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domingo, 25 de noviembre de 2007

Egipto - Tierra De Misterios

Egiptología: Conceptos Generales


La unión del Alto y el Bajo Egipto bajo un mismo gobernante, poco antes de 3200 a.C., fue un acontecimiento decisivo para la historia egipcia. Aunque la identidad del faraón no está confirmada, en varias listas de soberanos aparece el nombre de Menes. Debido a la carencia de archivos escritos, son igualmente confusas las ideas primitivas de los antiguos egipcios. Sin embargo, los primeros textos tallados en cámaras funerarias reales, alrededor de 2500 a.C., no dejan dudas en cuanto a que ya existía un antiquísimo sistema de creencias.


Mapa del Alto y Bajo Egipto. En él podemos apreciar las distintas y más importantes ciudades que formaban el imperio egipcio. La unión del Alto y Bajo Egipto se produjo poco antes del año 3200 a.C..

Durante siglos Egipto estuvo casi totalmente aislado de otros antiguos centros de civilización del oeste de Asia. Rodeado de desiertos casi infranqueables, el valle del Nilo se hallaba a salvo de cualquier tipo de invasores con excepción de los más decididos. Dicho aislamiento permitió que el extraordinario panteón de los antiguos egipcios se desarrollara prácticamente sin sufrir los embates de creencias ajenas.

Tal vez los aspectos más extraordinarios del panteón egipcio fueran, desde los inicios mismos de la historia registrada, su tamaño y su diversidad. Cada uno de los cuarenta y dos distritos en que se dividía el país poseía su propia deidad. Dado que hasta la ciudad más pequeña tenía un templo para su dios, es imposible calcular la cantidad de deidades que adoraban. Una diferencia fundamental entre la mitología de los antiguos griegos y la de los egipcios (así como la de los mesopotámicos) radica en que los habitantes de Egipto no atribuyeron a sus dioses una morada especial, como el monte Olimpo del norte de Grecia. Existe una referencia a una isla en la que en una ocasión se reunieron varias deidades para resolver el conflicto entre Horus y Set. Pero parece que el sitio se eligió porque estaba «en el medio» del país. Por regla general, las diosas y los dioses egipcios residían en los distritos donde originalmente se habían asentado. Su propiedad de un sitio era reconocida siglo tras siglo.
Algo más sorprendente que la abrumadora cantidad de dioses egipcios es la variedad de formas que adoptan. En lugar de pensar a sus dioses en función exclusivamente humana, como hicieron la mayoría de los pueblos de la antigüedad, los egipcios se mostraron dispuestos a ver la divinidad en todas las cosas vivas e incluso en objetos inanimados.
Los antiguos egipcios veían el mundo como una unidad viviente, y todo lo que ésta contenía -hombres, dioses y animales- compartía su existencia. En este mundo imperaban las fuerzas del desarrollo y la descomposición, del nacimiento y la muerte, que dominaron la mentalidad egipcia. Sin duda, esa fascinación por influencias ineludibles se inspiró en las difíciles condiciones del desierto circundante, en el desbordamiento anual del Nilo y en la preponderancia del ciclo agrícola. Los dos últimos se celebraban en el culto a Osiris.
Quizá no sea sorprendente que Osiris -una de las deidades principales que adoptó forma humana- se ocupara de la supervivencia después de la muerte. Tal vez llegó a Egipto desde el extranjero, pero se «egiptizó» hasta tal extremo que parece un dios realmente autóctono. Dios de Zedu, ciudad del delta del Nilo, su adoración estaba muy difundida, lo que sugiere que su culto introdujo en la religión egipcia un elemento que estaba ausente en los cultos a otras deidades. Probablemente fue su capacidad de ofrecer a cada individuo el acceso a la vida futura. Ciertamente, se representa a Osiris vendado como una momia, y el conflicto con su maligno hermano Set se centra en el destino del individuo después de la muerte. En el Libro de los muertos de los antiguos egipcios, Osiris es juez de las almas y regente del mundo de los muertos.


Complejos de templos monumentales como el de Karnak, a orillas del Nilo, dan testimonio de la gloria y esplendor del antiguo Egipto y de las dinastías que lo gobernaron.


Después de la decadencia de Egipto como Estado, los misterios de Osiris se extendieron por otras tierras mediterráneas. De todos modos, Isis, esposa de Osiris, alcanzó mayor popularidad fuera de Egipto. En tiempos de Julio César (asesinado en 44 a.C.), Isis contaba con templo y con altar en la colina Capitolina de Roma.
En el Antiguo Imperio (2613-2160 a.C.) se creía que, al morir, el faraón se convertía en Osiris y que su sucesor era hijo de Horus o de Ra, dios del sol. Como suele ocurrir con las deidades egipcias, a menudo Horus y Ra eran indiscernibles, sobre todo si Horus llevaba el disco solar.
En el Imperio Nuevo (1567-1069 a.C.) se creía que el faraón era hijo de Amón, a la sazón dios ascendente. En los relieves de los grandes templos de Luxor se ve que Amón adoptaba la forma de faraón reinante y se unía con su reina para dar lugar al nacimiento del nuevo faraón. Para evitar rivalidades entre Amón, con cabeza de carnero, y Ra, ambos dioses se asimilaron bajo la forma de una deidad compuesta: Amón-Ra. Los magníficos monumentos de Luxor y Karnak se erigieron en honor de Amón-Ra y se pagaron con los tributos obtenidos en las campañas faraónicas de Canaán, Siria y el norte de Sudán.
Se creía que la armonía del universo dependía del bienestar del faraón. En teoría, cumplía las funciones de sumo sacerdote de la nación egipcia, si bien por razones prácticas delegaba el cargo y las obligaciones en sacerdotes de alto rango.
En el Antiguo Egipto, lo mismo que en Mesopotamia, estaba muy arraigada la creencia según la cual antes de que se creara el mundo existían fuerzas caóticas. En el acto de la creación esas potentes fuerzas fueron desterradas a los límites del mundo, pero siguieron inmiscuyéndose en la sociedad de dioses y hombres. De esta forma, los sacerdotes ayudaban diariamente a los dioses a sustentar la estructura del orden universal mediante la realización de ritos religiosos.
Durante el período del Imperio Medio (2040-1652 a.C.), en el gran templo de Ra, en Tebas, se celebraba una ceremonia para ayudar al dios del sol en su lucha diaria con la serpiente Apofis o Apep. Los sacerdotes tebanos de Ra sostenían que Apofis atacaba al dios del sol después del crepúsculo y que la batalla que se desencadenaba duraba toda la noche.
El ritual que los sacerdotes celebraban incluía la destrucción de una imagen mágica. Se escribía el nombre de Apofis en una efigie en cera de una serpiente o un cocodrilo, que luego era insultada y destrozada mientras el sumo sacerdote recitaba un hechizo. La magia (hike) se consideraba un arma eficaz contra los enemigos de los dioses y del faraón. De todas maneras, el hostigamiento diario que soportaba Ra palidece ante el terror que desencadenaba Tiamat, espíritu del mal de la religión mesopotámica.


