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miércoles, 9 de abril de 2008

Tumbas sin nombre

Portada de Tumbas sin nombreTumbas sin nombre no es un libro más sobre las caras de Bélmez. Los autores, Íker Jiménez y Luis Mariano Fernández (malas lenguas dicen que Jiménez ha puesto poco más que la firma en la portada), se han fijado un objetivo más ambicioso que escribir la enésima recopilación de anécdotas sobre el agotado “enigma” de las caras. Han llevado a cabo una investigación que pretende aportar datos espectaculares: la identidad de las famosas “teleplastias”. Las conclusiones, como se verá en este artículo, son absolutamente inaceptables.

La aventura del nuestros “reporteros de misterios” arranca en 2003 con la “pista” que surge en Bélmez de la Moraleda, donde el hipnotizador televisivo Ricard Bru somete a la vidente Ana Castillo a una especie de regresión hipnótica “por poderes”. La médium dice “revivir” hechos de la vida de María Gómez Cámara (la famosa dueña de la casa de las caras de Bélmez), y sus “visiones” de muerte se identifican con la matanza real de familiares de María en el asedio del Santuario de la Virgen de la Cabeza durante la Guerra Civil española (en la revista Estigia tenemos esta misma historia). Sobre estos intragables indicios paranormales, los autores inician una investigación que acaba con la identificación de las caras de Bélmez con los parientes de María muertos en el asedio. Para reforzar estas conclusiones, antiguas fotografías y las “teleplastias” son contrastadas, con éxito aparente, mediante software forense y policial de identificación y bajo el supuesto asesoramiento de un experto de la policía científica.

Uno de los análisis de Tumbas sin nombre En fin, asombroso y delirante, como siempre en este tipo de publicaciones. Desde luego, aburre ya la insistencia de ciertos “misteriólogos” en desoír a estas alturas las incontables evidencias a favor del fraude en las caras de Bélmez, pero el lector agradece por lo menos la novedad (para el que quiera acercarse a una información seria y crítica sobre este falso misterio, recomiendo el número especial de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico y, sobre todo, el completísimo dossier de Bitácora Internacional).

En este artículo dejaré de lado la supuesta investigación y me centraré en la que es sin duda la prueba estrella de Tumbas sin nombre: los análisis informáticos. Veremos por qué tales contrastes son absurdos sobre las imágenes de las caras, por qué además han sido realizados deficientemente, y por qué los resultados (y posiblemente los autores del libro) se ven comprometidos aún más por algunas irregularidades graves que apuntan al fraude. Para ello cuento con la amable colaboración de un médico forense en activo y con la información que me han proporcionado Jose Manuel García Bautista, elaborador de los análisis informáticos de Tumbas sin nombre, y Salvador Ortega Mallén, el policía científico que colaboró en la obra.

Un poco de ciencia forense

Comparación de un cráneo y su reconstrucción facialEn Tumbas sin nombre se nos presentan unos estudios espectaculares, se nos intenta impresionar con palabras como “asesoramiento forense”, “análisis faciales”, “robotización de imágenes” y programas informáticos como Confront GB, Facette, M/Gi o Shoock, empleados por Scotland Yard y la policía científica española, italiana y alemana…; pero, tras la apabullante cortina de humo, ¿de qué nos están hablando en realidad? Sencillamente, de identificaciones forenses. Empecemos pues con algo de teoría.

Una de las primeras tareas de la policía científica al hallar un cadáver es la de establecer su identidad. Si a la víctima la pueden reconocer familiares o conocidos, ha muerto en su propia casa o conserva sus documentos personales, el trabajo es sencillo. Sin embargo, en ocasiones, el cuerpo puede aparecer muy desfigurado, escondido y en avanzado estado de descomposición y, si se trata de un crimen, puede que se haya intentado entorpecer la identificación.

Los restos mortales siempre se examinan en busca de indicios que puedan ayudar a establecer la identidad: desgastes de la ropa que puedan desvelar un oficio, enfermedades como úlceras de estómago o piedras renales, malformaciones, marcas de nacimiento, señales como tatuajes, callos o cicatrices tienen una gran importancia. Cuando no queda más que un esqueleto o unos pocos huesos, los antropólogos forenses pueden también deducir con mucha exactitud información de la víctima como la causa de su muerte, su sexo, altura, edad o incluso datos como su oficio o su nivel económico.

