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martes, 27 de noviembre de 2007

El fraude de los "Niños Indigo"

Las pretensiones y anhelos de insensatos progenitores (deshonestamente considerados "elegidos" ) parecen no distinguir ya la diferencia entre igualdad/discriminación en el universo de los seres humanos. Hoy por hoy uno de los temas más absurdos y morbosos es el referido al de los "Niños Índigo", un a modo de señuelo elitista donde la niñez es el blanco favorito de aquellos prejuicios paternos que, de la mano de ciertos psicólogos viciosos y/o intelectualoides de bajo vuelo, son proclives a creer,
alardear, inculcar e imponer un nuevo sistema de clasificación antropológica en pos de una inimaginable segregación infantil. El enajenamiento pseudocientífico y sofomesiánico no parece tener límites. Tal es el caso de aquellas clasificaciones dadas a determinados niños con problemas de hiperquinesia o que padecen anomalías en la conducta. De hecho, esto plantea un gran dilema psico-social a tal punto que tales incongruencias son disfrazadas con todo un halo presuntuoso de connotaciones místicas y hasta supernormales. Ahora resultaría que cualquier trastorno selectivo en la atención, o un excéntrico problema de hiperactividad infantil, es considerado de rebato como un caso de "Niño Índigo".

El caso de estos niños es, asimismo, una sutilísima y novedosa manera de hacer racismo pro-infantil, todo ello (claro está) encubierto bajo un disfraz de milagro biológico evolutivo. Tal dilema ya no implica únicamente un arrebato de pedantería social o de una candorosa super-ética sino más bien un enorme y espinoso conflicto en el que un eventual complejo de inferioridad logra escudarse tras una falsa noción de virtud racial biogenética, o ?lo que es peor? tras una guisa de psicopatología inducida. Algo digno de ser incluido en el marco contracultural del Síndrome Combinado de Calígula & Nepote.
El vocablo "índigo" fue manoseado y re-concebido en 1982 por Nancy Ann Tappe, una ocultista que difundió toda una taxonomía de perfiles a los fines de clasificar la personalidad de los seres humanos según el color de su "aura". De algún modo, ha sido una manera oculta de poder propalar una a modo de atrayente convicción sobre la base de la novísima intolerancia espiritualoide o de un mero sectarismo biogenético.

A juzgar por lo que insinúa Tappe, al sustentarse en su peregrino criterio ?que desde el vamos no expone ningún fundamento cierto? : las auras han estado yendo y viniendo del planeta Tierra a través de la existencia del Homo Sapiens Superior, si bien aquellas de color índigo comenzaron a aparecer (así nomás, de rompe y porrazo, merced a una dispensación cósmica ultraterrena) en los años '80. Y, para colmo de quimeras, según tal parapsicóloga, el guarismo de los nacimientos de niños dentro de esta tipología acrece velozmente. Al parecer, Nancy Ann Tappe se olvidó del axioma epistemológico que afirma: "La Naturaleza no se anda con saltos ni omisiones". Una cosa es detectar algo peculiar y otra muy distinta es enjaretar una Nueva Raza al estilo del místico chalado Serge Alexandrovitch Nilus.

En una contradictoria inercia, circa 1999, apareció el libro "Los Niños Índigo" escrito conjuntamente por Lee Carroll y Jean Tober. Dichos autores pregonaron esta rabanera idea haciendo referencia a la consabida nueva generación espiritual de características especiales, destinada a mejorar el mundo. En efecto, tal texto se pergeñó sobre la base de relatos atinentes a singulares hábitos por parte de párvulos, algo así como hipotéticos eventos tenidos por supernormales, los cuales fueron testimoniados o reportados por adventicios educadores y parapsicólogos inanes (ya que por otro lado, además, se afirma que algunos eran psicólogos oportunistas) que concurrieron a las conferencias de los precitados autores. Así las cosas, en los respectivos seminarios se relataron insólitos hechos aunados con presuntos rasgos anímicos "poco usuales", lo cual los llevó a inferir que se trataba de patrones actitudinales no reportados hasta el momento .algo por demás extraordinario. Esta obra fue escrita para ser leida por los muchos padres y maestros ansiosos de leer algo afín con lo único que aceptaban y querían creer. Sin duda, el libro no es más que un compendio sensacionalista de ensayos y diálogos aportados por fulanos autoproclamados idóneos en la materia, más que nada "expertos sociales" frustrados o sujetos con dudosas capacidades mediunímicas (o para decirlo de un modo más bonito: "contactados mediante percepción extrasensorial" ), partidarios de la "higiene espiritual" , fanáticos de los "mensajeros celestiales", gurúes del caos pedagógico, maniáticos de las "terapias alternativas", etc.