Los egipcios creían que el alma viajaba por el mundo de los muertos, donde Anubis, con cabeza de chacal, compara su peso con la pluma de la verdad. Thot, el escriba con cabeza de ibis, apuntaba el resultado.


Cualesquiera que fuesen los objetivos de Akenatón en Tell al-Amarna, la consecuencia principal de los cambios que introdujo fue el debilitamiento del poderío egipcio. Cuando el país se recuperó de los trastornos religiosos, los ejércitos hititas ya habían arrebatado a Egipto el control de Siria. Aunque aún faltaban seis siglos para la independencia egipcia, ya estaba cumplido su período de poder en el extranjero. Canaán y Sinaí fueron gradualmente abandonados y Egipto se vio amenazado por potencias superiores a la propia. En seguida las dinastías extranjeras alternaron con las nativas hasta que los macedonios, a las órdenes de Alejandro el Grande, conquistaron Egipto en 332 a.C.


La puesta de sol sobre las cumbres salientes de las pirámides incluye aspectos claves de la vida del antiguo Egipto. Se inventaron incontables mitos para explicar el recorrido diario del sol a través del cielo, y las pirámides conmemoran a los poderosos gobernantes de Egipto y su obsesión con la vida después de la muerte.


Nunca más un monarca egipcio ocupó el trono de Egipto y comenzó el socavamiento de los valores tradicionales. Aunque la dinastía macedónica de los Tolomeo (305-30 a.C.) trató con respeto a los dioses egipcios, había tocado a su término la antigua relación entre el gobernante y los dioses.
Después de que en 30 a.C. los romanos se anexaran Egipto como provincia, se abandonó toda apariencia de continuidad con el pasado. La vieja religión se debilitó y a lo largo de los dos siglos siguientes fue reemplazada por otra: el cristianismo.
Las acciones de los dioses egipcios se olvidaron salvo en lo que se refiere a acontecimientos legendarios relacionados con los sitios en los que antaño se alzaron sus templos. Sin embargo, las antiguas habilidades del embalsamador fueron más perdurables. San Antonio (hacia 251-356 d.C.) estaba tan preocupado por el empleo cristiano de semejante práctica que expresó su deseo de tener un entierro corriente. Volvió deliberadamente la espalda a las tradicionales costumbres egipcias de enterramiento y dijo: «El día de la resurrección recibiré mi cuerpo incorruptible de manos de Cristo». Evidentemente los tiempos de Osiris habían fenecido.

Para ver cronologia general del imperio egipcio y lista de dioses ====>http://mundoparanormal.com/docs/index2.html


El Enigma De Los Dioses Egipcios


Cuando se habla de Egipto se piensa al instante en pirámides y faraones, en el río Nilo, en la ciencia de los sacerdotes, en las momias de los personajes ilustres que resucitarán algún día, en los templos maravillosos y en las estatuas monumentales. Los libros de historia se han referido, desde los tiempos de los griegos, con gran admiración al arte egipcio, pero ¿han explicado en todas las ocasiones la verdad? ¿Puede creerse con los ojos cerrados todo lo que se ha venido diciendo acerca del Antiguo Egipto o se han cometido errores, por ignorancia unas veces y con mala intención otras, para mostrar una faz de este pueblo y de sus obras que, en ocasiones, corresponde exactamente a la realidad?


Momia de Ramses II. Aunque han transcurrido más de tres mil años desde la muerte de este faraón, la pericia de los embalsamadores egipcios permite reconocer sus rasgos, que revelan un carácter firme. La cabeza está coronada por escasos cabellos, curiosamente teñidos de rubio.


Un Texto Que Consideraban Altamente Peligroso

Pocas personas han dejado de escuchar alguna vez el nombre de Ramsés, faraón que vivió durante el siglo XIII antes de Cristo: fue un gran guerrero que logró rechazar una invasión del pueblo hitita. Pero no fue por esta razón que ha logrado ser conocido entre nosotros. Su fama se la debe al descubrimiento de sus restos, en 1881. No hay quien no haya contemplado alguna vez en fotografía la momia de Ramsés, cuya cabeza se ha conservado perfectamente, con todo y sus cabellos rojizos; y su pésima dentadura ha venido a demostrar que debió sufrir en vida muy malos ratos. Su hijo, en cambio, hubiera pasado desapercibido de no haber ordenado quemar en cierta ocasión un libro que consideraba altamente peligroso.
Se llamaba Khaunas y tuvo ocasión de conocer una obra misteriosa, escrita por un personaje legendario acerca de cuya existencia muy poco logró averiguar. Contenía el libro terribles secretos. Su lectura concedía poderes sobre las cosas de la tierra, del cielo y del mar, revelaba una receta para resucitar a los difuntos y para dar órdenes a las personas, por lejos que se encontrasen. Quien leyera este libro sabría mirar al sol cara a cara, así como comprender el lenguaje de los animales.
¿Qué clase de libro era aquél que ordenó el faraón Khaunas tirar al fuego? ¿Un texto científico que no supo descifrar y por esta razón, igual que ha sucedido cada vez que un hombre ignorante se ha encontrado con algo superior a su entendimiento, le resultó más sencillo suprimirlo? ¿Existió en realidad aquella obra maldita o quiso inventar el episodio un cronista de la época, para rendir homenaje al buen juicio del soberano o para burlarse de las generaciones venideras?
Por fortuna, de vez en cuando se realizan en Egipto hallazgos que vienen a aclarar en parte algunos puntos oscuros de la historia. Unos arqueólogos encontraron en 1828 una estela de piedra del siglo IV anterior a nuestra era, cuya traducción informaba sobre el texto mencionado y aludía además a otras propiedades del mismo y al nombre del autor. Coincidía con el que dio el temeroso faraón: el divino Toth, a quien los antiguos egipcios representaban con cabeza de ibis, el ave sagrada del Nilo, a causa de su enorme sabiduría. ¿Y quién fue ese personaje llamado Toth?
Toth se presentó en Egipto procedente de un país situado más allá de donde se oculta el sol. Es decir, que vino del oeste, igual que otros dioses del firmamento egipcio. Su nombre recuerda de manera sospechosa al God anglosajón y al Gott germánico, pero de acuerdo con algunos estudiosos del tema tiene un origen atlante: Toth deriva de Tehutli. ¿Cuál era entonces el origen de ese Toth de quien se expresaban con tanto temor y respeto los egipcios?
¿Arribó de la Atlántida antes de ser borrado del mapa el legendario continente hundido en el océano en el corto plazo de una noche y un día? ¿De la lejana Hiperbórea acaso, llamada Tierra de Thule en las tradiciones escandinavas, que pudo estar entre Groenlandia e Islandia y que algunos autores identifican con la Gran Bretaña? ¿De las vecinas tierras del Sahara, antes de ser devoradas por las arenas del desierto? ¿O de un planeta ajeno al nuestro, según es opinión de quienes se han dedicado al estudio de los ovnis?
Cuando Toth pretendía enseñar, por medio de su libro, a mirar el sol cara a cara, sin temor a dejar ciego a nadie, ¿qué deseaba decir? Posiblemente encerraba el texto un simbolismo difícil de aclarar: ¿que no se debe temer a la verdad y que es preciso enfrentarse a la realidad sin miedo a las consecuencias? Pero también pudo aludir el sabio a un instrumento que serviría para contemplar el Sol, los planetas y las luminosas estrellas, de cuya observación resultaría el cálculo de las fechas en que se producirían los eclipses. Y quién sabe si el tratado en cuestión contenía también secretos de medicina y de alquimia.

