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lunes, 9 de junio de 2008

Misterios de Quedar en Coma

Enviado por Gabriela Ensinck (publicado en la revista NEO, Editorial Perfil)

Fue en el verano del 94. Solange Baynaud, hoy psiquiatra y especialista en Gastroenterología, tenía entonces 22 años. Estaba por terminar la carrera de Medicina, pero el destino quiso que se recibiera primero de paciente. “Tuve un accidente en la ruta, camino a Punta del Este. Una camioneta me embistió a una velocidad increíble. Recuerdo que unos chicos me sacaron del auto y poco después explotó. Por momentos quedé inconsciente. Ellos me hablaban, y yo tenía una tremenda sensación de pesadez. Me estaba yendo, pero no tenía registro del dolor”.
Solange fue trasladada al Sanatorio Cantegrill, donde le hicieron las primeras curaciones, y de ahí a Buenos Aires, a la clínica Suizo Argentina. Tenía fracturas en los dos brazos y en las costillas, esquirlas de vidrio y quemaduras en casi todo el cuerpo; fractura de pelvis y fémur derecho. “Sólo se salvó mi pierna izquierda”, dice. El diagnóstico: conmoción y contusión cerebral – traumatismo grado III. Fue operada y dos días después entró en coma metabólico, por pérdida de sangre y potasio.
“Estuve 10 días en coma. Eso lo sé ahora; en ese momento había perdido la noción del tiempo. Pero nunca estuve dormida. Siento que estuve todo el tiempo despierta, y en profunda conexión con lo que pasaba a mi alrededor. La sensación era la de estar sentada, tratando de comunicarme con los médicos, las enfermeras y las personas que venían a verme, pero ellos no me escuchaban. Yo sí percibí, perfectamente, las intenciones de cada uno. Los que venían porque mi vida les importaba, y los que lo hacían por cumplir”.
La hoy médica estuvo 21 días en terapia intensiva, y pasó luego por una larga rehabilitación. Pero no tuvo secuelas. Años después, investigando sobre la medicina ayurvédica, volvió a experimentar una sensación similar. Fue durante una sesión de Sirodhara, un masaje que consiste en un chorrito de aceite tibio (a 42°C), sobre la frente, en el tercer ojo. “Se logra una profunda relajación, pero consciente. Hay calma, la mente está en blanco, no te invaden los pensamientos ni las preocupaciones, y se agudiza la percepción”, sostiene.
Así como lo relata Solange, muchas personas que han pasado por el estado de coma aseguran haber tenido una percepción emocional aumentada.
¿Cuáles son los límites de la conciencia? ¿qué define que algunos pacientes puedan despertar del coma y otros no? ¿y si hay procesamiento emocional, puede medirse? ¿qué implicancias legales y éticas puede tener? Neurólogos e investigadores, ayudados por las nuevas técnicas de diagnóstico por imágenes, están tratando de responder estas preguntas.
A fines de 2004, el neurólogo Facundo Manes y un equipo de investigadores del Fleni documentaron la existencia de “procesamiento emocional durante el estado de mínima conciencia”. Se trata de una categoría dentro del estado de coma que antes no era reconocible (empezó a serlo a partir de 2002), caracterizada por ciertas respuestas a estímulos emocionales, si bien no se registran funciones cognitivas. Algo así como que el paciente no puede pensar, pero sí es capaz de sentir.
El trabajo de Manes y equipo, que fue publicado en el Journal of Neurological and Neurosurgical Psychiatry (www.jnnp.com), describe el caso de un chico de 17 años que fue embestido por un tren mientras andaba en bicicleta, sufrió un traumatismo de cráneo e inmediatamente entró Coma.
Cuatro meses después del accidente llegó al instituto FLENI en estado de mínima conciencia (MCS por sus siglas en inglés) para iniciar su rehabilitación. Entonces se le realizó un test que consistió en detectar (mediante una resonancia magnética funcional) qué zonas del cerebro se activaban mientras escuchaba un cuento leído por una locutora, y mientras había silencio. Luego se hizo lo mismo mientras escuchaba el relato de la locutora y el mismo texto leído por su propia madre.
En el primer caso, se notó una activación en la ínsula cuando escuchaba la voz de la locutora, mientras que cuando el mismo relato era leído por su madre, esa activación era más fuerte y llegaba a la amígdala, una estructura estrechamente relacionada con las emociones.
“Estos resultados proveen una evidencia anatómica de la respuesta emocional a una voz familiar, en la que la amígdala y la ínsula parecen jugar un importante rol”, comenta Manes. “Aunque hay una actividad cerebral residual en estos casos, es muy fragmentaria. Sin embargo, esto nos impulsa a seguir investigando y a ser más cuidadosos en el tratamiento de estos pacientes”, reflexiona.
Mucha agua corrió bajo el río desde que el best seller de Robin Cooke “Coma” fue llevado al cine en forma de thriller. Por entonces, a fines de los 70, todavía se usaba una clasificación que iba del I al IV (el IV era irreversible). Hoy se utiliza la escala de Glasgow (lleva el apellido de su inventor), que va del 3 al 15. En términos generales, “coma” significa pérdida de la conciencia o ausencia de respuesta. El 3 es su grado más profundo y 15 es el estado de lucidez normal.
“En el estado de coma la persona parece dormida y es incapaz de despertarse”, explica el neurólogo Manes, actual director del Instituto de Neurología Cognitiva (www.neurologiacognitiva.org) . “Sólo responde a estímulos energéticos con algunos reflejos de evitación, pero cuando el coma es muy profundo no hay respuesta al dolor”.
Para ser diferenciado del síncope, la contusión y otros estados de inconsciencia transitoria, el coma debe persistir más de una hora. Y “en general, los pacientes en coma que sobreviven, comienzan a despertarse gradualmente entre las 2 y las 4 semanas. Pero esta evolución puede, en algunos casos, quedar en un estado vegetativo o de conciencia mínima”, dice Manes.

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