Partes de la cabeza mencionadas Todas las líneas de investigación son agotadas hasta encontrar una posible identidad. La confirmación requiere entonces someter los restos mortales a pruebas científicas. Los análisis de ADN han facilitado esta tarea en la actualidad y la han dotado de una exactitud casi absoluta, pero otras técnicas tradicionales no son menos fiables y se siguen empleando en las investigaciones actuales. Una forma frecuente de identificación (la que se pretende emplear en Tumbas sin nombre) consiste en la comparación del cadáver con fotografías de la persona en vida. Los forenses tratan de conseguir un buen retrato de la presunta víctima que muestre, a ser posible, elementos que permitan una comparación precisa, como los dientes o las orejas. Los restos mortales se fotografían entonces desde el mismo ángulo exacto en que fue tomada la imagen en vida y, mediante una sobreimpresión, las dos fotografías se cotejan en busca de coincidencias. Las orejas, los dientes, los arcos superciliares, las protuberancias de los huesos frontal, nasales, cigomáticos, el maxilar inferior… son puntos básicos de la cabeza que los médicos y antropólogos forenses cotejan para establecer una identificación científica.

Un ejemplo clásico: la identificación de Isabella Ruxton

La sobreimpresión que identificó a la Sra. RuxtonEn 1935, Inglaterra vivió el macabro “crimen de los cuerpos bajo el puente”, un caso que acabó siendo un paradigma de este tipo de comparaciones fotográficas forenses. La mañana del 29 de septiembre, en Escocia, una joven halló bajo un puente los restos de dos seres humanos descuartizados, mutilados y en avanzado estado de descomposición. El asesino, que parecía tener conocimientos forenses, había intentado impedir la identificación de los cuerpos arrancándoles las yemas de los dedos, las orejas, los ojos, los labios y la piel de las cabezas. Sin embargo, los expertos anatomistas consultados por la policía determinaron sin problemas que se trataba de los cadáveres de dos mujeres de 21 y 35 años aproximadamente. Los periódicos que envolvían los restos resultaron ser de una tirada local de Lancaster, Inglaterra, y pronto se identificó a un sospechoso de la zona: el doctor Buck Ruxton había denunciado la desaparición de su asistenta; su esposa, Isabella Ruxton, estaba también en paradero desconocido. Al registrar el domicilio familiar se encontraron restos de sangre y grasa humanas, pero las pruebas que condenaron a la horca a Buck Ruxton fueron las identificaciones de las dos mujeres que realizaron James Couper Brash, del Departamento de Anatomía de la Universidad de Edimburgo, y John Glaister Jr., profesor de Medicina Forense en Glasgow. La que a nosotros nos interesa fue la de la Sra. Ruxton: a pesar de haber sido desfigurada arrancándole la nariz y los dientes, su fotografía sobreimpresa sobre uno de los cráneos coincidió con tal exactitud que no dejó lugar para la duda (clic aquí para una fotografía ampliada).

Los análisis de Tumbas sin nombre

Imagen promocional de Tumbas sin nombre

En un experimento pionero coordinado por Jose Manuel G. Bautista y Rafael Cabello, utilizando avanzados programas informáticos policiales y con el asesoramiento de Salvador Ortega Mallén, fundador de la Policía Científica Española, se han obtenido pruebas sorprendentes. ¿Son las Caras el reflejo de aquella familia muerta trágicamente? Ésta es solo una muestra.

(Texto e imagen promocionales de Tumbas sin nombre)

Las imágenes analizadas en el libroNo nos dejemos impresionar; aplicaciones informáticas como las que se mencionan en Tumbas sin nombre (y soluciones comerciales más normales como Photoshop) son herramientas que facilitan a los profesionales forenses el manejo de las imágenes: con la fotografía tradicional, conseguir una comparación que reuniese los parámetros adecuados era un trabajo más complicado y costoso que con los medios digitales actuales; pero un programa no hace milagros ni puede obtener resultados de la nada. Como es evidente, las caras de Bélmez no pueden proporcionar información para una identificación mínimamente rigurosa (no digamos ya científica), una sobreimpresión exitosa es inviable y los puntos faciales necesarios para una identificación no existen. No hay nada que hacer en este sentido.