Para realizar satisfactoriamente el viaje al más allá, los egipcios debían cumplir con los ritos plasmados en lo que los egiptólogos han bautizado como Libro de los Muertos. Parte esencial de estos papiros consiste en hechizos y consejos para ayudar a los difuntos.


Cuando el faraón Khaunas ordenó la destrucción del libro de Toth -del cual, afortunadamente, lograron salvarse algunos fragmentos-, había pasado otrora su país por lo mejores tiempos.
Encontrábase Egipto en decadencia desde hacía un buen número de siglos. Muchos documentos del pasado habían sido destruidos, porque no eran comprendidos, igual que sucedería durante la Edad Media en Europa, cuando fueron quemados valiosos testimonios de la antigüedad.
Por fortuna, en el caso de Egipto llegaron un día los griegos a Egipto y quedaron tan admirados ante lo que vieron y ante lo que adivinaron, que se apropiaron de muchas cosas. Entre ellas, la figura del dios Toth.
Le cambiaron el nombre y lo convirtieron en Hermes Trismegisto, tres veces grande, supuesto fundador de la alquimia además de auténtico sabio, al decir de los filósofos esoteristas. Pero no fue Toth el único ser excepcional que, habiendo llegado del oeste, pasó su nombre a poder de los griegos.
Entre los dioses egipcios que los griegos harían suyos estaba Imhotep, quien realizó grandes cosas en Egipto. Además de ser el arquitecto de las primeras pirámides egipcias conocidas, que eran escalonadas y las levantó en la zona de Saqqarah, fue un médico genial. Poseía una técnica inigualable para realizar todo género de intervenciones quirúrgicas. Entre las más complicadas estaban la trepanación y las operaciones del corazón. Y existen testimonios que lo prueban.
Un documento escrito en lengua copta hallado hace unos años en la ciudad de Alejandría -los coptos eran cristianos de Egipto que decían descender de los antiguos habitantes del país-, que afirmaba ser copia de otro muy anterior, informaba acerca de cierta operación realizada con éxito notorio en tiempos de Djoser, faraón de la III Dinastía, que reinaba en Egipto en tiempos del famoso sabio Imhotep.
El papiro describía la operación en detalle: un oficial de la guardia recibió un lanzazo en el corazón, pero Imhotep, utilizando una técnica sorprendente, realizaría un trasplante de la víscera que devolvería la vida al militar.
Debió saber tanto este Imhotep que, con justa razón, sus contemporáneos lo considerarían poco menos que un dios. A partir de su muerte era lógico que sus proezas crecieran de tamaño. Los griegos se fijaron en su persona y tomaron a Imhotep como modelo para crear a Esculapio, dios de la medicina. Y para hacerlo más suyo le dieron a Apolo, el rubicundo dios solar, de padre.
El símbolo creado por Esculapio había pertenecido a Mercurio, pero en sus manos se convertiría en el símbolo de la profesión médica. Dice la leyenda que Esculapio encontró un día en su camino a dos serpientes que luchaban furiosamente entre sí. Interpuso entre los dos reptiles su bastón y ambos se enroscaron al mismo hasta quedar inmóviles.
Así se formó el caduceo, que ha sido adoptado por todos los médicos del mundo occidental como su símbolo. Quienes se dedican al noble oficio de curar suelen pegar en el cristal de su automóvil una calcomanía con figura de bastón con dos serpientes enrolladas sin detenerse a pensar que su origen es completamente absurdo. Ninguno ha caído en la cuenta de que este caduceo posee una asombrosa semejanza con la molécula en espiral del ácido desoxirribonucleico, más conocido como ADN, elemento primordial de la vida que rige la herencia biológica y cuya estructura es conocida desde hace unos pocos años nada más.
¿Se trata de una simple coincidencia el hecho de que el caduceo y la estructura de la molécula de ADN, tal como aparece en los tratados de biología, sean casi iguales? ¿Significa, por el contrario, que Imhotep sabía sobre medicina mucho más de lo que se suponía? ¿Acaso en la historia anterior a la conocida existió una ciencia avanzadísima que se perdió a causa de una catástrofe de proporciones gigantescas o a falta de hombres capacitados para perpetuar sus secretos?
Pero, regresando con Toth, bueno será saber que, además de la escritura que enseñó a los egipcios, se atribuía a este ser divino la redacción del Libro de los Muertos y la creencia, que se extendió a partir de entonces entre los egipcios, de que las almas de los difuntos viajaban a un lejano país llamado Amenti, situado al oeste, de donde resucitarían cuando llegase el momento. ¿Era ese Amenti el país de donde procedía Toth, una especie de paraíso perdido cuyo recuerdo jamás se borró de su memoria y hablaba de él a todas horas, con encendidos elogios, a los habitantes del país que deseaba civilizar?
¿Fueron Toth e Imhotep los únicos maestros que arribaron a Egipto procedentes del oeste? La respuesta es negativa. En varias pirámides de la zona de Saqqarah, que remontan a las primeras dinastías conocidas, se han hallado inscripciones que se refieren a otro personaje divino, que llegó a convertirse en un dios mucho más importante que los dos mencionados. Su nombre era Osiris.


Los griegos relacionaron el caduceo de Mercurio con la figura de Esculapio, equivalente a Imhotep.


