dedicaron a decorarlas con sus relieves y jeroglíficos?


La toponimia es la ciencia de descubrir el sentido de una palabra, casi siempre lugar geográfico, a partir del nombre que tiene en la actualidad y comparándolo con el que tuvo en otros tiempos.

Esto quiso hacerse con el origen de la palabra pirámide, sin saber si era de origen egipcio, judío, griego o muy anterior, perteneciente tal vez a una lengua que ya no existe. Por culpa de este desconocimiento se ha querido dar varios significados a la palabra.

Recuérdese que una misma palabra cambia al pasar de un pueblo a otro que lo domina. Cuando a Herodoto le dijeron que la Gran Pirámide fue construida por el faraón Khufu, se le hizo sencillo darle el nombre de Keops, porque resultaba más familiar a sus oídos. De igual manera, cuando los españoles escucharon en Tenochtitlan el nombre considerado bárbaro por ellos de Huichilipochtli, consideraron que resultaría más grato si lo llamaban Huichilobos.

Algunos autores han querido ver la relación 3.1416 en el nombre de la pirámide, recordando que la suma de los cuatro lados de la base dividida por la mitad de la altura es aproximadamente igual a pi. La siguiente partícula, que es ra, coincide según ellos con el Ra, o dios solar, tan respetado por los egipcios, y vienen así a confirmar que la Gran Pirámide fue un templo dedicado al culto solar, entre otras cosas.

¿Es ésta la versión más apegada a la verdad? No, exclaman otros autores, convencidos de que esta palabra se inicia con el término griego pyr, que significa fuego. Surgen entonces dos alternativas: una, que la pirámide tiene forma de llama, explicación que se antoja ridícula para quienes pretenden aproximarse a la verdad. Declaran éstos que el fuego de la pirámide no está en su forma, sino que ese fuego arde en su interior. Y en apoyo de sus palabras dicen que los griegos habían oído hablar de ciertas propiedades de las pirámides, sin saber exactamente en qué consistían, y que por esta razón les dieron este nombre, sin comprobar si procedían correctamente.



Dios Ra: dios creador y personificación del Sol. Suele aparecer
como un hombre con cabeza de halcón o de toro y
también tocado por el disco solar.


Los libros que se ocupan de describir a la majestuosa Gran Pirámide jamás se molestan en aludir a la visita que cierto francés llamado Antonio Bovis le hizo a comienzos del presente siglo, mucho menos al descubrimiento que realizó en la llamada Cámara del Rey, del cual obtendría muy jugosos beneficios económicos medio siglo después un ingeniero checoslovaco cuyo nombre era Karol Drbal.

Este monsieur Bovis recorrió la Gran Pirámide de un extremo al otro, se internó por los largos corredores, anduvo por la Gran Galería y llegó finalmente a la Cámara del Rey. Y entonces se encontró con algo que lo dejó intrigado. En el suelo de piedra de la cámara estaban tirados los cuerpos sin vida de ratas, insectos y de algún gato que entró por error donde no debía y murió de pánico y de hambre, al no encontrar la salida.

Pero lo más extraordinario del hallazgo era que todos los animales estaban completa y absolutamente deshidratados, convertidos en auténticas momias. ¿Era el aire seco del desierto, que con gran dificultad alcanzaba hasta el interior de la pirámide, el culpable del curioso fenómeno? ¿Se debía a una desconocida propiedad de la construcción, que sería bueno investigar?

Bovis regresó a su patria y fabricó un modelo a escala de la Gran Pirámide, de madera, y la orientó de acuerdo con el eje magnético del planeta, como había leído que se encuentra la construcción. A continuación fue en busca del primer voluntario para realizar una prueba. Quiso la mala . suerte que pasara un gato cerca, que fue sacrificado en aras de la ciencia e introducido en el interior de la pirámide casera, sobre una pequeña plataforma situada a dos tercios de la punta superior. Y se dispuso a esperar. ¿Se pudriría el gato? ¿Le sucedería lo mismo que a los animales hallados en la Gran Pirámide egipcia?

Sucedió entonces algo que parecía desafiar a las leyes biológicas, a las leyes físicas y hasta a las del sentido común: a pesar de que monsieur Bovis vivía en una población húmeda y fría, tan diferente de la atmósfera seca del desierto egipcio, el gato se convirtió en cosa de días en una momia perfecta. ¡La pirámide a escala funcionaba!

Envió el científico aficionado un informe a los periódicos y a la Academia de Ciencias de París, contando lo sucedido, muy ufano por el descubrimiento que acababa de realizar. Pero, al igual que sucede cada vez que un ser humano tiene una idea brillante o inventa algo que se sale de lo cotidiano, los científicos y los periodistas tildaron a Bovis de loco y estúpido y le aconsejaron dejar estas cosas a quienes sí sabían de ellas. Así que monsieur Bovis, que no deseaba enojarse, tiró la pirámide de juguete a la basura, con todo y la inocente momia gatuna, y decidió olvidarse del asusnto. Y el asunto quedó durmiendo el sueño de los justos hasta el año 1949.


Se han realizado experimentos con modelos a escala de la Gran Pirámide de Keops, introduciendo alimentos en su interior, los cuales se secaron rápidamente en vez de pudrirse. También se ha experiemntado con cuchillas de afeitar gastadas, las cuales volvieron a estar afiladas tras permanecer dentro de la pirámide.


Nueve años antes, los norteamericanos Veme L. Cameron y Ralph Bergstresser habían realizado experiencias con piramiditas e incluso escribieron un libro que nadie compró, pero el checo Karol Drbal leyó en 1949 alguna referencia a la pirámide del francés y quiso repetir la curiosa experiencia. No le importaba el qué dirán si a cambio de esto lograba divertirse con el aparatito. Pero no se limitó a introducir animalitos muertos en el modelo que fabricó.

