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martes, 8 de enero de 2008

Las Momias de San Bernardo, impresionantes

Un cementerio en Colombia plantea desafíos a los científicos.
Hace cuarenta años, los trabajadores del cementerio de San Bernardo, un pequeño pueblo a unos setenta kilómetros al sudoeste de Bogotá, abrieron algunos viejos ataúdes y se llevaron una sorpresa: los cuerpos que reposaban en su interior estaban momificados. Cómo los cadáveres se conservaron así, sigue siendo un misterio.
Eduardo Cifuentes, el sepulturero de San Bernardo, sacó un atado de llaves del bolsillo de su arcaico pantalón, separó sin vacilar una de cobre resplandeciente, abrió con ella el candado de la puerta del panteón y me cobró 50 centavos de dólar por dejarme entrar a ver las momias naturales que él mismo ha desenterrado de las tumbas y expuesto entre urnas de cristal.
"Creo que es en la única parte del mundo en donde uno puede sacar a un muerto después de siete años de haber sido enterrado y dejarlo parado contra una pared, con la misma ropa y la misma cara de horror o de tranquilidad con la que lo enterraron", manifiesta Cifuentes, quien ha consagrado 25 de sus 67 años de vida al cuidado del cementerio.
San Bernardo es un pueblo andino de niebla, con tres mil habitantes. Pertenece al Departamento de Cundinamarca y está a 100 kilómetros al sur de Bogotá, al final de una carretera secundaria de montaña. Fue fundado en 1910 en honor del arzobispo Bernardo Herrera, en prueba del conservatismo acendrado y del catolicismo intachable de sus habitantes, características que subsisten sin modificación.
El descubrimiento convirtió al cementerio de San Bernardo en una atracción para turistas ansiosos por observar los ataúdes de vidrio donde yacen los cuerpos que conservan intactos el cabello, los dientes y las uñas.
Las momias fueron descubiertas cuando trabajadores del cementerio abrieron los ataúdes para trasferirlos a unas urnas, una práctica común para liberar espacio en los pequeños cementerios colombianos.
Los científicos aún tienen la tarea de explicar por qué los cuerpos del cementerio, ubicado en un fértil valle colombiano, llegaron a ser momificados.
El saber local dice que la composición química de la tierra en el área, el consumo de una fruta indígena espinosa parecida a una baya llamada el guatila y el clima seco, pudieron haber hecho posible la preservación de los cadáveres.

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Las momias de San Bernardo. La figura de la momia siempre ha despertado asociaciones terroríficas, pero usualmente se refiere a un cuerpo al cual el embalsamamiento voluntario, con la pretensión de pasar a la posteridad (y con la intención -¿quien sabe?- de conservar el cuerpo para cuando las condiciones permitan un retorno), ha preservado a través de los milenios. Si embargo, hace algunos años, los residentes del pueblo de San Bernardo, situado al sur del departamento de Cundinamarca por la salida hacia Arbeláez, fueron sorprendidos por la noticia de que el cuerpo exhumado de alguien que había muerto hacía poco tiempo no se había descompuesto, por la acción tal vez de un medio ambiente mineral que cumplía las funciones de embalsamador natural y espontáneo. Pero el asunto tomó un carácter colectivo cuando se constató que una gran cantidad de los cadáveres recientes había sufrido la misma suerte. Actualmente los han agrupado en un sótano del cementerio, donde el turista ávido de exotismo puede visitar la aterradora cripta repleta de momias, las cuales -no obstante ser, por ejemplo, la prima del carnicero del pueblo, el hermano del boticario, la madre del señor de la esquina- han sido dotadas de un aura intemporal: han logrado trascender la muerte al lograr evitar (por lo menos en él Mas Allá), la corrupción de la carne. La vieja aspiración de trascender en el tiempo, propia de los reyes egipcios está siendo llevada a cabo -de oficio- por la tierra misma. Polvo eres, pero la tierra no permitirá que te conviertas en polvo. La expresión coloquial que se aplica a los burócratas bogotanos, »te vas a convertir en pieza de museo« tiene el valor de una profecía en el otrora pueblo tranquilo de San Bernardo.

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