También Osiris sería plagiado por los griegos a la busca de dioses para su firmamento mitológico. Harían de él Cronos -llamado Saturno por los romanos-, cuyos padres fueron Urano, dios del cielo, y Gea, diosa de la tierra.
Resulta altamente revelador que los padres de Osiris fuesen también originarios del cielo y de la tierra.¿No sugiere esto la posibilidad de que el padre del dios egipcio arribase por la vía aérea y que su madre fuese una reina de aquí abajo, una mujer de belleza deslumbrante que cautivó al ilustre viajero? Este pasaje recuerda, muy curiosamente, al capítulo VI del Génesis bíblico, donde se habla de los hijos de Dios que se enamoraron de las hijas de los hombres.
¿Acaso el pasaje bíblico se inspiró en este episodio del nacimiento de Osiris, como tantos otros a los cuales nos asomaremos cuando llegue el momento? ¿Sucedió de la unión de los dos personajes -el celestial y el terrícola- que naciese Osiris, quien sería educado en el planeta de su padre y sería enviado a la tierra, al cumplir su mayoría de edad, para enseñar su ciencia a la ignorante población que sirvió a las órdenes de su madre?
Así opinan algunos autores que, cada vez que pueden hacerlo, dirigen la mirada al firmamento y buscan en él origen para todo lo terrestre. Desean creer que del cielo vinieron los primeros colonizadores del planeta. Tal vez están en lo cierto. Tal vez estén más de acuerdo con la realidad otras opiniones igualmente interesantes. Y una de ellas se ha querido inspirar en los orígenes del nombre de Osiris y en algunos aspectos de su existencia.
En el antiguo idioma de los egipcios se escribía el nombre Osir're, que era una palabra compuesta. La primera partícula era el nombre del personaje y la segunda correspondía al re, o nombre del astro solar. Pero esta partícula podría referirse también a una aureola luminosa que rodeaba la cabeza de aquel ser excepcional. ¿Era una aureola provocada por sus extraordinarias facultades y su mágica sensibilidad? ¿Era el resplandor causado por el casco espacial utilizado por Osiris cuando reflejaba los rayos del sol?
Este ser que los egipcios considerarían divino, en razón de sus obras sin igual, no convenció a todos al realizar tantas innovaciones. El malvado Seth terminó asesinándolo, molesto al verse desplazado por el extranjero. Cortó a continuación en pedazos el cuerpo de su víctima y los tiró al río Nilo, que los arrastró corriente abajo hasta llegar al mar.

Cronos, llamado Saturno por los romanos, fue el plagio que hicieron los griegos de la figura de Osiris.


Fue una suerte que la esposa de Osiris lograse encontrar y reunir los fragmentos dispersos. Halló todos menos uno, el miembro viril, lo cual obliga a pensar que detrás de esta lamentable pérdida se oculta un oscuro simbolismo. ¿Quiere decir que a partir de entonces Osiris se negó a tener hijos, pues suponía que podría sucederles lo mismo que a él a manos de los egipcios? ¿Se arrepentía de haber desarrollado tantos esfuerzos y de haber dado su sangre en beneficio del pueblo egipcio y escogía aquella lamentable pérdida para significar a los egipcios que no le importaban ya nada?
Lo único que nos informa la mitología es que Isis insufló nueva vida al cuerpo de su ex-difunto, quien de todas maneras pocas ganas tenía de seguir realizando obras de caridad. Osiris se había casado con su propia hermana Isis, porque deseaba conservar pura su sangre divina, sin mezclas con los seres inferiores. Y este racismo, que sería castigado en lo que a Osiris más podía dolerle por un representante de la oposición, ¿no nos permite acaso pensar que tanto Osiris como Isis pertenecían a una raza que se consideraba superior, como la raza aria, por ejemplo?
Algunos autores son de la opinión de que el nombre de Osiris fue en realidad Osir'ris y que la partícula Osir coincide, aproximadamente, con el nombre de los legendarios Ases escandinavos, dioses de la mitología nórdica. De igual manera, conceden también un origen ario a la segunda partícula, puesto que ris significa gigante en las antiguas lenguas germánicas.
Tal vez lo anterior no pase de hipótesis gratuita, pero resulta muy curioso observar que en el capítulo VI del Génesis se menciona a la raza de gigantes, cuyos hijos nacidos en la tierra serían los héroes. Durante algún tiempo, esta palabra serviría para designar a los seres descendientes de los personajes celestiales, pero se utilizaría más tarde para identificar a todo género de hombres valerosos. ¿Y no podría derivar este término héroe del nombre del hijo de Osiris, que se llamaba Horus?
¿Fue Osiris un gigante de enorme estatura, que dejaba chiquitos a los primitivos egipcios? ¿Lo llamaron éstos gigante a causa de sus gigantescos conocimientos, igual que llamamos gigante en la actualidad a personas de notable intelecto, como sucede en el caso de Albert Einstein?
Resulta igualmente interesante observar la semejanza de este personaje Osiris con el legendario Quetzalcóatl prehispánico. Y también la del malvado Seth con el airado Tezcatlipoca, quien haría todo lo posible por desprestigiar, en lo que más le doliera, al ser venido a bordo de una nave resplandeciente desde el lugar donde asoma el sol en las mañanas.
¿Quiere esto decir que los matrimonios consanguíneos de algunos soberanos de la América prehispánica y la leyenda de Tezcatlipoca proceden de Egipto, así como buen número de viejas leyendas del continente? ¿O, por el contrario, fueron los pueblos de América los que se las enseñaron a los egipcios?

Osiris se casó con su hermana Isis, y Horus, hijo de ambos, vengó a su padre asesinado por Seth. ¿Procede de Horus la palabra "héroe"?.


El Nilo: Un Río Misterioso


Nilo, símbolo del renacimiento y la vida eterna para los antiguos egipcios, ha sido durante los siglos el principio vital de su país. El río y sus orillas se contemplan desde el aire como una larga faja verde serpenteando a través del árido desierto. Esa faja es Egipto: la prodigalidad del Nilo lo creó, y permitió el desarrollo de una de las mayores civilizaciones de todos los tiempos.
El Nilo es, con sus 6.708 kilómetros desde su fuente más remota, el río más largo del mundo. Sus dos «orígenes» surgen de las profundidades de África. El Nilo Blanco brota de las aguas del lago Victoria, y fluye hacia el norte en dirección a Jartum, en Sudán, donde se funde con el Nilo Azul, más corto pero más caudaloso. Allí donde las aguas se reúnen es posible ver la confluencia de las aguas azuladas del Nilo Azul y las más claras, verde pálido, del Nilo Blanco.
Desde Jartum el río corre hacia el norte hasta El Cairo, donde se divide en dos importantes canales, uno de los cuales desemboca en el mar Mediterráneo en Damietta, a unos 60 kilómetros de Port Said; el otro prosigue hasta Rasid (la antigua Rosetta). En este lugar, en 1799, fue hallada la famosa piedra de Rosetta que ayudó a descifrar los jeroglíficos egipcios. Entre ambos brazos se extiende el delta del Nilo: 37.000 kilómetros cuadrados de tierra cultivable formada por ricos depósitos aluviales.