Hizo la prueba con un dedo lastimado, para ver qué sucedÍa, repitió el experimento, con hojas de plantas, huevos frescos, pedazos de carne y fruta. Y también, quién sabe por qué razón, repitió la experiencia con hojas de afeitar usadas.

Obtuvo resultados increíbles. Que secasen las heridas del cuerpo o que se momificasen los animales muertos, era algo que había esperado, pero ¿cómo era posible explicar lo que sucedió con las hojas de acero?

Construyó la primera pirámide en serio, que tituló Pirámide afiladora de hojas de afeitar, y fue a presentarla en la oficina de patentes. Se rieron de él. No se desalentó y siguió insistiendo, hasta que en 1959 accedió a realizar con la pirámide una experiencia el jefe de la oficina y quedó tan convencido que dieron al invento el número de patente 91.304.

Drbal se puso a fabricar pirámides a escala, de 15 centímetros de altura, pero de diferentes materiales -madera, cartón o plástico-, hasta que finalmente utilizó la espuma de poliestireno.

Comenzó a ganar dinero con los objetos curalotodo, que no tardaron en ponerse de moda en Europa y muy pronto cruzaron el mar para enseñar a los norteamericanos lo que debe hacerse cuando se corta alguien un dedo o en otras ocasiones igualmente importantes. Entre otras cosas, se descubrió que las pirámides de juguete arreglaba los relojes descompuestos y devolvía el vigor perdido a los importantes.

Por su parte, los ocultistas añadieron otra propiedad de la pirámide: se escribe un deseo en un papel, se introduce en la pirámide encontrándose orientada de norte a sur, y no tardará en ser concedido el deseo.


El poder de la pirámide puede ser concentrado dentro de
un marco de forma apropiada, según afirman algunos.


Los fabricantes de hojas de afeitar aconsejan no pasar un trapo, ni siquiera limpio, por el filo, sino lavar la hoja bajo un simple chorro de agua. Esto es debido a la estructura cristalina del filo. Una acción brusca puede eliminar los cristales y dejar inservible la hoja.

Los cristales son como seres vivientes, puesto que crecen y se reproducen por sí solos. Algunos cristales, como los del cuarzo, poseen la propiedad de emitir débiles corrientes eléctricas al ser estrujados, como si fuera una protesta contra el mal trato. En cuanto a la hoja de afeitar, desaparece una buena parte de sus cristales al ser usada. En teoría, hay razones para suponer que al paso del tiempo estos cristales llegarán a reponerse, si la hoja no se oxida antes. Pero sucede que al colocar la hoja en el interior de la pirámide, por pequeña que sea, el fenómeno se acelera. ¿Cómo explicar este aparente milagro?

Sabemos que el Sol envía sus rayos luminosos en todas direcciones y que al chocar contra objetos como la Luna, esa luz del sol se polariza y comienza a vibrar en una sola dirección. Esta luz polarizada es susceptible de destruir el filo de una hoja de afeitar expuesta a la luz de la luna, pero no explica el efecto contrario, tal como se produce dentro de la pirámide. ¿Acaso la Gran Pirámide y sus imitaciones de bolsillo actúan como lentes capaces de recoger la energía cósmica, o como catalizadores que aceleran el crecimiento de los cristales?

Otro checo que deseaba también descubrir una propiedad maravillosa y enriquecerse al mismo tiempo, un tal Robert Pavlita, desarrolló poco más tarde el llamado generador psicotrónico, una máquina supuestamente capaz de almacenar energía originada en la mente humana. Cuando una persona se concentra en algunos puntos del generador, atrae éste energía no magnética y se mueven entonces los pequeños motores que funcionan en el vacío, además de purificarse el agua contaminada y acelerar las plantas su crecimiento. Este señor Pavlita afirma que su máquina puede leer la mente, controlar los pensamientos, predecir el futuro y comunicarse con entidades de otros planos de la existencia.

Lo más curioso de esta máquina psicotrónica es que no la inventó Pavlita. Confiesa que halló el principio en viejos manuscritos que existen en la Biblioteca de Praga: tratados de magia negra basada en una tecnología ocultista desarrollada por una civilización anterior a la egipcia y a la sumeria.

Quién sabe si el invento de este segundo checo pueda tomarse en serio, pero es indudable que el hallazgo de Drbal está inspirado en misteriosas fuerzas que el ser humano todavía desconoce.


Planos de las pirámides de Kefrén y Mikherinos. Se pueden apreciar las distintas cámaras y corredores que poseen estas dos pirámides de la Meseta de Gizeh.


¿Engendra la geometría tan especial de la pirámide un campo magnético en su interior, en combinación con las fuerzas telúricas? La verdad es que se ignora cómo opera este fenómeno, que tal vez conocían los antiguos egipcios. ¿Descubrieron esta fuerza accidentalmente y decidieron utilizarla en su provecho? ¿Existió una raza supercivilizada que conocía el secreto de la energía piramidal y se lo enseñó a sus discípulos, los sacerdotes egipcios?

La ciencia comienza a cambiar. Algunos sabios de mente más abierta se apartan ya del dogma absurdo que los ha mantenido sumergidos en el fácil conformismo y comienzan a interesarse en los misterios que acompañan al hombre. Están estudiando las características físicas y geométricas de las pirámides en general, seguros de que ocultan grandes cosas. Hacen caso omiso de lo tradicional y de las leyes establecidas y buscan una función física posible de la forma piramidal.

Están ahora seguros de que, por su forma terminada en punta, las pirámides acumulan la energía cósmica, las vibraciones magnéticas y las ondas energéticas desconocidas. Es decir, que las pirámides actúan como condensadores, como cristales polarizados de aumento de ciertas manifestaciones de la energía. Aceleran la velocidad y la intensidad de las ondas telúricas procedentes de las capas freáticas sobre las cuales levantaron los antiguos estas construcciones, creando en su interior un vacío biológico que es capaz de provocar cambios en la materia orgánica.