Otra cuestión es el hecho de que a estos niños no reconocidos por la "gente como uno" se les atribuye la capacidad "maravillosa" de salvar al mundo, de poseer dotes telequinésicas y de ser resistentes a los agentes patógenos que más asustan a los mortales. Y, así, en este marco soteriológico y megalómano se desahoga disparatadamente todo un submundo de chapucerías y aspiraciones cripto-segregacionistas. Empero, el engreimiento o la más simple rebeldía, por parte de estos inéditos críos, son tomados como una señal inequívoca de un alma sabia y superior que fluye en potencia sin ser comprendida por el infradotado remanente humano. Amén de todo, y sin perjuicio de desconfiar porque sí, cabe preguntarse: ¿Acaso ya se tienen pruebas irrefutables sobre tales hazañas o prodigios? Pues bien, si esta estirpe de niños superprecoces advino allá por los años '80 entonces alguno de ellos (por lógica hoy adultos) ya podría ?a estas alturas? haber dado muestras de algo inobjetable para evitar las pandemias y masacres que, al presente, azotan por doquier al género humano.

El Síndrome de Déficit de Atención e Hiperactividad (SDAH) es parte de una embarazosa controversia entre padres, psicólogos y médicos debido al hecho de que ningún progenitor acepta fácilmente que su propio hijo padece de una patología de carácter neurológico. En compensación, uno de los artilugios utilizados por inescrupulosos terapeutas es el de captar a aquellos padres inadvertidos que gozan de una movilidad social financieramente solvente y, por consiguiente, suplantar una (acaso) tediosa filosofía disciplinaria de vida por un sofisma de (mal)crianza lo cual acaece como una panacea más facilista y cómoda que la anterior alternativa. En consecuencia, la solución más rápida de estos embaucadores es la de hacerles creer a tales progenitores que sus hijos han sido privilegiados por la naturaleza (o bien léase: por el supracosmos) y que ante esta "portentosa evidencia" la tesonera medicina tradicional confunde tal dispensación sobrenatural con el "término médico equivocado" de SDAH. Según la capciosa ponderación de estos fraudulentos terapeutas, sendos niños no padecen ninguna patología concreta, al contrario están muy por encima de esta clase de "pamplinas galénicas". .Y como siempre sucede con todo fraude milagrero: el lucro es el móvil más preciado.

Incluso hay algo más: toda vez que se investiga imparcial y seriamente el asunto de los "Niños Índigo" se tiene la cada día más cabal certeza de que las "evidencias", dadas por los ya señalados autores e impulsores del tema, son sólo presuntas pruebas realizadas, en una data que nunca se precisa, en la Universidad Californiana de Los Angeles (UCLA) y que, conforme se ha cacareado, es allí donde en efecto se trataron células de "Niños Índigo" (empero, tampoco se detalla rigurosamente qué tipo de células: piel, sangre, etc.) exponiéndolas al virus del SIDA y a células cancerígenas (igualmente, jamás han dado ha conocer el tipo de las mismas) "las cuales no afectaron en modo alguno las células de los infantes." Ergo: ¿No resulta ya, todo lo expuesto por ellos, como demasiado ficticio?

Eso sí, los padres ávidos de dar a luz una progenie superior forman parte de un perfil tan patético como el de los falsos profetas. Por tal motivo, al antropólogo le interesa esta clase de conducta social a los efectos de comprender aquellos fenómenos pseudoculturales donde humanidad, obra y circunstancia son la constante primordial del devenir ontológico .un devenir vulnerable ante azarosas índoles adversas. Ahora bien, los impostores profesionales que manipulan el pensamiento mágico de estos padres tan ingenuos (por lo general: desesperados o perturbados) mezclan todo lo de su conveniencia con lo fenoménico y excluyen selectivamente al resto de los niños, a quienes consideran con frecuencia como demasiado comunes o elementales, conforme el argumento sectario de lo que ellos entienden equívocamente como Funciones Humanas Excepcionales (FHE).

Sea como fuere, el caso de los "Niños Índigo" impetra una cínica forma de desprecio mesiánico teñido de añil. Por eso sería lícito reflexionar: "Si la petulancia fuera tiña todos los impertinentes serían índigos".

FUENTE: El escéptico digital

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