Durante siglos el Nilo ha sido la arteria vital de Egipto. En la tierra nutrida por sus aguas nació la gran civilización del antiguo Egipto, con sus templos de oro y sus pirámides.


Para los egipcios el Nilo era, y sigue siendo, el centro de su existencia. Facilitaba el crecimiento del grano, proveía el pescado y el valioso junco de papiro, y era utilizado como vía fluvial. La veneración del pueblo para con el río se advierte en el Himno al Nilo, compuesto presumiblemente durante el Imperio Medio (hacia 2050-1750 a.C.): «Salve, oh Nilo, que surges de la tierra, que vienes a dar vida al pueblo de Egipto.» El historiador griego Herodoto resumió con agudeza la relación entre el país y el río: «Egipto es un don del Nilo.»
En sus orígenes, el antiguo Egipto era llamado por sus habitantes Kemet, que significa «negro», a causa del contraste entre las oscuras tierras aluviales formadas por el sedimento de las crecidas y el leonado desierto que se extendía a ambos lados hasta perderse de vista. Al parecer, los egipcios consideraban que todos los ríos guardaban relación con el Nilo. Por ejemplo, una inscripción en una estela real de finales del siglo XVI a.C. describe al Eúfrates, el gran río de Mesopotamia que fluye de norte a sur, como cese río invertido que corre a contracorriente». En otras palabras, se consideraba que cualquier río que fluyera en dirección contraria al Nilo lo hacía de forma equivocada.
La característica más vital del Nilo para los habitantes de Egipto, desde la remota prehistoria hasta 1971, eran sus inundaciones anuales. Ese don del río procedía de las lluvias africanas y el deshielo de las nieves de las montañas de Etiopía que daban origen a inmensos torrentes. El río inundaba los campos adyacentes y, al retirarse las aguas, los dejaba cubiertos de una rica y fértil capa de limo. Fue esta fertilidad la que nutrió la antigua civilización egipcia.
El escritor latino Séneca describió lo providencial de las crecidas del río para los egipcios: «Es una hermosísima visión cuando el río inunda los campos. Las llanuras desaparecen, los valles se ocultan. Sólo las ciudades emergen como islas. El único medio de comunicación es la nave; y cuanto más sumergida queda la tierra, mayor es el júbilo de su gente.»
En tiempos de los faraones, el Nilo alimentaba las vidas de millones de personas en su recorrido á través del país. Había, por supuesto, años malos en que las inundaciones fallaban, como durante los siete años de carestía que según la tradición tuvieron lugar durante el reinado de Zoser, rey de la III dinastía (hacia el siglo XXVIII a.C.).
Pero casi siempre el río proporcionaba una vida holgada a quienes dependían de él, al menos a las clases altas, a juzgar por los versos escritos para celebrar la nueva capital de los faraones de la XIX dinastía al noroeste del delta, los bíblicos Ramsés: «La Residencia es agradable para vivir; sus campos rebosan de cosas buenas; están (llenos) de víveres y alimentos cada día, sus estanques de peces, y sus lagos de pájaros. Sus praderas son verdes y herbosas; sus orillas dan dátiles... Sus graneros están (tan) llenos de cebada y trigo (que) llegan casi hasta el cielo. Las cebollas y puerros son para el alimento, y la lechuga de la huerta, las granadas, manzanas, olivas e higos del vergel, el vino dulce de Ka-de-Egipto, que supera a la miel...»
Ka-de-Egipto, un viñedo del delta, así como la abundancia de hortalizas y frutas a las que se alude, no hubiesen existido sin el Nilo.
La agricultura de la región ha progresado desde aquellos tiempos: la simiente ya no es pisoteada por los carneros, o, como observó Herodoto en el siglo V a.C., por los cerdos. Algunos de los antiguos instrumentos todavía son de uso cotidiano, por ejemplo el shaduf, introducido durante el Imperio Nuevo (aproximadamente 1567-1085 a.C.). Este simple mecanismo permitía sumergir un cubo en el agua y luego elevarlo por medio de un contrapeso. En los años que siguieron a su invención aumentó considerablemente la extensión de tierra cultivada, y hoy día todavía es utilizado por los egipcios.
Pero el cambio más espectacular de los últimos años lo ha constituido la Gran Presa de Asuán, construida en 1971, y la consiguiente creación del lago Nasser, el mayor lago artificial del mundo. Ahora es posible irrigar durante todo el año; sin embargo, la gran inundación anual ya no existe, la crecida del río se ha reducido considerablemente, y el sedimento que a lo largo de los siglos sirvió a Egipto se ha visto mermado.
En algunos lugares el desierto está ganando terreno: allí donde los palmerales antaño prodigaban su fresca sombra, ahora sólo ondean unas cuantas frondas dispersas sobre la cima de las invasoras dunas, y los verdes campos están siendo devorados por las batientes arenas.


Dios Hapi. Personifica al Nilo, a la inundación periódica que sufría Egipto cada año y a la fertilidad que éste aporta.


La vida cotidiana en el antiguo Egipto estaba entretejida de observancias y rituales religiosos. El río se asociaba con cierto número de dioses, siendo su deidad particular Hapi, Gran Señor de los Alimentos, Señor de los Peces. Según la creencia popular, Hapi era responsable de las crecidas, derramando el agua de su jarro sin fondo, sentado en una cueva protegida por serpientes al pie de las montañas de Asuán. Anualmente se hacían sacrificios en Yabal Silsila para asegurarse de que inclinara su jarrón en el ángulo adecuado: demasiado volcado podía significar un diluvio, y demasiado poco significaría sequía y hambre en todo el país.
Una estatua de Hapi, que se encuentra ahora en el Museo del Vaticano en Roma, lo muestra con 16 niños, cada uno de ellos de la altura de un codo. Esto simboliza el hecho de que si la crecida anual no alcanzaba los 16 codos (unos 8 metros), entonces la tierra no florecía y su gente padecía hambruna.
Hapi encarna al Nilo, pero el río también está vinculado con la vida y la muerte de Osiris, el dios del mundo de ultratumba. Simbólicamente, la historia de Osiris refleja la vida del gran río. Durante su reinado en Egipto fue asesinado por su malvado hermano Set, y los fragmentos de su cuerpo fueron esparcidos por todo el país. Su consorte, Isis, tras una concienzuda búsqueda, reunió los miembros dispersos y lo resucitó. Tras su resurrección, tuvieron un hijo, llamado Horus, el siguiente rey de Egipto que también fue divinizado. Entonces Osiris descendió para gobernar el mundo de ultratumba.
La vida y la muerte de Osiris simbolizan la muerte y resurrección anual del Nilo. El malvado Set es el ardiente viento del desierto que consume las aguas. Osiris está muerto cuando el Nilo está seco, y su cuerpo es encontrado por Isis el día de su crecida anual. Al igual que Osiris fecunda a Isis, creando nueva vida y esperanza, el río anega sus orillas para fertilizar los campos.
Osiris es el Nilo, Isis la tierra: la unión de ambos es la unión perennemente productiva del agua y del suelo.