No hay duda de que si los egipcios, los mayas, chinos, olmecas, babilónicos y toltecas construyeron las pirámides cerca del agua o sobre mantos acuíferos, era porque conocían el secreto de la liberación de inmensas cantidades de energía. Conocían también las alteraciones del campo magnético terrestre y su intensidad, y por esta razón acondicionaron las pirámides en lugares donde, según habían descubierto, era más intensa la influencia cósmica. Y estos lugares se encuentran en una angosta faja, a la altura del Trópico de Cáncer.

La Tierra está sometida a una interacción electromagnética y radiactiva con los otros planetas de nuestro sistema solar, que influyen decisivamente en la vida orgánica. El campo magnético intercepta a las radiaciones cósmicas, y las partículas procedentes del cosmos describen trayectorias que se orientan de acuerdo con las líneas del campo magnético. Esto tampoco lo ignoraban los egipcios -o sus maestros-, quienes consideraban además que el Sol tiene mucho que ver con este fenómeno. Con justa razón lo consideraban sagrado. Y sabían igualmente los egipcios que las manchas y las tormentas solares influyen en los seres humanos y en la vida que los rodea.

Lástima que estos fenómenos fuesen olvidados a partir de la caída de Roma, cuando se abatieron sobre el mundo las tinieblas de la Edad Media y sólo algunos sabios solitarios, como los alquimistas, siguieron estudiándolos, gracias en parte a los viejos documentos que lograron rescatar.

Fue la intervención de Antonio Bovis la que impulsaría más tarde el estudio de las pirámides. Se han comenzado a estudiar las propiedades de las pirámides y que influyen no sólo en la materia, sino también en la mente. Los enfermos atendidos en salas de forma piramidal mejoran antes, tanto del cuerpo como del espíritu.


¿Resucitarán Algún Día Los Faraones?

Los sacerdotes de las primeras dinastías egipcias anteriores a los conocidas no eran ajenos a las propiedades de las pirámides. Las utilizaron en beneficio de los faraones muertos, para que se conservasen eternamente, convertidos en momias deshidratadas, como si fuesen ciruelas pasas o carne seca, que recobran parte de sus propiedades al humedecerse.

¿Con qué objeto realizaban los sacerdotes esta cuidadosa operación, que dejaba al faraón listo para desafiar al tiempo? ¿Pensaban acaso que los faraones resucitarían algún día, o estaban seguros de que así sucedería?

A cualquiera de nosotros nos parecerá esta posibilidad sumamente aventurada, por no decir absurda, y sin embargo aceptamos en la actualidad los beneficios de la criogenia. En algunos países de América y de Europa existen sociedades criogénicas, que se dedican a conservar a muy baja temperatura los cadáveres de seres que murieron con la esperanza de ser resucitados en el futuro, cuando se descubra el remedio para el mal incurable que los condujo, irremediablemente a la tumba.

Científicos soviéticos han logrado congelar durante un corto tiempo vísceras de animales que volvieron más tarde a la vida. De igual manera se utiliza el frío para conservar el esperma de los sementales y aplicarlo en la fecundación artificial. En consecuencia, no hay por qué no aceptar la posibilidad de que algún día pueda realizarse la misma operación con un cuerpo humano entero.

Tal vez para este fin sirvieron las pirámides. Parece tema para una novela de ciencia ficción y sin embargo los científicos han contemplado el problema con mucha atención. En 1951, la bióloga soviética Olga Lepichinskaya había afirmado ya que las células del organismo pueden ser reconstruidas, en teoría. Más tarde, el Dr. Elof Carlsson, de la Universidad de California, añadiría que, también en teoría, es posible reconstruir una momia, aunque haya permanecido muerta durante miles de años.

Para ello, sería preciso retirar un gen del tejido modificado y obtener del mismo las moléculas de ADN necesarias para reestablecer el código genético del individuo en cuestión. Se extraería a continuación el núcleo de una célula fértil de un ser humano cualquiera, que sería sustituida por el núcleo obtenido a partir del tejido momificado. La operación parece una locura, por supuesto, pero los biólogos estiman que podrá realizarse antes de que haya transcurrido un siglo más.

¿Era por esta razón, entre otras, que los maestros de los primeros egipcios les aconsejaron levantar enormes edificios de piedra, de forma piramidal?

En algún momento de la historia, los egipcios dejaron de construir pirámides. ¿Sería porque perdieron el conocimiento exacto de sus propiedades maravillosas? Debió existir un faraón que tenía una idea muy vaga de las ventajas que proporcionaban estos edificios, y aunque deseaba levantar una pirámide para seguir con la tradición, llegó a la conclusión de que no disponía de los medios suficientes.

Hicieron cálculos sus ministros y sus sacerdotes y cayeron en la cuenta de que harían falta docenas de miles de hombres en la construcción, que no habría suficiente trigo en todo el país para alimentarlos, que ni siquiera habría espacio vital para que los obreros pudiesen moverse, que la tarea llegaría a su fin muchos años después, cuando el faraón no pudiese gozar ya de las muchas ventajas atribuidas a la pirámide. La verdad es que había olvidado la técnica de construir pirámides.

Se le ocurrió mucho más sencillo. Los sacerdotes se dedicaron a sacar las vísceras de los difuntos faraones, por la nariz o por una pequeña incisión practicada en el vientre, que guardaban muy cuidadosamente en unos recipientes. En cuanto al cuerpo, pensaron que lo mejor sería envolverlo en vendas previamente impregnadas de aceites y esencias. El clima se ocuparía de lo demás. Nada se perdería de los faraones, y el día que fuesen a resucitar no tenían más que ir en busca de las vísceras que les quitaron, que dejaron al alcance de su mano los sacerdotes.

En lo que a las construcciones se refiere, los sacerdotes les concedían unas virtudes mágicas, que no sabían en qué consistían. Así que aconsejaron a los arquitectos seguir levantando pirámides. Pero serían unas pirámides distintas.