Las comparaciones entre fotografías y “teleplastias” se hicieron sobre cejas, boca, óvalo de la cara, distancias entre ojos o fosas nasales y parámetros semejantes, cuando estos existían (Tumbas sin nombre, 113-133); solo por esto ya se puede afirmar que los análisis no tienen ni de lejos la fiabilidad de una identificación forense. Son absurdas afirmaciones alegres como “las coincidencias y paralelismos dan un nivel de concordancia de un 68.3 por 100 en modo forzado, lo cual nos indica algo más que el simple azar o el capricho del mismo en la formación del conjunto de Bélmez” (p. 113). Tales conclusiones son en verdad sorprendentes cuando las imágenes ni siquiera resultan parecidas a simple vista; y no está de más recordar aquí que María Gómez Cámara siempre negó que las caras fuesen de sus familiares.

Establecimiento de matrices y más cosas que suenan muy técnicas en Tumbas sin nombre Las objeciones a las pruebas se multiplican al conocer la información que me proporciona el realizador de los análisis, con quien tuve la suerte y el placer de coincidir como colaborador en la revista de internet AOL2002. Jose Manuel García Bautista es un investigador conocido en el mundillo del misterio, profesional de la informática y la electrónica, antiguo administrador del sitio Ikerjimenez.com y corresponsal del programa de radio de la cadena SER Milenio 3, dirigido por Íker Jiménez, uno de los autores de Tumbas sin nombre.

Bautista, que junto a Cabello no ha visto ni un euro por su colaboración en el libro (haciendo amigos, Íker), opina que las conclusiones sobre las “teleplastias” son “muy relativas” debido a la poca calidad de las imágenes analizadas. Afirma que no pudo controlar las pruebas al no tener acceso a las fotografías originales, ya que se las entregaron digitalizadas, y que la mayoría de los análisis tuvieron “resultados catastróficos” que han sido omitidos. Aclara que nunca fue asesorado policialmente, como se afirma en la promoción del libro; en realidad únicamente recibió copias de los programas, algunos sin manual de empleo, e incluso tuvo que arreglárselas solo para aprender a utilizarlos. Además, me explica que el software de identificación fue usado en “modo forzado”, que arroja resultados positivos donde no lo hace una identificación normal e implica rotar y alterar las dimensiones de las imágenes para ajustarlas en su destino.

Darwinplastia: comparación hecha por el autor de este artículo Con el “modo forzado” el proceso se vuelve tan subjetivo que es sencillo conseguir un éxito aparente. Yo mismo, empleando el programa de manipulación fotográfica Corel Photo-Paint, he podido conseguir coincidencias entre una de las “teleplastias” llamada El Abuelo y una fotografía de Charles Darwin. Para lograr la “Darwinplastia” no necesité nada más que un leve ajuste de la anchura (y al realizarlo ya en la fotografía original, la modificación ni siquiera se advierte).

Bautista es también el autor de otras comparaciones ajenas a Tumbas sin nombre y publicadas en la revista Año Cero en diciembre de 2004; un intento de dar credibilidad al “descubrimiento” de octubre de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (S.E.I.P.): unas nuevas caras de Bélmez bajo acusaciones de fraude. El método seguido por Bautista fue el mismo salvo por un nuevo programa privado añadido a los anteriores y que, en prevención de posibles manipulaciones, prefirió obtener sus propias fotografías de las “teleplastias”.

Análisis de Bautista para Año Cero De los análisis, que Bautista confiesa de nuevo “desastrosos” en general, solo se publicaron los que tuvieron “éxito” sobre una foto carné y que supuestamente identifican a la difunta María Gómez Cámara con una de las “caras”. Evidentemente, podemos darles la misma credibilidad forense que a los de Tumbas sin nombre: ninguna (otra demostración de su subjetividad en Adimensional).

¿Qué tiene que decir sobre todo esto el policía científico consultado en Tumbas sin nombre? Pues antes de nada, corregir a los autores, ya que han exagerado notablemente su currículum (p. 101). En la conversación telefónica que mantuvimos, Salvador Ortega Mallén se apresuró a proporcionarme los datos exactos: no es “fundador de la Policía Científica española”, sino uno de los primeros en aplicar métodos policiales modernos en España; no fue “director del grupo de Homicidios de Sevilla y Barcelona”, sino que puso en marcha el grupo de Homicidios en Andalucía; y no es “diplomado en psiquiatría forense”, título que no existe, sino diplomado en criminalística: una figura dentro de la policía preparada para entender los estudios de un científico y aplicar algunos procedimientos, pero no un forense.