Debido a la construcción de la presa de Asuán, los ingenieros se vieron obligados a trasladar los templos de Abu Simbel 64 metros más arriba, para que no fuesen sumergidos por las aguas de la nueva presa.


La prosperidad en torno al Nilo permitió a los egipcios edificar magníficos monumentos a lo largo de su cauce: templos y monumentos a los antiguos dioses y reyes. Inevitablemente, las exigencias del progreso han entrado en conflicto con la necesidad de preservar el pasado. Ambas consideraciones fueron espectacularmente reconciliadas con la construcción de la presa de Asuán, que salvó a los templos de Abu Simbel de ser sumergidos por las aguas. Los dos templos, esculpidos en las faldas de la montaña en la orilla oeste del Nilo, fueron trasladados, mediante una sorprendente obra de ingeniería que terminó en 1966, 64 metros más arriba de su emplazamiento original.
Los templos fueron construidos en tiempos de Ramsés II, el tercer rey de la IX dinastía. Durante su largo reinado (1290-1224 a.C.) se edificaron aproximadamente la mitad de los templos egipcios que subsisten, la mayoría erigidos para celebrar sus hazañas contra los hititas y conservar el imperio asiático de Egipto.
Ramsés también dejó su huella más abajo de Abu Simbel, a lo largo del río, donde un asombroso despliegue de monumentos rodea la antigua capital de Tebas. Allí se encuentra Karnac, uno de los templos más impresionantes del mundo. Los magníficos pilares de su sala hipóstila, elevándose a gran altura y formando grandes grupos con sus macizas basas, parecen concebidos para dar paso a grandes seres incorpóreos.
El enorme conjunto está dedicado al faraón Amón, de cabeza de carnero, dios de Tebas, ulteriormente identificado con Ra, el dios sol, y convirtiéndose en Amón-Ra, el rey de los dioses durante el apogeo de Tebas. Las ruinas cubren unos 20.000 m², y comprenden los restos de avenidas bordeadas de esfinges, enormes puertas de acceso, santuarios y templos, y un lago sagrado.
Junto a Tebas se encuentra Luxor, también dedicado a Amón; y atravesando el Nilo desde Luxor se extiende el Valle de los Reyes, donde fueron sepultados la mayoría de los monarcas de la VIII dinastía (aprox. 1570-1342 a.C.).
Los más famosos monumentos de Egipto se encuentran al norte, casi a la entrada del delta, donde se elevan los colosales volúmenes de las pirámides de Gizeh, últimas supervivientes de las Siete Maravillas de la antigüedad.
Junto a las orillas del Nilo, las humanas actividades diarias reafirman el antiguo ritmo de la existencia. En algunos lugares, éste parece haber cambiado apenas desde que los viajeros victorianos acudieran a pintar el río en todos sus aspectos, y pudiera no ser tan diferente de los tiempos de los faraones.

¿Representa La Esfinge A Un Ser Volador?


En razón del lamentable estado en que se encuentra la enigmática Esfinge de Gizeh resulta imposible determinar qué representa ni con qué fin la levantaron. No hay manera de saber qué clase de rostro es el suyo y si tuvo originalmente en el lomo un par de alas, como otras esfinges de menor tamaño que no han sufrido tan bárbaras mutilaciones. Y son muchos más los misterios que encierra esta estatua monumental, única en el mundo, cuyo nombre ha venido a convertirse en sinónimo de enigma sin solución.
Hay en la tierra un buen número de monumentos de piedra y de construcciones de la antigüedad acerca de los cuales se han realizado hallazgos que han venido a aclarar en parte el misterio que encierran. O han aparecido textos que alguna luz han aportado a cada caso y se han conservado tradiciones cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Si se estudian unos y otros con detenimiento algo aclararán y ayudarán a comprender más de un enigma cerrado a toda explicación.
Pero en la Esfinge de Gizeh, que se levanta entre las pirámides y el río Nilo, no ha sucedido lo mismo. Sigue impasible, resistiéndose a los intentos realizados para conocer su verdadera personalidad. En la llanura inglesa de Salisbury están los famosos Avebury y Stonehenge, formados por dólmenes y menhires enormes, donde se dice que los sacerdotes druidas adoraban al sol. Los romanos, con la perversa intención de desprestigiar a los habitantes de la isla que deseaban conquistar, dirían que en Stonehenge se celebraban bárbaros sacrificios humanos, pero en los últimos años el astrónomo Gerald Hawkins vino a demostrar, con la ayuda de una computadora, que el citado monumento de forma circular fue en realidad un observatorio astronómico.
En torno a la misma Gran Pirámide han circulado docenas de leyendas, plagadas de exageraciones algunas, que remontan a los tiempos de los árabes y de los griegos. Todas ellas son reveladoras. El interior de este monumento de piedra ha sido abierto en varias ocasiones y los matemáticos han deducido ciertas relaciones que todavía se ignora si fueron obra del azar o si tenían una finalidad bien determinada.
La relación de edificios poseedores de algún misterio que ha sido aclarado en parte seguiría con las cabezas monumentales de la isla de Pascua, las construcciones ciclópeas de Zimbawe, en el sur de África, las losas de Baalbek, consideradas por el soviético Agrest como pistas de aterrizaje para naves extraterrestres, y con muchos más.
Pero, aunque el lector se resista a creerlo, nada de esto nos ha aportado la Esfinge. Ningún dato se conserva, ninguna información se ha obtenido que pudiera conducir a la solución de su enigma eterno.


La Esfinge de Gizeh, maltratada y mutilada, sigue impasible, resistiéndose a los intentos realizados para conocer su verdadera personalidad. Da la espalada a las pirámides, como queriendo ocultar el secreto milenario de su personalidad. ¿Se descubrirá éste algún día y perderá su nombre el significado de enigma sin solución?.