En el Valle de los Reyes, lugar escogido por los faraones de las siguientes dinastías para ubicar sus tumbas, que eran todas subterráneas, existe una pirámide muy singular, recortada en lo alto de un cerro imponente que domina el paisaje.

Otro tipo de pirámide, más estilizada y más elegante, pero acerca de cuyas virtudes conservadoras nada se ha dicho, porque posiblemente no existan, es el obelisco, que apareció en las tumbas y en algunos templos.



Momia del faraón Ramses III. Los sacerdotes egipcios momificaban
a los difuntos con la intención de que algún día resucitarían.



En estos vasos canopos los sacerdotes introducían las vísceras de los difuntos antes de momificarlos. Había cuatro vasos canopos distintos, donde cada uno de ellos albergaba un órgano distinto. Es decir el de cabeza de hombre contenía el hígado, el de cabeza de mono los pulmones, el de cabeza de chacal el estómago y el de halcón los intestinos.


¿Quién Fue El Primer Constructor De Pirámides?


Se tiene la casi certeza de que el primer ser humano que construyó una pirámide en Egipto fue el legendario Imhotep, el ingeniero más grande de su época, muy superior a Dédalo, autor del laberinto de Creta donde sería encerrado el Toro de Minos. Este Dédalo -personaje que muy bien pudieron copiar los griegos de Imhotep- inventó un robot que lanzaba rocas desde un acantilado a los barcos que se aproximaban demasiado, además de idear unas alas recubiertas de cera que condujeron a la muerte a su hijo Icaro. Esta primera víctima de la aviación, ¿simbolizaba acaso a la ignorante humanidad que no estaba aún en condiciones de utilizar los aparatos fabricados por sus maestros?


También se ha querido identificar a Imhotep con Prometeo, personaje de quien nos ocuparemos más adelante. En esta ocasión se dedicará la atención a este hombre que construyó en tiempos del faraón la primera pirámide escalonada, en la región sagrada de Saqqarah.


El 5 de octubre de 1964, Walter Bryon Emery inició la tarea. Suponía que, puesto que la tumba de Imhotep no había sido hallada, podía suponer que jamás fue saqueada por los ladrones y que este hombre genial supo tomar precauciones antes de su muerte. Sin embargo, Emery estaba convencido de que Imhotep construyó su propio mausoleo, aunque no pensó jamás utilizarlo, y que tenía que ser diferente de la enorme pirámide escalonada construida para el faraón Djoser.


Descubrir la tumba significaría alcanzar un completo conocimiento del antiguo Egipto. Pero ¿dónde iniciar las excavaciones, si carecía de información? El día 10 de diciembre descubrió a diez metros de profundidad el pozo de excavación de una tumba de la dinastía de Djoser, frente a una red de corredores que se interrumpían bruscamente. Sólo halló el inglés en aquel lugar unas momias de ibis, el ave sagrada del Nilo. Siguió Emery buscando algún tiempo más, sin obtener resultados.


El jueves 11 de marzo de 1971, derrotado ante tantos fracasos, víctima del desaliento más completo, Walter Bryon Emery murió en el hospital británico de El Cairo. Algunos colegas declararon que era una víctima más de la maldición faraónica, que a nadie perdona, y relacionaron su muerte con la del eminente arqueólogo egipcio Zakaria Ghoneim, acaecida unos años antes, quien también sintió un enorme interés por la región de Saqqarah.


Había iniciado el profesor Ghoneim la exploración de una pirámide cercana a la de Djoser, que no terminó de construirse, por causas que se ignoran. Los arqueólogos habían buscado sin éxito la entrada a esta pirámide, hasta que apareció Ghoneim y dio con ella. Pero no se debió a la suerte, sino gracias a unos cálculos realizados con base en la estructura de la pirámide principal.


Los trabajos fueron arduos. Dos veces tropezaron los obreros con barreras macizas infranqueables y se produjeron hundimientos. Finalmente, el arqueólogo y sus colaboradores llegaron a una cámara funeraria situada a unos cuarenta metros bajo el nivel del suelo. Y dieron comienzo al instante los misterios.


En el centro de la cámara vieron un sarcófago de mármol cerrado herméticamente. Estaba intacto. Ningún ladrón de tumbas lo había abierto. Pero al levantar la tapa, Ghoneim recibió la gran sorpresa: no apareció ninguna momia en el interior del sarcófago. La presencia de las joyas, además de los sellos inviolados, descartaban la posibilidad de cualquier robo. ¿Estuvo el sarcófago vacío desde siempre, para engañar a los posibles profanadores? ¿Sirvió de morada ocasional al huésped, que sería trasladado a otro lugar más seguro, una vez momificados sus restos mortales ?


El profesor Ghoneim supuso entonces que existía otra cámara sepulcral en esta pirámide. Todo obligaba a creer en ella, igual que Herodoto estaba convencido de que la Gran Pirámide ocultaba una cámara subterránea, rodeada por las aguas del Nilo, donde se conservaba perfectamente la momia del faraón que la mandó construir.


El arqueólogo egipcio descubrió finalmente otra entrada y penetró por ella, dispuesto a dar con la cámara secreta. Todo parecía indicar que no tardaría en alcanzarla y descubrir así el secreto de la pirámide. Pero jamás se pudieron cumplir sus deseos.


Se produjo por aquellos días la crisis de Suez, cuando Egipto nacionalizó el Canal y el país pasó por momentos muy difíciles. Se suspendieron los trabajos en Saqqarah y, cuando algún tiempo después fueron las autoridades en busca del profesor Zakaria Ghoneim, ya no pertenecía a este mundo. Había comenzado a sufrir pesadillas y fuertes ataques de nervios, a raíz de sus trabajos en la zona de Saqqarah, y terminó quitándose la vida en 1959.



Entrada a la tumba del faraón Djoser.