Salvador Ortega, conocido en los programas de “misterios”, un invitado habitual de Íker Jiménez en Milenio 3 o de Javier Sierra en su espacio televisivo en Telemadrid, confirmó que no hubo asesoramiento técnico por su parte: “a los otros analistas ni los conocía, lo único que hice fue revisar las técnicas que ellos habían hecho”. Durante nuestra conversación me dejó realmente desconcertado con afirmaciones de sus creencias como “las ‘telekinesias’ existen” o dando crédito a la “regresión hipnótica” relatada en la primera parte del libro (pp. 15-22) y que él definió como “hipnosis controlada a una médium”. Quizás se entiende mejor ahora por qué, aunque no llega a compartir las explicaciones sobrenaturales de los autores, Ortega avala totalmente los resultados de las pruebas. Incluso realizó sus propios análisis sobre las fotos con resultados parecidos.

La opinión del forense

Para este artículo quise contar con el asesoramiento de algún profesional forense. Lamentablemente, aunque conseguí la ayuda, no puedo citar mis fuentes debido a sus normas profesionales y, por qué no decirlo, a lo ridículo de un asunto en el que no quieren verse mezclados. Mi primer intento fue con el doctor especialista en identificaciones del departamento de medicina legal de una facultad de medicina de una universidad de cuyo nombre no debo acordarme, que nada más oír la palabra “paranormal”, y a pesar de explicarle mis intenciones críticas, me indicó que no podía ayudarme ni siquiera anónimamente: la credibilidad de su equipo en los juzgados depende tanto de las pruebas científicas como del prestigio personal. De todas formas, me encaminó hacia un médico forense de los juzgados que sí fue tan amable de resolver mis dudas y contestar a mis preguntas; aunque tampoco me está permitido dar su nombre, ya que tienen como norma profesional no implicarse en nada ajeno a los tribunales. Para curarme en salud ante las críticas que pueda recibir por este secretismo y la aparente imposibilidad de comprobar parte de mi información (precisamente algo muy típico de la falta de rigor del mundillo del misterio), debo decir que, aunque no puedo revelar los nombres de aquellos que me asesoraron, mi información es perfectamente contrastable, los datos que empleo son públicos y cualquiera puede comprobarlos en la literatura forense (sea o no la bibliografía de este artículo) o entrevistándose con expertos que, evidentemente, no tienen por qué ser los mismos que yo consulté. Confío plenamente en que este artículo pasará la prueba.

Búsqueda de coincidencias entre imágenes en Tumbas sin nombre La opinión del médico forense fue tajante: “el programa informático solo es una herramienta que facilita los análisis, pero siempre sobre bases científicas. Los rasgos analizados, como la distancia entre ojos, boca y nariz, etc., son valores subjetivos —y que están manipulados por el “modo forzado”, añado yo— que no son una base válida, como sí lo serían por ejemplo los dientes. Si es cierto que algún programa da esos resultados sobre tal material, o ha sido mal empleado o dudaría de la fiabilidad del programa”. Y concluye: “esto es muy fácil de hacer, solo hay que tener caradura y muy poca vergüenza. Es gente sin escrúpulos que se inventa un cuento y lo adorna con un poco de pseudociencia”.

Lo extraño es que el policía Salvador Ortega Mallén no opine lo mismo que nuestro experto. Mallén parece no saber distinguir una identificación absurda de una válida a pesar de que en Tumbas sin nombre describe métodos empleados en su trabajo que parecen correctos: “Las orejas son claves. Nos dan una gran cantidad de información completamente individualizada. […] Hicimos fotografías con el mismo focal, medida, distancia y encuadre para superponerlas a las del cráneo sobre el niño. Así se actúa.” (pp. 104-107). Por qué Salvador Ortega olvida este rigor a la hora de juzgar comparaciones hechas sobre un material inadmisible como las imágenes de Bélmez, no lo puedo explicar (el médico forense no dudó en diagnosticarle un “delirio inducido”).

Una foto con trampa

Imagen de Miguel Chamorro usada en las comparaciones de Tumbas sin nombreEn el informe de los análisis de Tumbas sin nombre, se emplean estas palabras acerca de la comparación entre la “teleplastia” llamada La Pava y el Guardia Civil de la fotografía: “La imagen clasificada como ‘Padre’ (Miguel Chamorro) quizás es una de las que más correspondencias guarden con la imagen fotográfica relacionada. […] El bigote también presenta una similitud abrumadora, curiosamente; así como la revisión anterior es perfectamente coincidente en tamaño, arco de caída y forma, particularmente este elemento creemos que es el más relevante entre todas las fotos verificadas” (pp. 116-119).