Lo primero que sorprenderá al turista que acuda a admirar la Esfinge será su tamaño descomunal, que ha perdido gran parte de su forma original y que está esculpida en la roca viva, esa misma que forma la meseta de Gizeh y que sirve de base a las pirámides cercanas. No dejará de observar que desde la base de la estatua hasta la punta superior de su carcomida cabeza tiene la altura de un edificio de cinco pisos y que su longitud desde el extremo de las patas delanteras hasta lo que pudiera ser el comienzo del rabo, es igual a la anchura de un campo de fútbol.
Exclamará con asombro que se encuentra ante la estatua más grande del mundo, superada únicamente en elevación por la de la Libertad, pero por más que se devane el cerebro intentando calcular el número de obreros que trabajaron en la construcción de la Esfinge, o qué faraón ordenó crear el monumento, o si es su rostro el que en ella figura, le resultará imposible hacerlo. Y ningún texto de la antigüedad le ayudará a descifrar el misterio.
A los griegos les había fascinado la Esfinge desde muchos años antes de iniciarse la era cristiana. Quisieron en vano identificar a su constructor. Cuando Herodoto visitó Egipto le informaron los sacerdotes acerca de la Gran Pirámide, pero ninguno supo decirle nada sobre la Esfinge. Se limitaron a decir que le daban el nombre de hu, es decir, figura esculpida en la roca, palabra que los griegos convertirían en la que utilizamos ahora, quién sabe por qué.
Durante algún tiempo, los egiptólogos creyeron erróneamente que fue Tutmoses IV el faraón que ordenó esculpir la Esfinge, todo porque apareció su sello real en la piedra. Pero se vino a descubrir más tarde que todo remontaba a los tiempos en que, siendo un joven príncipe Tutmoses, fue a cazar al desierto y quedó tan agotado que se echó a dormir a la sombra de la Esfinge, totalmente cubierta por las arenas.
Se le apareció en sueños al cazador el dios Hermekhis y le suplicó quitar la arena que cubría a la estatua. Prometía recompensarlo muy pronto. El príncipe obedeció. La recompensa consistió en que murió Tutmoses III y subió al trono su hijo Tutmoses IV. Y como este faraón era un hombre agradecido, rindió homenaje a la Esfinge esculpiendo su nombre en la piedra, para que a partir de entonces se relacionase a ambos.
Y bien que los relacionaron. Porque, por culpa del sello, se tuvo la certeza largo tiempo que había sido Tutmoses IV el constructor de la Esfinge y que el rostro del extraño ser era el del faraón. Hasta que se cayó en la cuenta de que, habiendo vivido Tutmoses en el siglo XV antes de Cristo, no podía ser contemporáneo de la Esfinge, que era muy anterior.
Otra creencia que se vino por tierra fue la que tenía que ver con el sexo de la Esfinge. ¿Era de hombre o de mujer? No se pudo precisar tal cosa, en razón del mal estado de la cabeza, destrozada por culpa del viento del desierto, cargado de arena afilada como lija. Y también por culpa de los hombres. La historia nos informa que a comienzos del siglo pasado unos soldados turcos, los llamados mamelucos, se divirtieron utilizando la Esfinge como blanco para el tiro de cañón. Tan certera fue su puntería que su jefe, Mehemet Alí, los mandó degollar a todos en el momento de enterarse de la proeza.
Antes de proseguir con nuestro relato tendremos que detenernos un instante en un personaje egipcio, siquiera de pasada, porque más adelante lo contemplaremos con más calma. Y lo relacionaremos con una curiosa teoría ideada por un ruso de profesión médico que vivía en Nueva York desde 1939.
Immanuel Velikovsky publicó en 1952 un libro titulado Mundos en colisión, que le dio fama casi inmediata al mismo tiempo que le enajenaba el odio eterno de los sabios aferrados a la tradición, que hasta en Estados Unidos abundan. En su obra tan discutida atribuía al choque de un planeta errante -que pudo ser Venus, según él- contra la Tierra la serie de cataclismos que devastaron al mundo hace diez o doce mil años.
Siguieron a este libro dos igualmente interesantes: uno era Mundos en caos. El otro se titulaba Edipo y Akhenaton y se refería al mito de la esfinge, que tenía mucho que ver con este soberano egipcio. Akhenaton fue un soberano con madera de reformador religioso. Era un ser extraño que intentó implantar una religión de un solo dios para desplazar al politeísmo ancestral de los egipcios. Al parecer sentía por su padre Amenofis III un odio que tenía mucho de celos, y por su madre la reina Tyi un amor enfermizo, una pasión que los psiquiatras llaman complejo de Edipo cuando están de buenas.
Los griegos quedaron fascinados al conocer las peculiaridades de esta familia real, donde el padre se acostaba con su hija, el hermano con la hermana y los abuelos con las nietas. Fue por culpa de Akhenaton que nació la leyenda de tan brutales cruces consanguíneos, que daría forma a una de las tragedias más impresionantes de la literatura universal: la de Edipo, quien tomó por esposa a su propia madre, Yocasta.
Ignoramos si la esfinge egipcia tuvo algo que ver con el asunto del hijo enamorado de su madre. Muy posiblemente no, porque media un abismo de varios miles de años entre ambos, pero a los griegos les pareció muy oportuno apropiarse de ella para convertirla en monstruo mitológico con cabeza de mujer y cuerpo de león que colocaron a las puertas de la ciudad de Tebas, en la Beocia -recuérdese que había Tebas en Egipto y la había también en Grecia -para hacerle la vida imposible a los visitantes, fuesen maleantes o pacíficos ciudadanos.
Los detenía el extraño animal y les hacía una pregunta que se nos antoja tonta, siempre la misma, que nadie sabía contestar y que era el reflejo mitológico de las preguntas realizadas por los sacerdotes egipcios a los jóvenes más inteligentes que deseaban iniciarse en los milenarios secretos: cuál es el ser que camina con cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y utiliza tres al llegar la tarde. Nadie sabía contestar a esta sencilla pregunta y por ello eran devorados por la bestia. Pero no sucedió lo mismo al arribar Edipo a Tebas.

Edipo contesta la pregunta de la esfinge. ¿Se inspiró esta leyenda en la historia de Akhenaton y de Tyi?.


El año se divide en doce signos zodiacales, que corresponden a otras tantas constelaciones. Tres signos corresponden al equinoccio vernal, o de la primavera (Aries, Tauro, Géminis), los siguientes al solsticio de verano (Cáncer, Leo, Virgo), vienen a continuación los del equinoccio de otoño (Libra, Escorpio, Sagitario) y pertenecen los últimos al solsticio de invierno (Capricornio, Acuario, Piscis).


Constelaciones del zodíaco, formada por los doce signos del zodíaco, dan lugar a los equinoccios de primavera y otoño y a los solsticios de verano e invierno.