Hoy en día no hay empresa constructora, que pudiera igualar la hazaña conseguida por los antiguos egipcios en la construcción de las pirámides. Algunos han intentado construir una réplica a escala, siete veces más pequeña, de la Gran Pirámide de Keops, siendo un fracaso dicho intento.


Poco después de convertirse en presidente de la República Árabe Unida -nombre con que se conoce en la actualidad a Egipto-, Gamal Abdel Nasser ordenó trasladar hasta un jardín público de la capital egipcia cierta estatua de veinticuatro metros perdida en el desierto. Trabajaron varias brigadas de obreros al mando de un grupo de ingenieros, que tuvieron a su disposición grúas, bulldozers y tractores. Lucharon durante algunas semanas para llevar a cabo el traslado de la estatua y al final se declararon vencidos. No pudieron mover la gigantesca mole de piedra. Se preguntaron entonces cómo hicieron los antiguos egipcios para transportar las enormes moles que integrarían las pirámides en general y, en especial, en el caso de la mayor de todas: la de Keops.


Se ha calculado que en la construcción de la Gran Pirámide tuvieron que mover y acomodar los antiguos egipcios no menos de dos millones y medio de bloques de piedra, cuyo peso medio era de cinco toneladas. Si en nuestros días se confiase a un equipo de primera, provisto de la mejor maquinaria y recursos ilimitados la construcción de la Gran Pirámide, lo pensarían mucho antes de lanzarse a tan disparatada aventura. Pero si en lugar de elementos técnicos avanzados se les concediese cinceles de bronce, palancas, rodillos y cuerda de fibra de palmera como se asegura utilizaron quienes levantaron el monumento, lo más seguro es que abordarían el primer avión y se alejarían hasta el último rincón del mundo, seguros de que iban a perder todo su prestigio en la empresa.


Los periódicos del 7 de febrero de 1978 informaron al mundo acerca de un proyecto que comenzaba a realizar en Egipto, a corta distancia de la Gran Pirámide, un grupo de arqueólogos de la Universidad Wasseda, de Japón. Quería construir en un par de meses una pirámide siete veces más pequeña que la de Keops. Mandaron hacer bloques de hormigón en una fábrica local, que fueron transportados en camiones hasta el sitio, se tallaron bloques de piedra a mano, utilizaron los técnicos indumentaria semejante a la egipcia antigua y pensaron que iban a triunfar sobre los egipcios.


¿Por qué se suspendieron de pronto las obras? ¿Era porque las autoridades de El Cairo no deseaban contemplar aquel adefesio made in Japan, que causaría daños irreparables al severo paisaje desértico? ¿Era porque los técnicos venidos del Japón se dieron cuenta de que no podrían con el paquete y buscaron la manera de buscar una salida honrosa al problema en que se metieron?


El astrónomo Gerald S. Hawkins -quien llegó hace unos años a la conclusión de que el templo de piedra de Stonehenge, en la llanura inglesa de Salisbury, fue en realidad un observatorio astronómico- decía que su construcción debió requerir de un millón y medio de hombres-día de trabajo. Esto significaba una labor de diez generaciones, es decir, de tres siglos. Diez generaciones de seres primitivos que se preguntarían para qué estaban levantando un monumento que, a su corto entender, no servía para nada.


Pero resulta que la Gran Pirámide es varias veces mayor que el observatorio astronómico de Stonehenge. ¿Cómo hicieron los egipcios para erigir su pirámide número uno? ¿Estaban sus finanzas en condiciones como para invertir sumas incalculables en la construcción del edificio? Ningún estado en la actualidad se atrevería a realizar un gasto tan cuantioso, utilizando un ejército integrado por un cuarto de millón de obreros y tanta piedra como para levantar un muro de metro y medio de altura en torno a Francia, como afirmaría Napoleón Bonaparte al encontrarse ante el colosal edificio. ¿Podemos pensar que la pirámide fue construida por un pueblo subdesarrollado, sin ningún sentido de lo que estaba haciendo?


Algunos autores opinan que la Gran Pirámide se construyó en una época del año en que los campesinos no trabajaban, para tenerlos ocupados el faraón. Así, el Dr. Kurt Mendelssohn, profesor de la Universidad de Oxford, emitiría en mayo de 1971 una opinión muy particular. El faraón había dispuesto un programa de asistencia social, concebido para regularizar la distribución del trabajo por medio de la construcción escalonada de pirámides. Según este erudito, jamás trabajaron esclavos ni prisioneros en la pirámide, sino que los trabajadores cobraban por su labor durante el tiempo que no dedicaban a las faenas del campo y que recibían un sueldo consistente en granos de trigo y otros alimentos.


¿Estaba el Dr. Mendelssohn en lo cierto? No parecen muy convincentes sus razonamientos y, de igual manera, tampoco conoce el hombre contemporáneo qué motivos pudieron tener los antiguos egipcios para levantar las pirámides. Es tan vanidoso, tan seguro de su superior inteligencia, que no se le ocurre pensar que tal vez tuvieron razones muy poderosas, que sólo ellos conocían.


¿Qué reacción sería la de un ser venido de otra galaxia, perteneciente a una avanzadísima civilización, al encontrarse ante una gigantesca presa que alimentase a una planta hidroeléctrica? ¿Acaso no estaría en su derecho al considerar la construcción loca ostentación del gobernante que mandó crear la obra de ingeniería? Sin embargo, nosotros sabemos que las plantas y los embalses constituyen uno de los elementos más importantes de la civilización que conocemos.




En la actualidad aún no se sabe qué técnicas o métodos utilizaron los constructores de las pirámides y monumentos egipcios para transportar los bloques de piedras, y posteriormente poder levantarlos hasta su posición.

Los libros de historia y los textos escolares no parecen conceder demasiada importancia a la técnica utilizada en la construcción de la Gran Pirámide. Dicen que tardaron unos veinte años en terminarla los egipcios y que sirvió de tumba al faraón Keops. Pero dan la impresión de facilitar su información un poco a la ligera, sin detenerse a establecer comparaciones, a investigar si de verdad ese número de años fue suficiente para realizar la magna tarea.