Otra fotografía con Miguel Chamorro en Tumbas sin nombre ¡Por supuesto que se parece, ha sido modificada para que así sea! En la página 47 del libro podemos ver la fotografía original de Miguel Chamorro con su familia, antes de este extraño proceso de “restauración”. ¿A quién se le fue la mano? Jose Manuel García Bautista afirma que no llegó a conocer este original, ya que él y Cabello recibieron directamente de Íker Jiménez, quien coordinaba todo desde Madrid, la versión alterada entre las demás imágenes digitalizadas (no sería la única vez que Jiménez es relacionado con falsificaciones fotográficas, engaños o periodismo deshonesto). Salvador Ortega Mallén declara que no supo de la existencia de esta imagen hasta la publicación del libro: "eso no lo hice yo". De hecho, podemos leer que él analizó en compañía de Íker Jiménez y Luis Mariano Fernández la imagen de Chamorro sin manipular: “sin tricornio y en la época del santuario podríamos ajustarnos más…, y sabemos que su edad en el santuario era ya de cuarenta y ocho años, con efigie redondeada por la edad y sin fijador en los bigotes. Reuniendo y modificando esos parámetros probablemente veríamos una conformación muy similar.” (p. 107). Estas palabras debieron de excitar mucho la imaginación de alguien.

Un Chamorro envejecido en la página 52 de Tumbas sin nombre El asunto podría tener alguna justificación si se hubiese advertido en el libro de que la imagen ha sido retocada para ajustarse a un posible aspecto envejecido y desaseado de Chamorro en el asedio del santuario; aunque sería todavía una pobre excusa para esa inverosímil boca de buzón tan “paviana”, además de hacer incomprensible que no se usase la fotografía de Chamorro, ya mayor, publicada en una ficha en la página 52. Lo que es intolerable es que se venda al lector este trucaje como el mayor “éxito” de los análisis. Que las dos fotografías son la misma queda claro en la superposición animada que he realizado: la parte superior de ambas imágenes coincide a la perfección.

 Una superposición de ambas fotografías demuestra la manipulación

Y que conste que mi fiel Corel Photo-Paint no tiene “modo forzado”.


* * *

Actualización: han surgido varios intentos de exculpar del fraude a los autores de Tumbas sin nombre. Una de las excusas, declarada por Carmen Porter (compañera de Íker Jiménez y que nos permitiremos aquí tomar como su portavoz) es que “se les olvidó” aclarar en el libro que se trataba de una manipulación. Esto no es nada creíble, dado que en los distintos programas de radio en que presentaron el libro nunca se comentó tal manipulación y que en el libro queda escrito:

“La imagen clasificada como ‘Padre’ (Miguel Chamorro) quizás es una de las que más correspondencias guarden con la imagen fotográfica relacionada. […] El bigote también presenta una similitud abrumadora, curiosamente; así como la revisión anterior es perfectamente coincidente en tamaño, arco de caída y forma, particularmente este elemento creemos que es el más relevante entre todas las fotos verificadas” (pp. 116-119).”

Quien pretenda hacernos creer ahora que esto no es intentar colárnosla con engaños es que pretende también tomarnos el pelo.

La otra estrategia que se ha empleado (como ejemplo tenemos los comentarios de este mismo artículo) es pretextar que la foto ya fue manipulada por Ricard Bru (el hipnotizador mencionado al principio) mucho antes de que se publicase Tumbas sin nombre. Esto es mentira. Carolina Potet nos demuestra en un artículo (disponible también en Editorial Bitácora) que esto son intentos de “pasar la patata caliente”.

A la derecha, la imagen de Bru; a la izquierda la de Tumbas sin nombre Ricard Bru presentó efectivamente en el programa Flashback una imagen manipulada; pero se trata de otra fotografía distinta, una manipulación totalmente ajena a la del libro de Íker Jiménez y Luis Mariano Fernández; además, Ricard Bru sí avisó claramente en el programa de que su imagen estaba manipulada. La fotografía de Tumbas sin nombre analizada en mi artículo es una manipulación creada para el libro de la que se da ninguna aclaración, como ha quedado dicho y creo que suficientemente demostrado.

Lo que descubrimos también con esta nueva información es que lo único que el libro tenía de elogiable desaparece: ni siquiera es original, todo lo que leemos en Tumbas sin nombre lo contaba ya Ricard Bru en aquel programa.



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