La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar. Por culpa de ese balanceo, nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años el equivalente de un grado de arco. Puesto que la Tierra tiene 360 grados, cada signo del zodíaco comprende 30 grados, y han de pasar 2.160 años -72 multiplicado por 30-, aproximadamente, para pasar de un signo al siguiente, y unos 28.824 años para dar la vuelta a las constelaciones y regresar al punto de partida.
Este curioso fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad, donde le concedían una enorme importancia. A cada periodo de 2.160 años le daban el nombre de Era, y así ha seguido la costumbre hasta nuestros días. La era cristiana transcurrió bajo el signo de Piscis, como es bien sabido, y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, rigió al mundo la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios.
De acuerdo con los esoteristas y los astrólogos, esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. Explican que lo que se inició con Virgo, o sea una cabeza de virgen, se concluiría con Leo.
Con base en este razonamiento sugieren que la construcción de la Esfinge tuvo lugar a mitad de camino entre Virgo y Leo.
Multiplicaron por 2.160 el número de eras que se extienden desde la actual hasta la de Virgo y llegaron a una fecha aproximada: el año 10000 antes de Cristo. Fue en aquellos tiempos que, según opinión de los esoteristas, cierto pueblo de la antigüedad comenzó a levantar el monumento que ha venido a convertirse en sinónimo de enigma. Pero, ¿tiene algún sentido esta fecha tan anterior a la nuestra?
Cuando en el 590 a. C. visitó el legislador Solón, uno de los siete sabios de Grecia, la ciudad egipcia de Saís, los sacerdotes le hicieron unos cuantos comentarios acerca de un continente que se hundió en el océano unos nueve mil años antes. A1 sumar estos 9000 a los 590 de la visita del sabio griego resulta la fecha de 9590 antes de nuestra era, que se asemeja de manera sospechosa a la determinada por el cálculo de las eras zodiacales.
¿Sería cierto, después de todo, que algunos pobladores de la Atlántida lograron sobrevivir al repentino hundimiento y llegaron a Egipto, donde levantaron una estatua monumental con cuerpo de león y cabeza de mujer, para recordar que fue entre Leo y Virgo que desapareció para siempre su patria? Sin embargo, no faltan los eruditos que van más allá de esta fecha. Dicen que a esos 10000 años habría que sumar una vuelta adicional de las doce eras, hasta obtener los 38 mil años y fracción que demostrarían algo de la mayor importancia: la Esfinge es mucho más antigua de lo que se había creído hasta ahora.
Otro argumento esgrimido por los atlantólogos en favor de su afirmación es que la Esfinge fue dedicada por los sobrevivientes de la Atlántida al dios solar Hermekhis, cuyo nombre recuerda al Hermes de los griegos. Pero no aportan pruebas al respecto. Añaden que en las cartas del Tarot, supuestamente inventadas por los egipcios pero que son originarías de la Atlántida, existe una muy especial que representa a una enorme rueda adornada con varias figuras. La rueda simboliza a la precesión de los equinoccios y una de las figuras es nada menos que la Esfinge.
¿Se trata de una coincidencia? ¿Evoca la presencia de la Esfinge en el Tarot, según consideran los esoteristas, el hundimiento del legendario continente? ¿Sería cierto, después de todo, que los hipotéticos sobrevivientes de la hipotética Atlántida sumergida arribasen a Egipto y levantasen una estatua monumental, esculpida en la roca viva, que tenía el cuerpo de león y la cabeza de mujer y recordaría a las futuras generaciones la fecha en que tuvo lugar la gran catástrofe?
Lo malo de esta teoría es que pierde toda su fuerza cuando el interesado en el tema observa que la Esfinge no dirige la mirada hacia el oeste, donde se supone que estuvo la Atlántida, sino que le da la espalda a las pirámides para contemplar el lugar por donde asoma el sol a diario.

¿Acaso Llegaron Del Este Los Seres Con Alas?
A corta distancia de la milenaria ciudad de Bagdad, capital del actual Irak, se yergue la colina de Kujundschik, donde fue descubierta en el siglo XIX la biblioteca del rey Asurbanipal de Asiria, cuyo reinado (668-626 a.C.) señalaría el apogeo del imperio. Estaba formada esta biblioteca por tablillas de barro cocido, escritas con escritura cuneiforme. Los arqueólogos descifraron el texto y se encontraron con algo sumamente interesante y revelador: la epopeya del príncipe Gilgamesh, cuyo gran amigo Enkidu sería conducido al cielo por un toro alado.
Tiempo habrá de dedicar a este par de personajes la atención que se merecen. Nos ocuparemos ahora de los animales provistos de alas que tanto abundan, en forma de estatuas, en la región del Éufrates y del Tigris y en la vecina Persia. Estos animales alados recibían el nombre de querubines, que se da también en el Antiguo Testamento a ciertos ángeles del Señor. ¿Y no es curioso que la palabra ángel, que procede del griego angeloi, significa enviado o mensajero?
¿Quién enviaba estos mensajeros o estos querubines alados hasta la tierra para dar instrucciones a los seres humanos? ¿Puede identificarse a los seres divinos venidos del cielo con los extraterrestres tantas veces mencionados en la actualidad? ¿Descendieron en la Persia y la Asiria antigua estos señores del cielo y pasó la leyenda de sus idas y venidas hasta Egipto o procedía de otros lugares?
En la antigua India sentían gran admiración por cierto Garuda, mitad humano y mitad pájaro volador, que acudía a este país a transmitir las órdenes dictadas por sus amos. Los persas se apropiaron de esta figura -robar ideas a los demás es algo tan viejo como el mundo- y le dieron el nombre de Simorgh, ave monstruosa que se desplazaba unas veces por el cielo y otras por la tierra. Los sabios de Babilonia relacionaron a este Simorgh con el ave fénix, que renacía de las cenizas después de morir envuelto en llamas.
¿Encierra este ave fénix un símbolo que durante largo tiempo no pudo ser descifrado? ¿Significa que los ignorantes terrícolas habían visto a los señores del cielo en el momento de aterrizar en sus naves de fuego, lanzando enormes llamaradas, y que veían salir de su interior a unos seres maravillosos, como si el pájaro alado renaciese de sus cenizas cuando lo creían muerto?
Este Simorgh era lógico que se convirtiese más tarde en símbolo del poder, igual que sucedería con la versión del toro. Los griegos se apropiarían del cuadrúpedo alado para convertirlo en el caballo Pegaso, que sirvió de cabalgadura al héroe Belerofonte para matar al monstruo llamado Quimera, y también en el águila que raptó al hermoso Ganímedes. Los romanos adoptaron más tarde al águila como su emblema y lo mismo harían casi todos los países del mundo, sin saber sus gobernantes cuál era el verdadero origen del ave.

¿Fue un toro alado como éste hallado en Nínive, el que se llevó por los aires a Enkidu, o simboliza a un ser capaz de volar en una nave?


Fuente: www.mundoparanormal.com

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