¿Movieron los constructores del la Gran Pirámide los bloque de piedra como muestra esta inscripción de la XII Dinastía, o conocían una técnica mucho más perfecta?


Parecen olvidar algo que sucedió en 1964 en la ciudad de México, en ocasión de inaugurarse el Museo de Antropología e Historia. Iba a erigirse en su entrada la monumental estatua de Tláloc, la divinidad de las aguas, pero era preciso transportarla desde una barranca cercana a San Miguel Coatlinchan. La operación de traslado de la mole, a lo largo de cuarenta y ocho kilómetros, iba a resultar más complicada de lo que en principio se pensó.


Hubo que recurrir a un vehículo provisto de treinta y dos poderosas ruedas armadas de gruesos neumáticos, sobre el cual se acomodaría al dios. Se cortaron los cables de energía eléctrica, se acondicionaron los caminos, se detuvo el tránsito en los puntos por donde debía circular el convoy. Las poblaciones entre Coatlinchan y México estuvieron pendientes de la operación. Resultó una tarea fatigosa en extremo y, sin embargo, el bloque era menos pesado que cualquiera de las piedras de la Gran Pirámide.


Pues bien, si el simple acarreo de una mole de piedra como es el Tláloc causó tantos problemas y hubo que echar mano de tantos obreros y de tantos técnicos durante tantos días, ¿qué decir si los bloques de piedra pasaban de los dos millones y medio? ¿Cuánto tiempo se requirió en el antiguo Egipto para trasladar los bloques desde la cantera hasta la meseta rocosa de Gizeh, cortarlos y acomodarlos en su sitio, formando pisos de tal manera exacta que no hubiese lugar para introducir entre dos piedras un cabello?


¿Qué Técnica Utilizaron En La Gran Pirámide?


Decía el historiador griego Herodoto en el segundo libro de sus Historias -muy posiblemente porque alguien se lo dio a entender- que el faraón Keops obligó a sus súbditos a acarrear enormes piedras desde las canteras de Arabia, que debieron ser trasladadas en embarcaciones por el río Nilo. ¿Poseían los egipcios naves tan enormes, capaces de desplazar un mínimo de cinco toneladas? Añadía el griego que eran cien mil los esclavos ocupados en la construcción, mal alimentados, relevándose cada tres meses o dejando los huesos en la arena.


Los bloques, informaron los sacerdotes a Herodoto, eran subidos por medio de rampas y cuerdas a los diversos pisos, reduciéndose en cada ocasión el número de bloques pero aumentando al mismo tiempo la altura y creciendo, en consecuencia, la dificultad para izar las piedras y acomodarlas en su sitio. Añadieron que costó la obra el equivalente de cuarenta toneladas de plata, pero en ningún momento se refiere el griego en su libro a problemas tan serios como la aglomeración de los obreros, a su alimentación, a las máquinas utilizadas.


¿Sabían los sacerdotes lo que decían o inventaron todo acerca de la pirámide, puesto que era tan antigua que se había perdido el recuerdo de los hombres que la levantaron? ¿Sucedió acaso que las primeras pirámides fueron construidas con una maquinaria perfecta y que las siguientes resultasen más modestas, porque no se contaba ya con los aparatos del principio? ¿Se dieron cuenta los faraones de las siguientes generaciones que no podrían realizar jamás una obra tan impresionante y que, por esta razón, se conformaron con equivalentes de menor tamaño, como eran los obeliscos?


Un noruego aficionado a la egiptología, cuyo nombre era Olaf Tellefsen, declaró en 1971 que había descubierto el secreto egipcio para construir la pirámide. Declaró que no utilizaron rampas para subir los bloques, porque tendrían unos dos kilómetros de longitud, como mínimo. Todo lo hicieron por medio de palancas. ¿Acertó el noruego?


En el antiguo Egipto, la población no podía superar los cien millones de habitantes y, según afirman los arqueólogos, no poseían una técnica avanzada, puesto que no han llegado vestigios hasta nuestros días. ¿Cómo hicieron entonces? ¿Poseían los sacerdotes un tipo muy especial de técnica, basada en los ultrasonidos, los poderes paranormales y la antigravedad, dejada acaso en herencia por sus maestros y que terminó por perderse?


Un científico contemporáneo, el francés Jacques Weiss, decía que los bloques de piedra eran transportados por medio de la fuerza mental y que iban a encajar perfectamente uno sobre el otro, gracias en parte a la disposición de las caras, que eran ligeramente cóncavas o convexas, según los casos.


Una leyenda árabe dice que los Hijos del Nilo transportaban las piedras de las pirámides sobre papiros cubiertos de signos mágicos. Los sacerdotes las movían a su antojo, mediante un esfuerzo de su voluntad. Es decir, que practicaban eso que los parapsicólogos llaman ahora psicokinesis, y también telekinesis. Y de igual manera que levantaban los objetos sin que mediara contacto físico, también ellos sabían elevarse en el aire. Es decir, que levitaban, igual que harían tantos santos católicos en sus momentos de éxtasis místico, los ascetas de la India y algún que otro médium del siglo pasado.


Los sacerdotes egipcios ayudaban a los arquitectos por medio de unas flautas, cuyo sonido inaudible para el oído humano era capaz de mover las piedras. Parece absurdo, a simple vista, que un simple sonido pueda desplazar objetos. Sin embargo, nadie se sorprende al ver que las ondas sonoras emitidas por un jet alcancen a cambiar de lugar los objetos de una casa vecina.


Pero, de ser cierto cuanto se dijo acerca de los sonidos capaces de mover las piedras y de la levitación de las piedras por personas debidamente entrenadas, queda pendiente de contestar una sencilla pregunta: ¿de qué medios se valían los constructores para dar a los bloques de piedra la forma exacta requerida para que encajasen perfectamente, sin dejar rendijas?



Este complicado sistema de grúas, tan endebles como difíciles de manejar,
¿fue el utilizado por los antiguos egipcios para elevar los bloques que formarían los pisos?



Un científico contemporáneo, el francés Jacques Weiss, decía que los bloques de piedra eran transportados por medio de la fuerza mental y que iban a encajar perfectamente uno sobre el otro, gracias en parte a la disposición de las caras, que eran ligeramente cóncavas o convexas, según los casos.


Una leyenda árabe dice que los Hijos del Nilo transportaban las piedras de las pirámides sobre papiros cubiertos de signos mágicos. Los sacerdotes las movían a su antojo, mediante un esfuerzo de su voluntad. Es decir, que practicaban eso que los parapsicólogos llaman ahora psicokinesis, y también telekinesis. Y de igual manera que levantaban los objetos sin que mediara contacto físico, también ellos sabían elevarse en el aire. Es decir, que levitaban, igual que harían tantos santos católicos en sus momentos de éxtasis místico, los ascetas de la India y algún que otro médium del siglo pasado.


Los sacerdotes egipcios ayudaban a los arquitectos por medio de unas flautas, cuyo sonido inaudible para el oído humano era capaz de mover las piedras. Parece absurdo, a simple vista, que un simple sonido pueda desplazar objetos. Sin embargo, nadie se sorprende al ver que las ondas sonoras emitidas por un jet alcancen a cambiar de lugar los objetos de una casa vecina.


Pero, de ser cierto cuanto se dijo acerca de los sonidos capaces de mover las piedras y de la levitación de las piedras por personas debidamente entrenadas, queda pendiente de contestar una sencilla pregunta: ¿de qué medios se valían los constructores para dar a los bloques de piedra la forma exacta requerida para que encajasen perfectamente, sin dejar rendijas?



Coronel Percy H. Fawcett. Este aventurero pudo presenciar cómo mediante un líquido, elaborado por los indígenas peruanos, la piedra se ablandaba como si fuera barro, recobrando unos instantes más tardes su dureza habitual. ¿Pudo ser ésta la técnica utilizada por los egipcios para crear los bloques de piedra en sus construcciones?

El ser humano es tan vanidoso, tan seguro de su superioridad -en especial los científicos apegados al dogma- que se niega a creer en todo lo que vaya en contra de lo que aprendió en los libros o en la universidad. Está convencido de que nada existe en el mundo fuera de lo que conoce y que todo fue inventado ya.


Pero hace unos años, un investigador norteamericano declaró que al hombre le hace falta mucho por aprender, siquiera en ciertos terrenos. Y aportó pruebas al respecto. Decía Hyatt Verrill que en la Gran Pirámide, al igual que en las construcciones, incaicas y preincaicas, se utilizó una técnica desconocida por los actuales arquitectos e ingenieros civiles: trabajaban los obreros la piedra no con el cincel, sino con una pasta obtenida a partir de cierta planta sólo conocida por los indios, que ablanda la piedra y la vuelve maleable durante un corto tiempo.


Este mismo descubrimiento había sido realizado por el coronel P.H. Fawcett, quien antes de desaparecer misteriosamente en 1925 en las selvas brasileñas presenció algo increíble a corta distancia de los montes peruanos. Cerca del cerro de Paseo, un geólogo norteamericano había hallado un recipiente herméticamente cerrado, con forma de cabeza humana. En el Perú antiguo utilizaban la huaca para conservar líquidos, granos y oro en polvo.


El geólogo pidió a un obrero indígena que abriese el recipiente, para conocer su contenido. El hombre no sólo se negó a obedecer, sino que arrebató la huaca de manos del hombre blanco y la estrelló contra el suelo y huyó a toda prisa. Al inclinarse para recoger los fragmentos de la huaca vio con gran asombro que la piedra sobre la cual se derramó el líquido se ablandaba como si fuera de barro. Unos minutos más tarde recobraba su dureza habitual.


Así se expresó el explorador Fawcett y en apoyo de sus palabras están las piedras que se conservan en el Museo de Cochabamba, Bolivia, en las cuales hay impresas unas manos. Un sacerdote peruano, el padre Jorge Lira, informaría por su parte en junio de 1967 que los incas conocían el secreto de una planta cuyo jugo ablandaba las piedras más duras.


¿Fue utilizando una planta semejante a la peruana que los constructores de la Gran Pirámide acomodaron los bloques para lograr un perfecto ensamblaje? Y de ser así, ¿quedaría demostrado que los incas aprendieron el secreto de los egipcios, o se trata de una pura coincidencia?




Existen relieves en las construcciones egipcias, que parecen representar bombillas. ¿Acaso los egipcios conocían la electricidad, utilizándola para poder iluminarse dentro de los pasillos de la pirámides?

¿Cómo hicieron los constructores de la Gran Pirámide para iluminarse en el interior y evitar que cayeran todos de bruces? ¿Utilizaban antorchas, como hacían en la Edad Media para caminar de noche por los patios y los corredores?. Imposible pensar en las antorchas, en las velas o en objetos que dan luz y despiden humo, por esta sencilla razón: no se ha encontrado hollín en los muros interiores de la Gran Pirámide, así que otro debió ser el sistema de iluminación.


¿Lograban los egipcios, captar la luz solar por medio de un ingenioso sistema de espejos colocados a lo largo de los corredores, que reflejarían los rayos solares hasta el fondo? Imposible, porque los rayos pierden brillantez al reflejarse y no tardan en perder intensidad.


Entonces, si los constructores de la Gran Pirámide no utilizaron antorchas, velas o espejos, ¿cuál fue la técnica utilizada para iluminar a los obreros? Nada menos que la electricidad, que era conocida por ellos, como verá el lector al instante.


Al italiano Alejandro Volta se le atribuye la invención de la primera pila eléctrica, hacia el año 1800, pero este genial científico llego a la cita de los inventos con considerable retraso, puesto que los antiguos ya sabían utilizar la pila con éxito.



Vemos cómo se puede apreciar en estos bajorrelieves del Templo de Dendera a personas sosteniendo unos artilugios que parecen bombillas de las cuales sobresalen unos cables

En 1938, un ingeniero alemán llamado Wilhelm König realizaba obras en el alcantarillado de Bagdad cuando descubrió unos extraños recipientes en Kujut Rabua, suburbio septentrional de esta población que fue capital del Califato. Se trataba de unos objetos que pertenecieron a la dinastía de los Sasánidas -reyes que gobernaron el país durante los siglos III al VII de nuestra era- y fueron catalogados como "objetos de culto" al ser trasladados al museo de la ciudad.



Una de las piezas más impresionantes y que constituye una prueba clarísima del elevado nivel de la tecnología de algunos pueblos antiguos es la llamada «Pila de Bagdad». Fue construida durante la ocupación de Iraq por parte de los partos, entre el año 250a.C. y 224 d.J.

Los recipientes eran de barro, de unos quince centímetros de altura, y contenían un cilindro de cobre tapado en su parte inferior. Dentro del cilindro vio König una varilla de hierro. Aquello podía ser cualquier cosa menos objeto de culto. Investigó en el interior del recipiente y halló vestigios de ácido, que había corroído al metal. ¿Tenía delante a una pila eléctrica, utilizada hacía catorce siglos por lo menos?


Vino el paréntesis de la II Guerra Mundial y años más tarde el científico Willy Ley construyó un duplicado del recipiente en el laboratorio de alto voltaje de la General Electric. Su colaborador Willard Ley introdujo sulfato de cobre en el recipiente, ácido acético o cítrico, conocidos en la antigüedad, y la pila comenzó a trabajar.


Se descubrió a continuación que aquellas pilas de Bagdad eran nuevas si las comparaban con otras halladas por el mismo rumbo, que remontaban al siglo X antes de Cristo. Cuatro recipientes de barro con cilindros de cobre aparecieron cerca de Tell Olar, por el rumbo de Bagdad. Y diez más en Ktesifon, hallados por el profesor E. Kuhnel, del Museo del Estado de Berlín. En la biblioteca Prince, en Uijjain, India, se conserva un documento conocido como Agastya Samshita, que data del siglo X a.C. Contiene la descripción de una batería eléctrica, así como de un aparato para dividir el agua en sus dos elementos: oxígeno e hidrógeno.


No existen pruebas de que los antiguos utilizasen la electricidad producida por estas pilas para iluminarse, pero sí las hay en cuanto a su aplicación para dar baños electrolíticos a ciertas piezas. El arqueólogo francés Augusto Mariette halló a mediados del siglo XIX objetos recubiertos con una delgadísima capa de oro, en la región de Gizeh. Pero jamás se encontraron los aparatos que sirvieron para dar estos baños. El secreto de la electricidad fue muy bien guardado, pero hay veladas alusiones a lámparas y aparatos utilizados en aquellos tiempos.


¿Qué clase de energía utilizaba la lámpara mencionada por Pausanias, quien vivió en el siglo II de nuestra era, la cual ardía en el templo de Minerva sin extinguirse? San Agustín decía que en un templo egipcio dedicado a la diosa Isis vio una lámpara que ni el viento podía apagar. En su Historia de la Magia, Elifas Levi mencionaba a un rabino francés llamado Jequiel, quien vivió en la corte de Luis IX, en el siglo XIII. Este hombre utilizaba una lámpara que no quemaba aceite y que colocaba en la puerta de su casa para ahuyentar a los ladrones. Recibían éstos una descarga si querían forzar la puerta. Jamás reveló el rabino a nadie la clase de energía utilizada en la lámpara, que recordaba a la que menciona el Antiguo Testamento en el capítulo dedicado al Arca de la Alianza.


Si desea el lector más ejemplos de iluminación eléctrica utilizada en la antigüedad, sepa que en la ciudad de Tashkent, capital de la República Soviética de Uzbekistán, fueron halladas recientemente unas ánforas selladas, en cuyo interior había una gota de mercurio. Se dijo que eran fuentes de energía luminosa, basadas en el principio físico siguiente: si se agita mercurio colocado en el interior de un recipiente de cristal se obtienen oscilaciones eléctricas de baja frecuencia, suficientes para encender un tubo de neón. Pero estas oscilaciones no puede lograrlas la ciencia actual en un recipiente de barro. ¿Acaso conocían los antiguos habitantes de Tashkent secretos que nosotros ignoramos?


Los historiadores romanos Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso atribuían a Numa Pompilio, segundo rey legendario de Roma, gran sabio del siglo VII antes de Cristo, el poder de desencadenar el fuego de Júpiter. Es decir, que sabía producir descargas eléctricas que causaban pavor entre sus enemigos. ¿Lo aprendió por sí solo o alguien se lo enseñó?


Hacia el año de 1601, un viajero español llamado Bartolomé Centenera viajaba por la región de los Siete Lagos, cerca de donde nace el río Paraguay, cuando se encontró en las ruinas del gran Moxo. Fue allí donde encontró algo sorprendente: una lámpara que daba luz sin interrumpirse y cuya forma era de columna terminada en esfera. La luz que despedía era clara y agradable, y no daba calor. El viajero se negaría a decir en qué lugar preciso halló la lámpara. Por esta razón, sus contemporáneos lo tildaron de embustero.


Pero, regresando a la Gran Pirámide y a las maravillas que la rodean, surge al instante una pregunta, una vez impuestos de los hechos asombrosos que se han contado en torno a este edificio: ¿quién fue el faraón que mandó construir la pirámide de Keops y qué genial constructor lo ayudó en la empresa?


FUENTE:
www.mundoparanormal.com

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